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San Agustín y Tecuichpo
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a hemos hablado en estas páginas sobre Tecuichpo, primogénita del gran Tlatoani Moctezuma. Los cronistas de la época la describen como bella y gentil. Era de origen noble por todos lados, ya que su abuela fue hija del legendario gobernante texcocano Nezahualcóyotl. Fue esposa, sucesivamente, de Cuitláhuac y de Cuauhtémoc.

Muchas barbaridades hizo Cortés durante la conquista; sin embargo, tuvo la decencia de reconocer generosamente a los indígenas que le habían ayudado y a los descendientes de los que no sobrevivieron, como fue el caso de Moctezuma, a quien siempre le guardó agradecimiento.

A Tecuichpo, que se dice era la hija favorita del soberano, le otorgó la encomienda de Tacuba, que era inmensa y tenía de las mejores tierras de la cuenca.

Tras la conquista la bautizaron con el nombre de Isabel, y Hernán Cortés la casó con un español llamado Alonso de Grado. Al año del matrimonio la princesita enviudó. El conquistador se la llevó a su residencia de Coyoacán y engendró una hija con ella. Después la volvió a casar con otro peninsular, Pedro Gallego de Andrade, y tuvieron un hijo; nuevamente viuda, contrajo nupcias con Juan Cano y en total tuvo siete vástagos.

Se sabe que Isabel fue muy generosa en otorgar donaciones a distintas causas, entre otras, para la edificación del convento y templo de San Agustín.

La orden de los agustinos llegó a la Nueva España en 1533. Les habían precedido los franciscanos y los dominicos, que se establecieron en los mejores sitios de la ciudad, por lo que les tocó un paraje llamado Zoquipan, que en náhuatl significa en el lodo, pues se trataba de un terreno pantanoso, lo que dificultó enormemente la construcción del recinto.

A pesar de que el rey Carlos V ordenó que se les dieran las rentas del pueblo de Texcoco para la edificación, fueron insuficientes, ya que los hundimientos constantes obligaron a que se rehiciera varias veces.

Ahí entró al rescate doña Isabel y finalmente se logró concluir, y en el siglo XVIII alcanzó su máximo esplendor, siendo una de las construcciones conventuales más grandes y opulentas.

En 1861, a partir de la aplicación de las Leyes de Exclaustración, cuando los agustinos fueron obligados a abandonar las instalaciones, comenzó su deterioro. El convento y noviciado fueron derribados, los altares de la iglesia que eran unas joyas barrocas, fueron desmontados y la sillería del coro, una auténtica obra de arte con 254 pasajes del Antiguo Testamento, exquisitamente labrados por el escultor Salvador Ocampo, fue vendida; afortunadamente, una parte se conserva en el salón conocido como El Generalito, en el antiguo Colegio de San Ildefonso.

Desde los años 30 del siglo XIX se había hablado de la creación de una Biblioteca Nacional, que se formaría con los fondos de los conventos. En 1867 se decidió acondicionar el templo de San Agustín como sede de la biblioteca y después pasó a manos de la UNAM; hace varias décadas se trasladó a Ciudad Universitaria.

El recinto permaneció cerrado durante mucho tiempo, ya que padecía un severo hundimiento, lo que, como ya vimos, está en su destino desde su nacimiento en el pantano. Ahora lleva muchos años en restauración y ha habido importantes hallazgos.

Recientemente, las investigadoras del INAH Sandra Muñoz Vázquez y María de la Luz Moreno revelaron que en las excavaciones que se llevaron a cabo entre 2018 y 2020 encontraron restos óseos de al menos 10 individuos asociados con la realeza mexica.

Uno se encontraba dentro de un ataúd de madera, junto con anillos, alfileres de plata y adornos de cobre, así como diversas piezas de cerámica prehispánica y posterior.

Existe información histórica de que doña Isabel pidió ser enterrada en San Agustín, por lo que no es aventurado pensar que sean sus restos. Otro dato significativo es que están en la Capilla con Nervaduras, que –según Muñoz– es la única que tiene ese tipo de decorado que es muy tradicional para el uso iconográfico de los mexicas, como conchas y caracoles labrados en cantera. Añade que la tradición oral ha sostenido que los descendientes de Moctezuma II iban a danzar frente a esta capilla...

Para recordar el encuentro de las dos culturas que representó Tecuichpo, vamos a la cercana Casa del Pavo, la emblemática tortería en la calle de Motolinía 40. Como es de esperarse el pavo es el rey, sea en tortas o tacos, pero también hay de bacalao, lomo, chorizo y pierna, todas suculentas y con sus clásicos chilitos en vinagre a un lado.