Opinión
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Joel Aquino, el sabio de la Sierra Norte
J

oel Aquino conoció a Lucio Cabañas en 1971. Lejos de su natal Yalalag, Oaxaca, era maestro de primaria en la zona metropolitana, militaba en la Liga Comunista Espartaco y usaba el sobrenombre de Benito. Ese día, Vicente Estrada le llevó al guerrillero al cuarto donde vivía.

Aunque Lucio no le dijo quién era, le preguntó: ¿Qué piensas hacer, Joel?

El zapoteco respondió: Seguir estudiando. Quiero estudiar matemáticas, que es lo que me gusta, e historia. Ya fui a ver a la Escuela de Antropología.

El guerrerense lo atajó: Mira, Joel, el movimiento necesita muchos activistas. Con lo que sabemos es más que suficiente. Yo terminé la normal. Tú ya terminaste la normal. Tienes lo suficiente para embarcarte en las comunidades y hacer conciencia. Lo que más importa en este momento es crear conciencia.

El oaxaqueño recuerda: “Platicamos largo rato. Nunca habló de lucha armada. Me contó su experiencia. Me dijo: ‘Tuve oportunidad de ir a Checoslovaquia. No acepté. No quise traicionar a mi gente, me quedé y por eso estoy trabajando’”.

Joel entendió el mensaje. Al poco tiempo, ya como parte de la Seccional Ho Chi Minh, se volvió militante de tiempo completo. ¿Por qué no te incorporas de una vez?, le preguntaron Vicente y Plutarco Emilio García. “Y ni modo –confiesa Benito– tuve que abandonar todo y me fui a Oaxaca. Mi trabajo era entrevistar y organizar a maestros, a estudiantes y a ferrocarrileros.”

Aquino nació el 14 de julio de 1948, en Yalalag. Su padre era campesino y comerciante. En esa época no había escuela primaria en el municipio. Así que, con menos de seis años, lo llevaron caminando a Oaxaca, porque no había carretera.

Llegó, junto con su hermano más grande, a casa de una maestra normalista muy cristiana, amiga de su papá. Hablante de zapoteco de la sierra, unas ancianitas le enseñaron sus primeras letras con el silabario. En menos de tres meses aprendió. Inscrito en primer grado en la escuela Gregorio N. Chávez, ya sabía leer y escribir. Duró apenas dos años. No le gustó y regresó a su comunidad.

En Yalalag, Aquino se encontró con que la comunidad había levantado heroicamente la escuela, apoyándose en profesores de Lachatao. Terminó allí la primaria, estudiando un libro de texto elaborado en la época del general Cárdenas, en el que se hablaba de campesinos, obreros, sindicatos, de la lucha por la tierra, de lo que hace un maestro rural al llegar a una comunidad, del 1º de mayo.

Poco después, se puso en pie la primera secundaria en la Sierra Norte, con la influencia de maestros egresados de las normales rurales y en la época de la revolución cubana. Tiempos convulsos. “La autoridad –recuerda Joel– estaba armada. Sabía que podía recibir una agresión del cacicazgo. Solamente así pudieron trabajar.” Le dieron a leer discursos de Fidel Castro, Escucha, yanqui, de Wrigth Mills, y El agua envenenada, de Fernando Benítez. Le quedó clarísimo de qué se trataba el imperialismo. Después, complementó su formación leyendo a Mao-Tse tung.

En la ciudad de Oaxaca se inscribió en la Escuela Normal Urbana Federalizada. Estudió marxismo con Moisés González Pacheco y participó en el movimiento estudiantil de 1968. Terminó su carrera normalista en la Ignacio Manuel Altamirano, de la Ciudad de México. Comenzó a enseñar a cinco minutos de la colonia donde vivía: la Anáhuac.

Alejado de la izquierda tradicional, Benito se volcó a organizar la lucha indígena en su región. Para apoyarla, construyó una impresionante red de relaciones. El doctor Ignacio Madrazo y su esposa aprovechaban sus descansos para brindar atención médica a los habitantes. Luchadores excepcionales como Mónico Rodríguez, colaboraba tanto en diseñar la estrategia para tomar el palacio municipal de Yalalag, como fabricando en su torno en Chiconcuac procesadores productos agrícolas. Con el líder mixe Floriberto Díaz entabló una profunda y fructífera amistad.

Impulsor del comunalismo con el profesor Juan José Rendón, que trabajó ocho años en Yalalag en la lectoescritura del zapoteco y en elaborar magníficos carteles sistematizando la experiencia organizativa, Aquino reivindica el derecho de autodeterminación comunitaria, como parte de la libre determinación y autonomía de los pueblos. La propuesta es su traducción, al ámbito de los pueblos, de la experiencia de autodeterminación obrera y lucha sindical independiente que conoció.

Cuenta Benito: “Me narraban lo que pasó con Vallejo, con Jaramillo, con Zapata. Con Renato Ravelo trajimos a Yalalag a un grupo de campesinos ya grandes, de 80 años, de donde son originarios los que participaron con Emiliano Zapata. Algunos habían sido guerrilleros zapatistas. Allí, uno de ellos, don Víctor, nos dijo: ‘Está buena la tierra para hacer siembras de sandía y melón. Vamos a bombear el agua del río’. Se compró una motobomba. Él fue el maestro, junto con otros jóvenes y un jaramillista que estuvo ligado con Lucio. Nos enseñó a hacer los surcos para la alfalfa. Se sembró, también, sandía, melón y cacahuate. A partir de ahí, se construyó la idea de la lucha por la autosuficiencia alimentaria comunitaria”.

Joel recuperó lo sucedido en Yalalag en los últimos 100 años, mediante los relatos de los ancianos. Gracias a esa escucha sistematizó en qué consistía el derecho de autodeterminación comunitaria; qué exigían los pueblos; qué significa el tequio; qué implica el servicio comunitario; qué importancia tiene la asamblea y qué papel juega el consejo de ancianos. Encarrerado, conceptualizó el valor cultural, ideológico y político de la milpa.

En plenas conmemoraciones del 12 de octubre, es bueno recordarlo. Cargando sobre sus hombros toda la vida las palabras que Lucio Cabañas le dijo en 1971, sobre embarcarse en las comunidades y hacer conciencia, luchador incansable por su pueblo, siempre sospechoso para el poder, en ocasiones preso y perseguido, Joel Aquino, el sabio de la Sierra Norte, es una figura imprescindible del movimiento indígena en México.

@lhan55