casi dos décadas del estreno de una de sus cintas más interesantes, El custodio (2006), interpretada de modo soberbio por Julio Chávez, sobre la existencia gris de un guardia de seguridad devotamente entregado al cuidado de un ministro y su familia, el realizador argentino Rodrigo Moreno cambia totalmente el tono narrativo y ofrece en Los delincuentes (2023) una espléndida comedia negra en la que campea a sus anchas el azar y reina el despropósito más delirante con un sorprendente mecanismo de relojería. Considérese la trama, escrita por el propio director: Moran (Daniel Elías), cajero y empleado de confianza en un banco donde labora desde hace más de 15 años, decide un día que es preferible sustraer una fuerte cantidad de dólares de la caja fuerte, poner el botín a buen resguardo y pasar tres años en la cárcel por el delito, para luego obtener una salida anticipada del penal por buena conducta y gozar de una jugoso beneficio ilícito por el resto de su vida. Para redondear sus planes, Moran convence o chantajea a Román (Esteban Gigliardi), un cajero colega, de reputación y conducta intachables, para que valore las ventajas del plan para los dos y lo secunde, esconda el dinero y lo compartan luego en partes iguales. Nada puede fallar en este plan meticulosamente calculado, mismo que sin duda ha sido puesto en práctica, en múltiples ocasiones, por políticos corruptos que entran y salen de cárceles con puertas giratorias sin sacrificar gran cosa, gozando de impunidad y también de su fortuna.
Dividida en dos partes por su duración de poco más de tres horas, Los delincuentes es muestra elocuente del nivel de sofisticación narrativa que ha alcanzado el cine argentino independiente, presente también una cinta como Trenque Lauquen (2022), de Laura Citarella, organizada en dos largos segmentos con varios relatos fragmentados y una inventiva parecida. En el caso de Rodrigo Moreno, sin embargo, el relato conserva una estructura lineal durante una primera parte cautivadora, para después operar un profundo cambio espacio temporal y ofrecer un relato muy alejado ya de la historia típica de un asalto bancario. La luminosa aparición de Norma (Margarita Molfino), una joven sensual y desenfadada, quien con su hermana Morna (Cecilia Rainero) participa en el rodaje campestre de una película experimental, transforma el guion de Moreno, en este segundo tramo, en una historia de enredos sentimentales donde, por un ingenioso juego de circunstancias y coincidencias providenciales, los personajes de Moran, Norma y Román (nótese el anagrama que incluye a los tres), se verán envueltos en una misma espiral de amores contrariados. Muy pronto los espectadores quedarán cautivos también en la simbiosis de una pista sonora formidable a cargo de Lucas Page, una fotografía de Alejo Maglio muy imaginativa, con tomas espectaculares de la ciudad y el campo y finas disolvencias en las transiciones narrativas que acompañan muy bien el trabajo de edición de Manuel Ferrari, Nicolás Goldbart y el propio director. En resumen, un esfuerzo de colaboración artística con resultados notables. Una escena concentra el poder lírico de la cinta: Norma persiguiendo y acompañando en su motocicleta el autobús de pasajeros que se lleva a su amante Román, lejos de la idílica campiña de su encuentro, de regreso a Buenos Aires. Un soplo de poesía visual, entre tantos otros, que remite, como influencias estéticas, al cine de la hoy muy socorrida Nueva Ola francesa, con Rohmer y Truffaut a la cabeza, pero también el de algunos notables herederos: Léos Carax o Arnaud Desplechin. Contrariamente a muchas cintas argentinas de corte minimalista que intrigan y confunden al espectador, con narrativas disruptivas, de vanguardismo, en algunas muy trasnochado, la narración sinuosa de Rodrigo Moreno es en todo momento diáfana y seductora. Sólo un reparo, posiblemente menor: el desenlace abierto de la película deja en la oscuridad la suerte final de los personajes centrales y sus destinos sentimentales. Tal vez sólo se deja abierta la posibilidad de una secuela a esta estupenda revelación del nuevo cine argentino.
Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 20 horas.