Tlatelolco, crimen de un Estado… Mayor Presidencial // Fraguar una utopía de las que es posible hacer realidad
n la columneta del pasado 6 de octubre nos quedamos en que, en la antevíspera del fatídico día en que nuestra Universidad Nacional (lo es ahora, como antes), Autónoma (antes y después del agravio) de México (origen y compromiso), fuera profanada, se dio un indicio de lo que la mente enferma de un hombre desquiciado, fuera de sus cabales, era capaz de fraguar en contra de unos principios, una causa, una institución, un proyecto, una utopía de las que, según Benedetti, es posible hacer realidad.
La noche del 28 de julio del lamentable 68 llegaron, despavoridos, una treintena de preparatorianos que venían huyendo de un grupo de fieros granaderos, que los cercaron dentro del edificio de la Preparatoria 1, de la que se proponían sacarlos ya en calidad de detenidos durante esa madrugada. Si no se entregaban voluntariamente los apañarían, así intentaran asimilarse a los maravillosos murales del maestro Rivera. Los muchachos se habían metido solos a una ratonera que no tenía escapatoria. Carecían de palos y piedras, que eran sus armas usuales, además de ser una mayoría decidida y vociferante, pero falto de cualquier instrumento ya no ofensivo, sino de escasa capacidad protectora. Ellos, ingenuamente se habían auto encarcelado confiados en la que suponían su santuario inviolable, se habían encerrado y los granaderos los sacarían para encerrarlos de nueva cuenta. Pedí una oportunidad de hablar con ellos y me la dieron. Los muchachos asombrados y desconfiados me recibieron y oyeron. Como siempre, las opiniones eran diversas y encontradas, pero la realidad era inocultable y la decisión final fue un escape sin consecuencias.
El primer complacido con esta decisión fue el general Vega Amador, a quien ninguna satisfacción le provocaba ser el jefe militar que comandara esa ignominiosa acción guerrera, que conculcaba 40 años de respeto absoluto a la calidad que la Ley Orgánica de 1929 le reconociera a la Universidad: su autonomía y, con ella, la inviolabilidad de los territorios en que se asentaran los diversos sectores que humanamente la conformaban. La evacuación fue pronta y exitosa.
Cuando se terminó el plazo acordado, los granaderos regresaron al cuartel y el breve parte sólo dio cuenta de la desbandada estudiantil que permitió la no existencia de mayores consecuencias. Al día siguiente, Salazar me dijo que el licenciado Rodolfo González Guevara me pedía que asistiera a su despacho para que él, su equipo y, de ser posible, el del regente y el suyo pudieran conocer una versión directa, actual y sin ruidos ideológicos ni menos económicos, de la manera de pensar de los jóvenes protestatarios.
Esa noche me presenté en las oficinas y me encontré con una amplia reunión. Me pidieron que con toda libertad expusiera mis opiniones, pero hete que, al empezar a hacerlo, detonó la hecatombe: un estallido cimbró el recinto. Seguramente el edificio no se movió un centímetro, pero nosotros sentimos que estábamos en la rueda de la fortuna. El licenciado Corona del Rosal tomó el mando y nos hizo retroceder hasta el fondo del salón. En ese momento uno de sus cercanos, presa de gran nerviosismo, dijo: esto es que el Ejército tomó el mando. El Regente lo volteó a ver y con una irritación que apenas podía contener, le respondió: No se equivoque, licenciado. No confunda el Ejército con el Estado Mayor
. Por eso, yo no sabría decir si Tlatelolco fue un crimen de Estado o tan sólo el crimen de un Estado… Mayor Presidencial.