Viernes 1º de diciembre de 2023, p. 6
El extravío
Me subí al coche y me marché. Me sentó bien. El movimiento me hizo bien. No sabía adónde iba. Simplemente me marché. Me había embargado el aburrimiento, a mí que nunca me aburro me había embargado el aburrimiento. Nada de lo que se me ocurría hacer me producía el menor placer. Así que hice cualquier cosa. Me monté en el coche, empecé a conducir y donde podía elegir entre doblar a la derecha o a la izquierda, doblaba a la derecha, y en la siguiente bifurcación, donde podía elegir entre la derecha o la izquierda, doblaba a la izquierda. Y así fui avanzando.
Di un par de pasos hacia adelante y noté que ya estaba pisando la nieve. Porque se había formado una pequeña capa de nieve. Vi que mis zapatos dibujaban huellas en la nieve. Vi que el coche estaba cubierto de nieve. También el camino forestal se veía ya totalmente blanco, y resultaba difícil ver por dónde iba exactamente el sendero, aunque debía de ser más o menos posible seguirlo, o al menos eso esperaba yo. Me adentré en el bosque, en el sendero, bueno, supongo que sería el sendero lo que seguía, que serpenteaba entre los árboles. Ahora tenía que seguir adentrándome en el bosque, hasta llegar a alguna casa en la que hubiera gente, alguien que pudiera ayudarme a desatascar el coche y volver a la carretera. Aunque tendría que recorrer marcha atrás todo el largo camino forestal, ay, no, en qué estaría pensando, seguramente podría dar la vuelta, si no antes, en la salida hacia la cabaña por la que pasé, eso sí, claro.
Ay, qué frío que hace, ay, qué frío que tengo. Debo salir del bosque antes de que se haga noche cerrada y antes de cansarme demasiado. Porque ¿qué pasará si no consigo salir del bosque? Vivo solo, así que nadie me va a echar de menos, y aunque alguien me echara de menos tampoco sabría dónde estoy, de modo que nadie va a venir a buscarme en este bosque, ¿y por qué se le iba a ocurrir a alguien venir a visitarme? A decir verdad, no recuerdo la última vez que alguien vino a visitarme, bah, ni siquiera voy a intentar recordarlo, al menos por ahora, ahora tengo otras cosas en que pensar, diría yo, bueno, en realidad ahora hay una sola cosa en la que pensar y esa es cómo conseguir salir de este bosque y encontrar el coche, o encontrar gente, encontrar a alguien que pueda desatascarme el coche con un tractor...
“Digo: ¿qué hacéis vosotros en el bosque? Y ella dice: ¿y tú nos lo preguntas?, no me puedo creer que preguntes eso. Digo: ¿por qué? Ella dice: porque tú mismo estás en el bosque – y yo digo sí. Ella dice: ¿y qué haces tú aquí en el bosque?, te vas a morir de frío, tienes que irte a casa – y me planteo contarle que no encuentro la salida del bosque, para ver si ella sabe cómo salir del bosque, pero evidentemente no sabe salir, porque si supiera salir no estaría aquí en el bosque y digo: pero ¿sabes cómo salir del bosque? – y ella dice: no, pero él sí que sabe – y levanta la vista hacia mi padre y dice: tú sabes cómo salir del bosque – y él dice que no con la cabeza. Ella dice: ¿no sabes cómo salir del bosque? – y él dice que no y ella dice que estaba convencida de que él sabía el camino, él siempre sabe el camino, no recuerda una sola ocasión en que él no haya sabido el camino, estaba convencida de que él sabía el camino, nunca habría pensado lo contrario, dice, y se ha parado, y ha soltado el brazo de mi padre y ahora lo está mirando, y dice con miedo en la voz: ¿no sabes el camino?, ¿no sabes el camino de vuelta a casa? – y mi padre dice que no con la cabeza.”
“Digo: ¿me estáis buscando? – y nadie contesta. Los veo ahí parados, a mi madre y a mi padre, y se limitan a mirarme, pero no responden cuando les hablo, y tienen la obligación de responderme, porque al fin y al cabo soy su hijo, y digo: tenéis que responderme cuando os hablo, responded, no os quedéis callados, responded, tenéis que responderme – y oigo que mi voz suena suplicante, casi lastimosa, sencillamente penosa, podría decir, quizá también perdida, aunque es como si no fuera mi propia voz, es como si alguien hablara a través de mí, alguien a quien no conozco, un completo desconocido en realidad.”
Vacíos de sentido
Estoy aquí sentado mirando el coche, y el coche me mira a mí como un bobo. O quizá sea yo quien lo mira como un bobo a él. Y hay que ver lo bobo que parece el coche ahí parado, atascado en un bache, supongo que podré llamarlo bache, en medio de este camino forestal que avanza unos pocos metros más hasta que se acaba y empieza un sendero que se adentra en el bosque. ¿Y qué pintaba yo en este camino forestal? ¿Por qué me metería yo por aquí? ¿Qué tipo de ocurrencia sería ésta? ¿Qué motivo tenía yo para hacer esto? Pues ninguno. Ningún motivo en absoluto. Y entonces ¿por qué me metí por este camino forestal? Quizá por casualidad. Sí, supongo que no podría llamarse de otra manera. Aunque esto de la casualidad, ¿qué será? Ay, basta ya de tonterías. Estos pensamientos nunca me llevan a ningún lado.
Encontrar gente que pudiera ayudarme, pero, ¿en qué estaba pensando? No tenía ningún sentido meterse en el bosque oscuro para encontrar gente. Mucho peor que esto no recordaba haberme conducido nunca, primero atascaba el coche, luego me adentraba en el bosque para encontrar ayuda, ¿cómo podía haber pensado que iba a encontrar ayuda en el bosque? En el interior del bosque oscuro, menuda idea, bueno, no, una idea no podía decirse que fuera, era más bien una ocurrencia, o algo así, algo que simplemente se me había ocurrido. Una tontería, había sido. Una auténtica bobada. Una idiotez
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*Con autorización de la editorial De Conatus, publicamos dos fragmentos de la obra Blancura, del Premio Nobel de Literatura Jon Fosse