Opinión
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Monarquía y República
L

a visita de Carlos III, rey de Gran Bretaña, a Francia suscitó un entusiasmo general entre periodistas, comentadores y público. La gente se aglomeró tras las vallas para entreverlo en su automóvil a su paso por las calles de París, Saint-Denis, Versalles o Burdeos. La admiración por los monarcas británicos, Carlos y Camila, fue unánime. Cierto, en un pueblo con tanta inclinación a la polémica, no faltaron las críticas... al presidente francés, Emmanuel Macron, quien se atrevió a tocar la mano, el brazo o la espalda del rey. El más leve roce a la persona de la difunta reina Elizabeth II era motivo de escándalo en la prensa inglesa. No sucedió lo mismo con las expresiones físicas de un hombre tan táctil, según señalan los observadores a propósito de Macron, sobre la persona sagrada del jefe supremo de la religión anglicana. Carlos III saludó él mismo de mano a muchas de las personas que esperaban con paciencia tras las vallas.

Desde luego, los momentos más vistos en la televisión, los más comentados, fueron los de la cena de gala en Versalles, a la cual fueron invitadas 160 personas, entre quienes resaltaron sobre todo algunas stars como Mick Jagger, Charlotte Gainsbourg, Hugh Grant, Catherine Deneuve, así como el muy discreto y poderoso Bertrand Arnault, patrón de la empresa LVMH, que dirige el comercio de lujo en Francia y en el mundo. El menú: entrada, plato fuerte, queso y postre concebidos y realizados por distintos chefs étoilés, fue divulgado tantas veces que hizo imposible que alguien pudiera ignorarlo. No sucedió lo mismo con los vinos, cuyos nombres no se hicieron públicos. De inmediato, surgió la suspicacia: se trataba de ocultar a los ciudadanos el costo de esos grandes crudos servidos a 160 personas cuando hay una crisis económica, una inflación galopante y a la gente no le alcanza el dinero ganado con el sudor de su frente para sobrevivir al fin de mes, dar de comer a sus hijos, comprar carne y otros alimentos demasiado caros; al contrario, se intentaba esconder la escasa calidad de los vinos servidos en un banquete ofrecido en honor de un monarca. Si algunos personajes de la izquierda y extrema izquierda, partidario o no del controvertido Jean-Luc Mélenchon, líder de la Francia Insumisa, criticaron los gastos de la recepción, de inmediato se les respondió que con ese dinero no iba a subirse ni 50 centavos el salario mínimo de un mes de los trabajadores. Además, el espectáculo daba esplendor a Francia ante el mundo: todas las cadenas de televisión del planeta transmitían a sus países el acontecimiento. En fin, ¿no era bajo el costo de una magnífica imagen, de la publicidad a los productos franceses?

Uno de los misterios más característicos de la mentalidad francesa es su fascinación y su respeto por el orden monárquico. La Revolución de 1789 hizo decapitar a muchas personas, para empezar al rey, pero no mató la admiración hacia el sistema monárquico que, como sea, había durado ya tantos siglos. La República se impuso, pero no hizo olvidar la Historia anterior, imborrable y presente para siempre en la memoria del pueblo. Cuando el general Charles de Gaulle fundó la Quinta República, existía en el espíritu esta doble contradicción de las voluntades populares. En forma tan clara que logró reunir los principios de la República y buena parte de los principios monárquicos en la nueva Constitución establecida por su poder. En este sentido, el historiador Silvio Zavala señaló que las tradiciones perduran bajo otros nombres: zares y reyes.

Así, los franceses se precipitan hoy en forma voluntaria para ovacionar a Carlos III, lo cual no les impide sentirse profundamente republicanos. Les place ser a la vez uno y otro, eso y aquello, sin lamentar lo que podría parecer contradictorio, pues prefieren considerarlo una añadidura, una visión más rica de las cosas y de la Historia. La modestia no es, acaso, el rasgo principal de su carácter.