ebido a las ambiciones y cualidades estéticas de sus primeras películas – Blade Runner (1983), sobre todo– el realizador británicoRidley Scott parecía un sucesor natural al trono de Stanley Kubrick. Sin embargo, la calidad dispareja de su posterior filmografía acabó con esa noción. Y ahora, Scott parece empeñado en recordarnos ese estatus con su biopic sobre Napoleón, según se sabe un proyecto largamente planeado y finalmente cancelado por Kubrick en los 70.
Sobre un guion cundido de inexactitudes históricas de David Scarpa, Scott ha intentado hacer un recuento de tres décadas de la vida de su personaje (Joaquín Phoenix), desde los tiempos del terror a finales de la revolución francesa, hasta su exilio y muerte en la isla de Santa Helena, pasando por sus grandes éxitos militares –Toulon, Austerlitz, Borodin– y fracasos –Waterloo, por supuesto.
Lo curioso es que la película intercala esas secuencias espectaculares de batalla con el aspecto íntimo de Napoleón, es decir, su larga y tortuosa relación con su esposa Josefina (Vanessa Kirby), el objeto supremo de todos sus deseos, el amor de su existencia. Según esto, el hombre era capaz de perdonar sus francas infidelidades en una especie de amour fou imperial que lo reduce a la calidad de un niño berrinchudo que copula como animal y es susceptible de abandonar a su ejército en Egipto para verificar que a su sombrero bicornio le ha salido otro cuerno.
Se supone que Scott desea exhibir una versión de cuatro horas de Napoleón cuando pase a la plataforma de Apple TV. La reducción a esta versión de dos horas cuarenta tal vez explique la cualidad segmentada de la película que alterna las secuencias de batalla con las peleas de alcoba de manera algo esquemática, que impide el fluir de la narrativa como un todo coherente y la vuelve pesada.
Otro detalle problemático es la actuación de Phoenix. Nunca sobrado en simpatía (cosa que aquí ayudaría), el histrión brinda una actuación excéntrica, a ratos exhibiendo una petulancia pueril y a ratos bordeando la autoparodia. Kirby, en cambio, sí consigue sugerir el misterio de su personalidad que la hace tan magnética. Pero todos los demás personajes, con su mezcla de acentos (al parecer, el pueblo francés sólo habla su idioma cuando canta) se desdibujan bajo peluquines y sombreros de época. Sólo sobresale un poquito Rupert Everett como un amanerado duque de Wellington.
Claro, la marca registrada de Scott es su gran solvencia técnica, ostentada aquí en la recreación de batallas masivas. La más notable es la de Austerlitz, donde los soldados enemigos se hunden sobre la superficie de un lago helado, bombardeado por los cañones napoleónicos. Aunque Waterloo también tiene lo suyo. Scott dirige como general, con grandes planos abiertos de cómo se va conformando la estrategia que conducirá a la derrota definitiva del héroe.
Aisladas de un contexto histórico que les brinde sentido, esas secuencias quedan como un demo reel de la destreza formal del cineasta. A fin de cuentas, Napoleón es un espectáculo inerte que no consigue interesarnos, mucho menos conmovernos. Llámenme pedante, pero para biopics napoleónicos me quedo toda la vida con la visión esa sí épica de Abel Gance de 1927.
Napoleón
D: Ridley Scot t/ G: David Scarpa / F. en C: Dariusz Wolski / M: Martin Phipps / Ed: Sam Restivo, Claire Simpson / Con: Joaquín Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Paul Rhys / P: Apple Studios, Scott Free Productions. Reino Unido-Estados Unidos, 2023.
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