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Perros y clochards
E

ntre la población flotante de París, además de personas sin domicilio, se cuentan bastantes perros. Es difícil hablar de gatos, pues estos inteligentes animales saben encontrar lo que de alguna manera puede considerarse domicilio en cementerios, tejados con chimeneas y zonas boscosas.

En cuanto a los perros sin domicilio, a diferencia de los que vagan en las calles de la capital mexicana, no se trata de perros callejeros que carecen de dueño y deambulan sin la compañía de un ser humano.

Un perro abandonado por su cruel dueño, sobre todo cuando se aproximan las vacaciones, semanas sagradas, cuya supresión haría caer al gobierno, es de inmediato recogido por los servicios especializados y trasladado a alguna guardería donde se buscará quien lo adopte.

Los perros que viven en las calles de París tienen un dueño que también vive en la calle: los llamados clochards, denominados vagabundos celestes por Jack Kerouac. Esta situación beneficia a perro y amo. Además de la barrera que levanta esta unión contra la soledad y la depresión, pues los pasantes tienden a platicar con quien cuida amorosamente un perro, el clochard se asegura unas monedas: el caminante abre generosamente su bolsillo para ayudar con algo de dinero que, tal vez, como decide creer el iluso donador, serán destinadas a comprar alimento para el animal.

Que el clochard prefiera dedicar sus monedas a la adquisición de una botella de vino, no significa que el perro sufra hambre ni desnutrición. Me basta dar unos pasos por las calles aledañas a la plaza Maubert para ver que los perros de los vagabundos no padecen raquitismo alguno y se ven bien nutridos, sin costillas pegadas a la piel descarnada y magra.

Mi paso obligado casi a diario por la plaza, en busca de tiendas de alimentos, una farmacia, un café-bar u otros diferentes comercios, me ha hecho conocida de los clochards que estacionan en las esquinas de las calles. Así, no dejan de saludarme cuando paso a su lado. Los racimos de vagabundos, que se juntan entre ellos para platicar, poseen a veces no un perro, sino dos.

Los animales deben comprender los saludos a causa de una variación en la voz de sus amos al desearme buen día, y mueven la cola mirándome con los ojos entrecerrados, pero sin cambiar su tranquila posición horizontal al pie de sus dueños.

Perros pacíficos, no ladran cuando ven pasar a otro animal de su especie controlado por su propietario con una correa. Guardan un silencio digno incluso cuando algunos privilegiados canes con riendas les ladran de manera provocadora. El perro callejero se sabe amo y dueño de su vasto territorio: la calle. Y no ve la necesidad de declararlo a ladridos.

Hace unos días, apareció un clochard con un perro que llevaba bozal y era mantenido por una correa. Órdenes de la policía, es la ley, responde cuando pregunto por qué el bozal. Un perro de su tamaño y su fuerza podría atacar... Nunca se sabe, aunque el condicional del verbo sea más obligatorio que la rienda.

La compañía de un perro no es siempre desinteresada. A los clochards les gusta vivir libremente en la calle. Para evitar ser recogido por los servicios de auxilio, un perro es decisivo. Ningún agente puede dejar al can sin alguien que lo cuide. Como no es evidente encontrar un ángel guardián de perros y los agentes no van a molestarse buscando ese ángel, el clochard es libre.

Otros perros de la calle pertenecen a mendigos supuestamente sin domicilio. Mucho se ha escrito sobre sociedades de mendigos, parte de bandas de delincuentes o de servicios policiacos secretos. Dumas hace de Bonacieux, marido de la amada de D’Artagnan, el soplón jefe de mendigos que trabaja para Richelieu.

En el escenario teatral de la vida, una pierna amputada y un perro famélico dan más beneficios a un mendigo que dos piernas completas y un perro bien nutrido. Si un perro pudiera escoger entre riendas, mendigo y clochard, ¿qué escogería? No se olvide que los animales se parecen a... quien los escoge.