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Nosotros ya no somos los mismos

Persecución policiaca de estudiantes en el 68 // Un mediador no previsto entre los agentes y los muchachos // Mentadas por armas

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A finales de julio de 1968, cuando escuché al general Renato Vega Amador discutir con sus colaboradores cómo continuar la persecución de los estudiantes que habían sido desalojados del Zócalo, lo interrumpí para solicitarle que me dejara hablar con los muchachos. En la imagen, manifestación frente al Monumento a la Madre en agosto del 68.Foto Colección Manuel Gutiérrez Paredes-Archivo Histórico de la UNAM
A

lgunos datos sobre el execrable, infame acontecimiento que paso hoy a recordar, fueron relatados hace ya muchas columnetas; sin embargo, este 55 aniversario del 2 de octubre de 1968 se torna ocasión propicia para recordar la afirmación de uno de los actores principales de ese cruento momento, pues es un testimonio que cobra extrema importancia a la luz (bastante retrasada, ciertamente) de una cuestión fundamental para entender racionalmente el 68: ¿Tlatelolco fue un genocidio? ¿Fue un crimen de Estado? La columneta no entra por esta vez en la discusión, por ahora tan sólo comparte la información que, por una circunstancia no prevista, le tocó conocer.

Las oficinas más bellas que he tenido en mi vida se ubicaban en el entrecruce de las calles de San Ildefonso, Luis González Obregón, Argentina, Brasil y República de Venezuela, es decir, la sede central de la Secretaría de Educación Pública.

El día, o más bien dicho, la noche del 28 de julio, oí un verdadero escándalo bajo mi ventana y, al asomarme, reconocí al general Renato Vega Amador, en ese momento responsable de las direcciones unidas de tránsito y policía, quien con sus cercanos colaboradores discutían cómo continuar la persecución de los estudiantes que habían sido desalojados del Zócalo y a los que venían siguiendo hasta llegar a San Ildefonso, sede de las prepas 1, turno diurno, y 3, del nocturno. La responsabilidad de ingresar a terreno universitario lo rebasaba y pedía instrucciones precisas y claras a sus jefes. En eso lo interrumpí y le rogué que me permitiera hablar un momento con Rodolfo González Guevara (en ese momento, la segunda autoridad en el Departamento del Distrito Federal). Accedió y me pasó al licenciado quien, sin interrumpirme, escuchó mi solicitud para que pudiera comunicarme unos minutos con los muchachos antes de pasar a los hechos. Al terminar me preguntó: ¿Estás seguro de que puedes hablar con ellos sin riesgos, los convenzas o no? “Lo estoy –respondí–. Desde la época de la FEU he mantenido buenas relaciones con los alumnos de las prepas, sobre todo con los de San Ildefonso en sus dos turnos. No sé si mis argumentos puedan convencerlos, pero me escucharán y regresaré sano y salvo”. Pásame al general, me dijo y agregó: no le hagas al niño héroe. Minutos después iba caminando por en medio de la calle desierta con una regla en la mano y ensartada en ella una camiseta que, seguramente, en alguna ocasión debió haber sido blanca. Faltando unos 30 pasos, salieron a recibirme unos tres o cinco muchachos, quienes me preguntaron de corrido: ¿Quién eres, quién te mandó y qué quieres?  

“Me llamo fulano, acabo de recibirme de abogado y trabajo aquí en la SEP. No me manda nadie y vine porque convencí al jefe de la policía de que me diera unos minutos para hablar con ustedes sobre lo verdaderamente inútil de este encierro. Hay dos o tres policías por cada uno de ustedes. La especialidad de ellos son las madrinas y traen con qué. Ustedes ya ni piedras tienen y van a la guerra sin más armas que las mentadas que puedan gritar antes de que pierdan la dentadura. Yo les propongo: sálganse todos por la puerta de Justo Sierra, la que está casi enfrente del estanquillo y la tortería de Catita. Lleguen a sus casas y no platiquen a sus padres lo acontecido para que ni los calienten ni los preocupen. Mañana súbanse a los camiones, visiten mercados, terminales de autobuses, restaurantes, cines y hagan intenso proselitismo: si no logran el apoyo popular, su protesta no sobrevivirá, perecerá de muerte natural en poco tiempo. Dar peleas perdidas de antemano es, sin duda, una acción muy poco revolucionaria” (aquí sí que les caló el izquierdazo). Como había llegado, salí, regresé con el general Vega Amador a pedir un tiempo suficiente para que la muchachada abandonara el lugar. Al día siguiente, 29 de julio, Chucho Salazar Toledano me pidió que fuera por la noche a las oficinas del Regente para que le platicara mi encuentro con los jóvenes. Lo importante de esa reunión fue precisamente la información a la que me referí al inicio. La comentaremos el próximo lunes.

@ortiztejeda