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Flor y canto
L

as flores siempre han sido parte importante de la vida de los mexicanos. El sabio historiador y humanista Miguel León Portilla, quien dedicó su vida a traer a la luz el antiguo pensamiento indígena, nos cuenta los significados incontables que tienen las flores en la expresión de la palabra de los antiguos mexicanos.

Flor y cantoin xochitl, in cuicatl, en náhuatl– era el término que usaban para referirse a la poesía y a expresiones literarias que evocan belleza, fragancia, colores, alegría y dan placer como las flores que se cultivan con esmero y cariño.

En el México prehispánico había jardines botánicos que maravillaron a los conquistadores españoles, como los de Techochtitlan, Chapultepec, Texcoco, Iztapalapa, Huastepec y Tlaxiaco. En ellos se cultivaban e introducían todas las especies conocidas, muchas de ellas traídas de lejanos territorios.

Basta recordar el que creó Nezahualcóyotl en Texcoco, del cual se conservan restos notables como grandes tinas, escalinatas, terrazas y un impresionante acueducto que une dos cerros. Mandó a rellenar una barranca para aprovechar tanto las pendientes naturales como la gravedad para conducir el agua que alimentaría su impresionante jardín botánico desde la sierra de Santa Catarina del Monte hasta sus dominios.

El lugar se conoce –de forma equivocada– como los baños de Nezahualcóyotl, por una pintura del extraordinario paisajista José María Velasco –aficionado a la botánica– quien lo nombró de esa manera.

Resguardaba prácticamente todas las especies vegetales de lo que hoy llamamos México, con especímenes únicos tanto de plantas como de flores, ya fueran medicinales u ornamentales para que se estudiaran las propiedades curativas, así como para su contemplación y deleite.

Una de las más apreciadas fue la que hoy conocemos como nochebuena, que se utilizaba en diferentes rituales religiosos que se realizaban en los meses de invierno, que es cuando florea. También se empleaba como tinte.

Después de la Conquista algunos frailes evangelizadores comenzaron a vincularla con la Navidad y a nombrarla flor de nochebuena. Los primeros nacimientos que se colocaron en las capillas e iglesias los decoraban con la colorida planta.

La hojas rojas no son pétalos, son hojas modificadas, llamadas científicamente brácteas rojas; las flores se encuentran en el centro de éstas en pequeños racimos. Los especialistas explican que las femeninas son pequeñas y reducidas y están abrazadas por flores masculinas que producen un estambre con anteras amarillas que contrastan con las brácteas rojizas. Toda una historia de amor en el corazón de la flor.

Los horticultores han desarrollado variedades con brácteas de diferentes colores, desde el clásico rojo a rosado, salmón, amarillas e incluso blancas y algunas con una serie adicional de hojas petaloides; hay casi 100 variedades.

El nombre científico es Euphorbia pulcherrima, que en latín significa la más bella. También es conocida como flor de Pascua y estrella federal.

En 1825 el diplomático Joel Roberts Poinsett, interesado en la botánica, fue designado como el primer embajador de Estados Unidos. Se enamoró de la flor de nochebuena y mandó muestras de la planta de Poinsett al jardín botánico de Filadelfia, que la exhibió en 1829 y fue un éxito. Su cultivo se extendió por Estados Unidos y Europa con el nombre de poinsettia.

La nochebuena es originaria de México, pero lamentablemente, debido a que la mayoría de las variedades fueron registradas como propiedad intelectual a nombre de agricultores de Estados Unidos y, en virtud de que esos registros tienen validez internacional, muchos de nuestros horticultores tienen que pagar para sembrarla y venderla.

Por fortuna, investigadores mexicanos desarrollan nuevas variedades que no estén sujetas al pago de regalías para los agricultores estadunidenses.

Algo agradable es que este regalo de la naturaleza se seleccionó este año para ser el motivo principal de la vistosa iluminación que adorna el Zócalo en estas fechas.

Se puede ir a dar un paseo bien tapadito y después de admirarlas desde la plaza, subir a alguna de las terrazas que están en los edificios de los portales con la finalidad de verlas desde lo alto tomando un ponche calientito para entrar en calor.

¡Felices fiestas!