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Argentina: esperando al eternauta?
U

no. “Era de madrugada, apenas las 3. No había ninguna luz en las casas de la vecindad: la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía frío. El único rumor que turbaba el silencio era el leve rozar de mi pluma sobre el papel. De pronto… un crujido. Un crujido en la silla enfrente mío, la silla que siempre ocupan los que vienen a charlar conmigo.”

Dos. “Qué ruido tan raro... crujió como si alguien se hubiera sentado… En la silla, progresivamente, empieza a tomar forma un hombre que nada tenía de fantasmal. ‘Estoy en la Tierra, supongo’, dijo el hombre. Alcé los ojos y mi mirada encontró la suya […] no he visto nunca mirada semejante. La mirada de un hombre que había visto tanto, que había llegado a comprenderlo todo…”

Tres. Así empieza El eternauta, de Héctor G. Oesterheld (1919-77), historieta con ilustraciones de Francisco Solano López (1928-2011), cuyo primer número apareció en 1957, y que en distintas versiones, ediciones, rediciones, actualizaciones, marcó a fuego un oxímoron: el imaginario crudamente realista (y acaso premonitorio antes que imaginado), de tres generaciones de argentinos.

Cuatro. ¿Ciencia ficción?, ¿metaficción? Sin teorizar sobre el asunto, implícitamente, El eternauta advierte a su guionista (Oesterheld), aquello que algunos filósofos de tomo y lomo anunciaron desde inicios del siglo pasado: el endiosamiento de la tecnología, junto con la evaporación semántica del concepto de ciencia.

Cinco. Obligado por las circunstancias vividas ayer (o hace millones de años), el eternauta es un personaje que de ciudadano común se convirtió en navegante del tiempo, viajero de la eternidad, peregrino de los siglos. Viéndose empujado a luchar, en distintas dimensiones y regiones terrenales (países ricos y periféricos pobres incluidos), donde los enemigos son los Ellos, despiadados entes invisibles que el héroe imagina como humanoides con cabeza de vaca.

Seis. La historia empieza con una explosión atómica en el Pacífico, despidiendo una nube radiactiva que se estaciona sobre Buenos Aires, y precipita una nevada de copos luminiscentes y mortales. Es el anticipo de la invasión extraterrestre de los Ellos.

Siete. Pero nada había acontecido sin incursiones previas del invasor. Porque previamente, en su afán por dominar la Tierra, los Ellos habían implantado en millones de habitantes una glándula de terror que permitía dominarlos y, en caso de rebeldía, segregar un veneno que les chupaba el cerebro.

Ocho. Imposible reseñar, en este espacio, la larga marcha del eternauta en pos de la emancipación. Son 350 páginas de aventuras, enseñanzas y reflexiones complejas que remiten a la realidad argentina, pero que a escala más amplia hablan de la crueldad, la falta de solidaridad, la indiferencia, el egoísmo, el embrutecimiento mediático, el escepticismo, la tristeza programada, la creciente bestialización de las relaciones humanas.

Nueve. Uno de los Ellos se dirige a los humanos, diciendo: “Ustedes, hombres, tienen una sola esperanza de salvación… Si no quieren la aniquilación total pueden entregarse voluntariamente. Haremos de ustedes hombres-robots”.

Diez. El enemigo lleva las de ganar. Sin embargo, el eternauta y Oesterheld se niegan a aceptar el trato, y optan por resistir. Y a contramano de otras historias de héroes con superpoderes que en la ficción y la realidad, importamos a diario (economistas, militares, consultores, filósofos, escritores y filósofos de temporada, empresarios de éxito invariablemente individualistas), ambos concluyen que el verdadero héroe es el héroe colectivo, nunca el héroe individual, el héroe solo.

Once. Otro personaje, un historiador que había envejecido entre libros, papeles y conjeturas sobre las clases de lucha (incluida la de clases), exclama con decisión: Si queremos acabar con el invasor debemos emplearnos todos y bien a fondo. Si no se ataca al invasor ahora, cuando todavía no ha tenido tiempo de establecerse en forma, más tarde no será posible hacerlo.

Doce. La sicoanalista argentina Judith Filc escribió hace unos años que al hablar de la cura sicoanalítica, se sostiene que la recuperación de las huellas del pasado y su elaboración desde el presente es la que nos permite construir el futuro. Para una sociedad, practicar la memoria significa preservar su identidad, porque entender lo vivido como experiencia compartida hace que cada individuo se vea a sí mismo como parte de un todo.

Trece. Escribo a 24 días de los comicios presidenciales en Argentina. Un país donde más de 60 por ciento de la población tiene el cerebro chupado por los Ellos. Por ende, esta historia (quiero decir, la lucha), continuará.