Viernes 1º de diciembre de 2023, p. 21
Bogotá. Gracias a una alianza entre mafiosos, la DEA y autoridades colombianas, hace tres décadas cayó abatido sobre el tejado de un barrio de clase media en Medellín Pablo Escobar, el capo de capos que asoció para siempre el nombre de Colombia al narcotráfico, y figuró en la lista de la revista Forbes de los hombres más ricos del mundo.
Tras su muerte, muchos pronosticaban el comienzo del fin de la industria
que más daño ha hecho a este país en toda su historia, pero tres décadas después las cifras de Naciones Unidas siguen situando a Colombia como el mayor productor y exportador de cocaína del mundo.
Nacido en Medellín en un hogar modesto, Escobar se inició temprano en el mundo delincuencial, primero robando carros y en pequeñas operaciones de contrabando, actividad que lo acercó al entonces naciente, pero ya próspero negocio del envío de cocaína a Estados Unidos, actividad que acaparó pronto, convirtiéndose en el amo y señor de la exportación del alcaloide.
Situación totalmente distinta a la que, según los organismos de inteligencia locales, caracteriza en la actualidad a esta actividad delincuencial, en manos de pequeños cárteles que operan en varias regiones de la muy diversa geografía colombiana, unas propicias para el cultivo, otras para la conversión de la pasta en cocaína y otras perfectas para el envío de la droga al exterior, por vías aérea, marítima y terrestre.
Un reciente informe de inteligencia de la policía colombiana agrega que –tras sucesivas mutaciones internas de los cárteles nacionales que llevó a su atomización– desde hace cinco años son los cárteles mexicanos los que dominan el negocio del narcotráfico transfronterizo
, sin duda, el eslabón más productivo del negocio. De acuerdo con el citado informe, los principales son el cártel de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación.
En declaraciones a El Confidencial, el especialista Mauricio Rico explicó: Hay un sistema de franquicias y de representación comercial
que incluye el suministro de seguridad personal y logística a los mexicanos por parte de organizaciones delictivas colombianas.
En recientes recorridos por zonas cocaleras de la periferia geográfica, este corresponsal ha constatado el impacto cultural de la llegada de los cárteles mexicanos, donde el tradicional aguardiente nacional cedió paso al tequila, y la música vallenata, a los llamados narcocorridos.
Las guerrillas capturan territorio
Según estudiosos del fenómeno del comercio ilegal de estupefacientes, la gran diferencia entre hoy y la dorada época de ascenso del cártel de Medellín que lideraba Pablo Escobar –cuando todas las esferas económicas, políticas, militares y hasta futbolísticas de la sociedad colombiana eran salpicadas por los chorros de dinero provenientes de la venta de cocaína– es que todavía no se habían unido al negocio las guerrillas que expandían su poder territorial, convirtiendo enormes extensiones de la Colombia profunda en pequeños estados bajo su control.