Opinión
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Anclajes indecisos

H

ace tiempo, más o menos un año, un maestro alumno mío me sorprendió al decirme que uno de sus niños, es maestro de primaria, le había dicho algo así como Maestro, ¿qué habrá sentido el primer hombre que habló? En mi recuerdo el profesor que digo quedó mudo del asombro, y yo, cuando lo supe, menos no. No mucho tiempo después, de hecho más bien poco, di con este pasaje de Eduardo Nicol que le hice, asombro renovado, llegar: La primera vez que un hombre habló, debió estremecerse el mundo entero. El cosmos es indiferente porque es total. Pero en cuando dejó de ser lo único, y salió de su propio seno el ser de la primera voz, quedaría (pienso yo) atónito. Maravillado y contento. Ya no estaba solo. Había procreado de sí mismo algo diferente de sí mismo. Y se habló a sí mismo.

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De alguna nada vaga manera, cuando en 1992 John Cage expresó: Me encuentro en un punto en el que ya no pienso ni siento, todo lo que escribo son sonidos, describía el estado del poeta al inspirado escribir. Lo de inspirado, qué duda cabe, puede desconcertar. Invoquemos entonces a la santa de Ávila, quien en otro ámbito, más alto y profundo y no obstante similar, instruye: por largo el espacio “de estar el alma en esta suspensión de todas las potencias –memoria, voluntad, entendimiento e imaginación, entiendo, que “en esto de potencias no quería ella afinar mucho”: fray Luis Urbano–, es bien breve: cuando estuviese media hora, es muy mucho; yo nunca, a mi parecer, estuve tanto… Se puede mal sentir lo que se está, pues no se siente. […] Este transformamiento del alma del todo en Dios dura poco; mas eso que dura, ninguna potencia se siente ni sabe lo que pasa allí”.

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Vindicación del arte en la era del artificio es libro del canadiense J. F. Martel que francamente me cautivó. No comentaré aquí sin embargo sino (ya que, un poco prolongando la entrega anterior de la columna, mencionamos arriba el asunto de la inspiración, esa especie de trastorno mental que induce lucidez –una extraña forma de lucidez, si se quiere– en quien lo experimenta) que en aproximadamente la frontera entre la cuarta y quinta partes del volumen, página 131, afirma que “ el arte es un fenómeno paranormal (cursivas mías), el más extendido en comparación con otros fenómenos semejantes”. Seis palabras y un tema sobre el que no volverá, pinchazo de cualquier manera inolvidable.