Opinión
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Privatización de servicios públicos
E

n la época que, según el esquema del presidente López Obrador, podríamos llamar pre-neoliberal, el Estado Mexicano llegó a exagerar un poco con las llamadas nacionalizaciones de empresas. Hubo algunas, creo que la mayoría, que resultaron incontrovertibles: la petrolera, la eléctrica, la telefónica, etc. En otras varias no fue necesario el trámite de nacionalización porque ya nacieron en el seno gubernamental.

Algunas privadas lo fueron porque Nacional Financiera invirtió en ellas para evitar que cerraran y quedara de patitas en la calle una cauda de trabajadores. En éstas hubo pocos éxitos y muchos fracasos: dentro de los primeros está la famosa fábrica de bicicletas (Bimex), que reportó utilidades en manos oficiales, pero uno de los desastres mayores fue el que resultó de la ensartada de un señor Balsa con su gran cadena hotelera…

Sin embargo, podemos decir que aquellas que ofrecían servicios públicos en general trabajaron con mucho decoro. Bien se decía que el servicio público no puede funcionar nunca bien si se convierte en empresa privada.

Un ejemplo no tan pequeño: cuando se concesionó la recolección de basura en el área metropolitana de Guadalajara, lo que había marchado razonablemente bien derivó en un desastre. De entrada, la empresa ofreció emplear un determinado número de camiones recolectores para cada municipio del área y el resultado fue que el número de uno solo tuvo que atender también a los otros tres.

Recuerdo el buen servicio de Telmex, que nunca tardó más de dos o tres días en atender un llamado por avería, en tanto que el actual nos ha hecho esperar con frecuencia varias semanas, porque carece de personal suficiente y ahorra en la nómina.

Podría seguir la relación de nefastas privatizaciones de esta época neoliberal o especie de neoporfiriato, pero haré escala nada más en los aeropuertos de que puedo hablar con propiedad por el uso muy frecuente que he hecho y hago de ellos: Guadalajara, Puerto Vallarta y Tijuana. Los tres regenteados por el llamado Grupo Aeroportuario del Pacífico.

Dada mi avanzada edad recuerdo muy bien cuando era una empresa pública y el feo cambio que se resintió cuando pasaron a propiedad de gachupines… Luego luego se echó de ver, al extremo de que el propio gobernador de Jalisco declaró una vez, categóricamente, que era un aeropuerto de porquería: una especie de centro comercial donde lo que menos importa son los viajeros y, en especial, quienes van a despedirlos o a recogerlos.

En los tres se echa de ver que el principal objetivo es medrar.

Pero el servicio técnico también deja muchísimo que desear: se esperaron a acumular pingües ganancias antes de hacer ampliaciones y mejoras, lo mismo en el área técnica que social, además de que, en lo que se refiere al servicio, en la pista con frecuencia se ahorran el uso de pasillos eléctricos y se producen severos retrasos en el descenso, porque no hay suficientes camiones para mover pasajeros, además de que, por lo mismo, éstos deben de culminar su viaje en verdad hacinados como sardinas.

Creo que convendría que los pasajeros se enteraran de cuánto paga cada uno por el uso del aeropuerto, que se contrapone sobre manera con la calidad del servicio.

Es un buen augurio que el señor Presidente empiece a ver la forma de que tales instituciones vuelvan a ser un verdadero servicio público.