os positivos. Al comenzar su último año de gobierno, el presidente López Obrador puede registrar entre sus logros tres de suma importancia: la política salarial a partir de los aumentos continuos en el mínimo, una reducción importante de la pobreza como consecuencia de la política salarial, los programas sociales de transferencias y las remesas, y la estabilidad macroeconómica que permite tener este año una tasa de crecimiento por arriba de 3 por ciento, a pesar de que en el sexenio el crecimiento económico sigue estando muy debajo de las necesidades del país.
Negativos. Tres son también las graves lacras en estos cinco años: el desastre en el sistema de salud, que se ilustra, pero no se agota, en la dramática experiencia de la pandemia; el cada vez mas deteriorado sistema nacional de educación, y la metástasis social del crimen organizado.
La principal disputa. Estos cinco años del gobierno de AMLO también han permitido focalizar la tensión central del contexto político que será el eje de las disputas y propuestas políticas en el futuro inmediato. Por una parte, la concepción y la arquitectura institucional de la democracia constitucional frente a la incipiente emergencia –en México y en muchos países del mundo– de la democracia plebiscitaria o la democracia de audiencias, como gusta llamarla Nadia Urbinati, que es a la luz de la democracia representativa, una versión desfigurada.
Lo que no tiene precio. En medio de una violencia generalizada en muchas regiones del país, con costos inenarrables en vidas humanas, con un sistema de partidos colapsados, el desprestigio de las instituciones de la democracia representativa –con notables excepciones como el INE–, la débil presencia de instancias de intermediación, y marcadas narrativas polarizadas; el presidente López Obrador ha mantenido con errores y retrocesos, pero firmeza en el propósito, una frágil, pero fundamental estabilidad política.
¿Y la sociedad, los gremios, las organizaciones sociales? Pequeños grupos, en muchas zonas del país, sobre todo de las grandes ciudades, llevan a cabo un meritorio activismo cívico que contrasta con una sociedad aparentemente estancada, desinteresada de su entorno y volcada hacia adentro. Se diría que está en Babia, pero no, para un mexicano es más apropiado decir que está nepantla.
Nepantla. La primera vez que la palabra nepantla fue traducida al castellano e incluida en un diccionario se debe al padre Andrés de Olmos, que en 1547 escribió en el Arte de la lengua mexicana lo siguiente: nepantla, «en medio» o «entre». El primero que registró el uso metafórico de dicho vocablo fue fray Diego Durán, que incluyó un breve comentario en su Historia de las Indias de Nueva España (1581), en el que relata la respuesta que le dio un indio anónimo al que estaba reprendiendo por haber organizado una costosa fiesta celebrada a partir de antiguos rituales:
“–Padre, no te espantes, pues todavía estamos nepantla.
Y como entendiese por aquel vocablo lo que quiere decir, estar en medio, e insistí me dijese qué era aquel en que estaban. Me dijo que, como no estaban aún bien arraigados en la fe, por mejor decir que creían en Dios y que juntamente recurrían a sus costumbres antiguas y del demonio, y esto quiso decir aquel en su abominable excusa de que aún permanecían en medio y estaban neutros.”
Lo que dice Emilio Uranga. Para el Sembrador –seudónimo con el que escribía–, este vocablo también designa 1) el desarraigo, 2) el estar en medio, 3) la permanencia en un estado neutro, 4) la abstención de cualquier ley, 5) la utilización de dos leyes opuestas. Lo que este concepto nahua nos permite pensar, decía Uranga, es la oscilación.
Regresaré al libro La conspiración del 68: Los intelectuales y el poder: así se fraguó la matanza, de Jacinto Rodríguez Munguía y, a la propia obra de Emilio Uranga, que me han inspirado estas líneas.