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Mujercitas, Louisa May Alcott

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▲ Una de las ilustraciones de Antonio Lorete para esta nueva edición a cargo de Editorial Edelvives.
 
Periódico La Jornada
Domingo 19 de noviembre de 2023, p. a12

Con autorización de la Editorial Edelvives presentamos a nuestros lectores el prólogo de esta versión ilustrada por Antonio Lorente de una de las novelas clásicas de la literatura estadunidense que, a más de 150 años de su publicación, sigue siendo un éxito.

Mujercitas se repite desde 1868 en la lista de las novelas predilectas de los lectores de todas las edades, entre los que yo me encuentro, y a veces me pregunto por qué y si eso sería posible sin el personaje de Jo March: una joven tan diferente, tan divertida, inteligente y determinada que se ha convertido en un arquetipo literario por sí misma, viva ahora con la misma intensidad y fuerza que lo estaba cuando su autora la describió.

¿Qué supuso en su época, y hasta qué punto rompía con los estereotipos y las historias que en ese momento se escribían? Sabemos que el editor Thomas Niles era muy consciente de que casi no existían novelas pensadas para el público femenino, y muy en particular, el juvenil. La Guerra de Secesión había finalizado apenas tres años antes, los gustos y las necesidades habían cambiado y Niles le encargó a Louisa May Alcott una novela que encajara en el momento. Ella aceptó de mala gana (pretendía escribir obras con las que fuera tomada en serio, y creía que la literatura juvenil la apartaba de ese objetivo) y cumplió apresuradamente, porque necesitaba el dinero. Durante dos meses escribió sin respiro, diez horas al día, para cumplir con el plazo impuesto. Y, dado que su infancia había sido muy atípica y tuvo poco trato con otros niños, se basó en su propia vida y la de sus hermanas.

Lo cierto es que eso, a priori, no parecía una gran idea: Louisa procedía de una familia excepcional en muchos sentidos, segunda hija de cuatro. El padre, Amos Bronson Alcott, era un hombre que cuestionaba todo lo establecido en la época, en particular la educación y el modo de consumo, como otros intelectuales, amigos de los Alcott, como Henry David Thoreau o Ralph Waldo Emerson, que proponían otros modos de vida diferentes al convencional. Creía en la igualdad de razas y de géneros, era un maestro vegetariano que defendía una manera de educación progresiva rompedora para la época, y que educó a sus hijas al límite de la pobreza, pero bajo los principios de que debían desarrollar sus talentos en completa libertad. Algo tan moderno que incluso ahora, en algunos lugares, resulta provocador.

Cuando Louisa cuenta la vida de las cuatro niñas March nos habla, en realidad, de un hogar que encajaría en cualquier siglo: la búsqueda de la felicidad de cada una de las hermanas, las dificultades para domar su carácter, las distintas aficiones de las chicas y su amor entre ellas y por sus padres resultan completamente atemporales. Y las lectoras comprendieron instantáneamente que en esa novela latía algo nuevo, una novela sencilla, realista en el fondo más que en la forma, una manera de narrar que se dirigía a las esperanzas y a los sueños de una generación nueva.

Esas chicas parecían reales, hablaban y se enfadaban como adolescentes reales, tenían sus pequeños sueños y sus grandes expectativas, se enfrentaban a las mismas limitaciones de una sociedad de miras estrechas que las lectoras. Incluso sus aficiones (el teatro, la pintura, la música, las horas ante el piano) reflejaban las dotes artísticas que las niñas estudiaban como parte de su formación como futuras esposas, y eran, a menudo, el único oficio al que una joven educada podía aspirar. Como Jo, muchas trabajaban como damas de compañía; como Beth, algunas tocaban el piano bastante bien; como Meg, la mayoría tenía como único horizonte el matrimonio. Estaban hartas de sermones, de historias ejemplares con heroínas sumisas, nacidas sin alma y sin sangre. Y de pronto, leían esta novela.

Mujercitas vendió 2 mil ejemplares en dos semanas, algo inaudito, lanzó a Louisa a la fama, hasta el punto de que las lectoras la perseguían y acosaban; rápidamente le pidieron que escribiera una segunda parte.

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Mujercitas, de Louisa May Alcott se publicó en 1868. Portada de Antonio Lorete para esta nueva edición a cargo de Editorial Edelvives.

Cuando ésta apareció en unos meses, dejando a la autora extenuada, muchas lectoras sintieron que el mundo se derrumbaba bajo sus pies: en un gesto de provocación muy típico de Louisa, todas las esperanzas que habían depositado en el futuro de Jo, y sobre todo, en su relación con Laurie, se verían contrariadas. Pocas veces una escritora se ha atrevido a un desafío tan claro a las expectativas creadas, y muy pocas ha salido tan airosa: Mujercitas y Aquellas mujercitas pueden generar incomodidad a quienes buscan en esta novela un cuento de hadas, pero son tercamente fieles a la coherencia de Jo y su personalidad. Haría siempre lo que su corazón le dictaba, y perseguiría su carrera de escritora con la misma fiereza con la que se había enfrentado a otras dificultades.

Existe una enorme tentación de fusionar el personaje de Jo con la vida y el carácter de su autora, y me parece lógico: las similitudes entre las cuatro March y las cuatro Alcott son notables. La historia comienza en una casa muy parecida a Orchard House, en Concord, Massachusetts, el hogar en el que los Alcott se instalaron tras docenas de mudanzas, en una familia más acomodada que la de la autora: Meg nos recuerda a Anna, la hermana mayor de Louisa, que conoció a su marido cuando actuaba en el teatro para aficionados y que enviudó muy joven. Jo es claramente el alter ego de Louisa, una polvorilla con mil oficios, desde costurera a enfermera, ferozmente independiente, amante de las historias y la literatura. Elizabeth se llamaba la tercera hermana Alcott, tímida, dulce y música, que murió con sólo 22 años, antes de la guerra, por las secuelas de haberse contagiado de escarlatina. Y por último, Abigail sólo puede evocarnos a Amy: la hermana menor tenía talento para la pintura, y la propia Louisa la ayudó a viajar y a formarse. Fue una artista reconocida que expuso en París, y que acabó casada (aunque por desgracia murió tras dar a luz a su primera niña) con un joven empresario suizo.

Louisa no era ninguna jovencita cuando Mujercitas apareció: tenía 36 años, y había escrito más de 30 novelas de irregular calidad bajo seudónimo. Contaba con experiencia sobrada a la hora de contar historias y de saber cómo transmitir la pasión que sentía. De niña había leído con placer las novelas en las que Jane Austen describía las relaciones de distintas hermanas, y le había fascinado no sólo la obra de las Brontë, sino también la historia personal de las tres hermanas. Ella, a su vez, se convirtió en una auténtica obsesión para autoras como Simone de Beauvoir, que reconoció que Jo era uno de sus referentes más sólidos de jovencita, y que deseaba no sólo ser como ella, sino convertirse en una escritora porque ese personaje le demostró que era posible. O como Joyce Carol Oates, que en su novelaLas hermanas Zinn homenajea esta historia. Otras, como Marcela Serrano o Cristina Fernández Cubas, reconocen que Jo fue un modelo claro que recogen en sus propias historias.

Qué puedo decir yo: Jo era más yo que yo misma, en un momento en el que creía que me encontraba sola en el mundo, y que nadie más compartía mi amor por los libros y la confianza en que en algún momento lograría ser escritora. Pero si nunca lo hubiera conseguido, mi relación con el libro hubiera sido igual: Mujercitas nos invita a aceptar la realidad como es y aun así mantener la dignidad de nuestros sueños y nuestras esperanzas. Habla de cómo nos aguardan diferentes destinos y aun así la felicidad es posible: es más una cómplice que una novela, una amiga que nos empuja hacia el futuro con optimismo. Porque la integridad, la lucha personal, el amor por el arte y la lealtad no pertenecen ni a una ni a otra época: son eternas, y desbordan de esta novela para convertirse en parte de las lectoras. Quizás ahí radique su secreto.

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