Opinión
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La renovación partidaria
E

l proceso social, político e ideológico que conduce a la próxima sucesión presidencial nos está confirmando la necesidad imperiosa de transformar el obsoleto subsistema partidario mexicano, a un diferente modelo de organización colectiva. Esta renovación del poder conlleva un potencial de cambio y de transformación más importante que todas las elecciones previas.

De acuerdo con varios autores, en materia de partidos políticos sobreviven históricamente sólo aquellos que logran superar positivamente la separación o desaparición de sus líderes políticos fundadores.

En el caso mexicano cunden los ejemplos negativos: el Partido Liberal Mexicano no pudo trascender sin la presencia de Ricardo Flores Magón; el Partido Liberal Constitucionalista no logró figurar a la muerte del general Benjamín Hill; el Partido Laborista Mexicano sucumbió al igual que su líder Luis N. Morones. El Partido Comunista, no sólo fue víctima de su resistencia a participar electoralmente en la renovación periódica de los gobernantes, sino también a la persecución de que fueron objeto sus líderes fundadores (M. N. Roy, José Allen, entre otros).

En el México de la posrevolución, ante una compleja realidad política regional se intenta construir el moderno edificio de la democracia representativa, a través de partidos. Las consecuencias inmediatas producen en las décadas 1920 y 30, la mayor experiencia histórica de un México heterogéneo, plural, diferenciado regionalmente con deseos enormes de modernizar la vida pública. Así, entre 1917 y 1945 se registran a escala nacional más de 700 partidos. Como sabemos, su existencia fue efímera, pues se prefirió construir un modelo de partido de Estado y dejar de lado la experiencia partidaria regional.

El presidente Calles construyó un partido oficial que fue enfrentado desde finales de 1939 hasta el inicio de 1989 por una organización de derecha (PAN). Desde este último año ambas fuerzas son aliadas, pero ahora viven la indecisión de fusionarse en un nuevo partido. PRI y PAN son los únicos partidos de la historia mexicana que sobrevivieron a la desaparición de sus fundadores, pero en este momento viven la agonía política. Les urge una reforma profunda o alguno perderá el registro el próximo año.

Por cierto, entre 1991 y 2018, 25 partidos no lograron sostener su registro. Otros, como PVEM, PT, MC y PRD, tienen vida artificial gracias a una serie de soluciones negociadas con personas, grupos e intereses de organismos como PRI y PAN, además de empresarios regionales y, sobre todo, al modelo presidencialista de años pasados.

Con distintas estructuras, con los métodos de actuación propios de cada momento y lugar. Con fundamentos ideológicos, no siempre producto de alguna teoría científica, sino que van variando de manera pragmática con el correr del tiempo. Con las transformaciones sociales que esto trae consigo, los partidos políticos son, desde el México posrevolucionario y hasta hoy, y, por lo visto, lo serán por mucho tiempo según todos los indicios, actores privilegiados y fundamentales en la lucha por el poder público. Por ello, les urge una profunda renovación.

Sobre todo, porque el voto del próximo año tendrá un impacto directo no sólo en la elección del titular del Ejecutivo federal, sino que si Morena logra obtener la mayoría calificada en el Congreso se reformulará la integración del Poder Legislativo y se transfigurará al Poder Judicial.

Por lo anterior, el caso de Marcelo Ebrard es patético. El hombre no alcanza a percibir que sin Morena no es nadie. No es un líder político que pueda construir un nuevo partido. Morena, pese a todas las dificultades, se consolida gradualmente como el único partido moderno. La creación de novedosas estrategias para elaborar un programa de trabajo para el próximo sexenio y seleccionar candidaturas con arraigo territorial, lo aleja evidentemente, de todos los vicios de los partidos con registro vigente.

Ebrard no entiende un objetivo básico de la transformación actual: evitar que la historia se repita con las perversiones del dedazo o el influyentismo.

El gobierno de AMLO está muy fortalecido, la disminución de la pobreza está avanzando, la corrupción es el enemigo político y social. Ebrard se enfrenta a un partido consolidado numérica e ideológicamente en toda la República. A un partido que no fundó y, que después de nueve años está plenamente afianzado y con enormes recursos humanos.

* Sociólogo e historiador. Investigador titular del IISUNAM