Opinión
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Dos guerras
S

e cumplen 50 años de la guerra del Yom Kippur y dos días del ataque de Hamas, en otro día relevante para la cultura judía, el Simjat Torá. Las imágenes de civiles, ciudadanos de Israel, siendo masacrados y sus cuerpos llevados como trofeos por milicianos de Hamas, le han dado la vuelta al mundo como preludio de un nuevo capítulo de esta guerra sin fin. La franja de Gaza ha sido y es la cicatriz del mundo, herida histórica, cultural, y ahora también mediática. Lo digo porque basta echar un ojo a las redes sociales, para ver cómo se conforman bloques de pensamiento sesgados por la ideología, cerrados a la realidad del otro, del oponente, del adversario, del diferente, que rayan en la paranoia y la contradicción y que abonan en un conflicto pareciera interminable.

Así, en Twitter, ahora llamado X, a la condena global por el asesinato de civiles, por el ataque sorpresivo a población indefensa a cargo de Hamas, viene la defensa ideológica, partisana, irracional, de estas cuentas anónimas, o abiertamente fanáticas, que defienden todo, absolutamente todo, anclados en la historia de David contra Goliath. En esa narrativa, que corre como pólvora por las redes, que incendia la pradera con toda intención, la acción de Hamas está justificada por la ocupación de su territorio, por la fuerza que el ejército de Israel ha utilizado a lo largo de los años en la Franja de Gaza, y la disparidad de las capacidades bélicas de una parte y otra.

La venda ideológica les hace imposible ver la verdad. La ceguera los lleva a justificar el terrorismo, la violencia y la premeditación, como medio político. Borran todo espacio de entendimiento lógico, toda posibilidad de entendimiento del otro, en esta lucha maniquea de posiciones y reclamos históricos.

Y hablo de bloques de pensamiento porque las mismas cuentas en redes sociales, las mismas opiniones anónimas o abiertamente fanatizadas, defienden en bloque una idea que suele contradecirse política e históricamente. Así, el enemigo es el sionismo judío opresor, o Zelensky frente a los rusos, o los chinos frente a los estadunidenses. En todos los casos, hay un dejo de nostalgia por el mundo bipolar del siglo XX, y una falta de interés por entender la dinámica de cada conflicto o coyuntura. La conclusión suele ser la misma, apelando a una razón de primero en tiempo, primero en derecho: Rusia puede invadir Ucrania porque ésta le perteneció; Hamas puede atacar a Israel porque es un Estado que se conformó sobre su territorio terminada la Segunda Guerra Mundial. Con ese simplismo histórico, podrían justificar –y no dudo de que así lo hagan– que México debería recuperar Texas y la alta California, valiéndose de cualquier medio. Así de elemental suena el argumento.

El mundo está en conflicto. Pero esta, la de la información, la desinformación y el desinterés por la verdad, es otra guerra, una nueva y que apenas empezamos a entender. El resultado de ambas, de la guerra en cada esquina del orbe, y de la guerra por la verdad, es una sociedad polarizada, dos bandos y múltiples temas. No importa si es Trump y el asalto, el capitolio, el uso de vacunas contra el covid, la invasión a Ucrania, la globalización o el conflicto árabe-israelí; no hay puntos medios, no hay espacio para escuchar o tratar de entender, no hay ánimo de acercar posiciones, sino una constante voluntad de probar que el otro, la contraparte, debería ser borrada del mapa y de la historia.

Las dos guerras parecen encenderse a medida que pasa el tiempo. Esta polarización es campo fértil e incentivo claro para posiciones políticas radicales. La de la información será aún más delirante si X suaviza sus políticas respecto a opiniones en su plataforma. Cuando la verdad es irrelevante, cuando se sustituye por una firme creencia que puede ser cierta o no, cuando se crean mitos y se repiten en la lógica de Goebbels hasta causar el efecto deseado, la sociedad da un paso más hacia el conflicto.

Hoy el escenario es Israel, atacado de tal forma, que la condena a los hechos perpetrados por Hamas debería ser unánime. Pero en nuestra coyuntura, la unanimidad frente a hechos tan violentos es un lujo que un mundo confrontado entre sí no puede darse. Hay demasiados agravios, demasiada distancia entre posiciones, demasiada pólvora regada entre unos y otros, como para esperar, tristemente, que la verdad, la concordia y la paz, tengan una oportunidad pronto.