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Ridley Scott, Donald Trump e historia de la posverdad
A

cabar reivindicado por alguien que no sólo confirma tu punto, sino termina tornándolo contra sí mismo, es algo, como en aquel comercial −de los que de hecho Ridley Scott rodó miles antes y después de su debut con Los duelistas (1977), película ambientada sintomáticamente igual durante las guerras napoleónicas y basada en un cuento de Joseph Conrad (Józef Teodor Konrad Korzeniowski), que igualmente fue obsesionado con la época y cuyo tío luchó con las tropas polacas que con Napoleón invadieron a Rusia en 1812 (disculpen una larga digresión…)– que no tiene precio. A poco de haber escrito que ante las críticas de los historiadores a las distorsiones históricas en su Napoleón (2023) el propio Scott hubiera podido decir que el mismo Bonaparte ha sido muy bueno en ello: en embellecer la verdad siempre cuando le convenía (véase la parte I: bit.ly/4adCkQU), Paul Biddiss, uno de sus asesores militares hizo precisamente esto, remarcando que los críticos se han dejado engañar por las mentiras y las exageraciones del propio Napoleón (bit.ly/3uL0xOB).

Recordaba bien que él era conocido por exagerar sus victorias y que, en sus tiempos, era difícil verificar su versión de los hechos. Acusó también a los historiadores que diferían con Scott de estar usando la famosa pintura de Napoleón cruzando los Alpes en sus portadas y verla como punto de referencia, a pesar de que es una imagen altamente fabricada. La pintura en cuestión es, desde luego, aquel lienzo de Jacques-Luis David (1802), la imagen propagandística definitiva de Napoleón, con el general levantando la mano mientras su caballo se encabrita dramáticamente (bit.ly/41lldJ1), una pintura –en varias versiones– que efectivamente ha sido una magnifica distorsión histórica al servicio de la propaganda. Napoleón en realidad −también lo recordaba bien Biddiss− cruzó los Alpes en un burrito jalado por un guía, agachado, protegiéndose del frío, por lo que otra versión, la de Paul Delaroche (1850), estaría quizás más cercana a la verdad (dicho sea de paso, de la campaña en Italia que hizo a Napoleón no hay en la película de Scott ni un segundo).

El problema con esta crítica es que ninguno de los críticos de Scott en sus múltiples objeciones había invocado a Jacques-Louis David (siendo conscientes precisamente de la naturaleza de sus representaciones), pero… sí lo ha hecho el mismo director –junto con su camarógrafo, Dariusz Wolski–, asegurando que ha sido una de sus principales inspiraciones, no sólo la pintura mencionada pero también, por ejemplo, La coronación de Napoleón (1807) (bbc.in/47IJIlq), algo que −cuando uno lo piensa y compara− explica precisamente el manierismo de Scott, su desdén a la verdad histórica o que algunos de los críticos tempranos le concedían a Napoleón que −al menos− “lucía ‘espectacular’ como una serie de lienzos de David que cobraron vida” (bit.ly/3Ge6FB7).

Cuando se le preguntó a Scott sobre los historiadores que habían señalado los errores ya en el tráiler (apenas la punta del iceberg), dijo que se consiguieran una vida y que si no tenían nada mejor que hacer, como si apuntar a las distorsiones de la historia no fuera la tarea de un historiador. A esta, una de tantas pifias suyas, el citado ya anteriormente biógrafo de Napoleón, David A. Bell –y no, uno que no tiene en su portada la pintura de David, sino la de Antoine-Jean Gros, General Bonaparte en el puente de Arcole (1796) (amzn.to/486yh77)−, contestó que le parecía bien, que al final Scott es un artista, no un historiador, pero que mucha gente no lo iba a ver así y creerá que esta es la historia real (bit.ly/3sME5Um).

Este es el punto. Más allá de que si algo luce espectacular, muchos pensarán que ha sido real y esto −disculpen la tautología− tiene consecuencias reales. Distinguir el mito de la historia y la verdad de la posverdad importa (¿o no?). La perfecta ilustración de esto, subrayando que no hay licencia artística para distorsionar la historia –al menos que uno incurra por ejemplo, en la historia contrafáctica, todo un género aparte (bit.ly/4881DC7)– la ofreció, escribiendo sobre Napoleón, un columnista británico con ejemplo de Trump: imagínense una gran película sobre el ataque al Capitolio que muestra como Trump realmente ha sido estafado de la Casa Blanca, como realmente se manipularon las urnas en Georgia y así. Vamos, escribía, igual que la película de Scott está basada en hechos reales, sólo se han novelado fragmentos para fines dramáticos, algo que por ejemplo, los creadores de la serie The Crown −donde aparece también Vanessa Kirby (Josefina)– sobre la familia real británica, diciendo que es arte e inventando acontecimientos enteros (muy al estilo de Scott por ejemplo, con su escena clave del encuentro entre Wellington y Bonaparte), llevaron al extremo (bit.ly/3sPWDDl).

La historia de la posverdad, producto de las emociones, opiniones y licencias artísticas es tóxica igual que cualquier mentira. La afirmación de Trump –una típica trumpiada– de hace poco en un mitin electoral que según las estadísticas del propio gobierno de Obama, él ha construido 500 millas de muro fronterizo no tiene ningún sentido lógico ni histórico, pero algunos pensarán –muy al estilo de lo que señalaba Bell– que es una prueba real de que fue un buen presidente (bit.ly/3RrWC1T). La mala y aplanada historia en Napoleón –que de hecho encaja con el revisionismo histórico y centrismo antirrevolucionario de François Furet et al. (bit.ly/47MzUHw), algo que ya vimos en Danton (1983) de Andrzej Wajda– sí tiene precio.