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Ferrocarriles privatizados // Zedillo y su cuento de hadas // Acabó con 150 años de historia

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▲ Primer recorrido de prueba del Tren Maya de Campeche rumbo a Mérida, Yucatán, con el presidente Andrés Manuel López Obrador y una pequeña comitiva a bordo. Fue notable en entusiasmo de la gente en los lugares que visitó.Foto Presidencia
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e baja de uno para subirse al otro y a la siguiente semana el presidente López Obrador hace lo mismo con miras a que rápidamente la nueva cara de los ferrocarriles, propiedad de la nación, esté al servicio de los mexicanos y retome el transporte de pasajeros, el cual, de un plumazo, desapareció (léase privatizó) Ernesto Zedillo, quien tuvo la brillante idea de enterrar al monopolio del Estado en este renglón para entregar la red ferroviaria a un oligopolio que la utiliza para transportar mercancías.

Así es: mediante un decreto, quien posteriormente sería empleado de uno de los consorcios beneficiados por la citada privatización, decidió que en este país los ferrocarriles dejaban de ser estratégicos y pasaban a ser prioritarios, con lo que dio luz verde al capital privado para que entre unos cuantos se repartieran el pastel en este como en tantos otros sectores privatizados durante el periodo neoliberal. Desde luego, Zedillo se los entregó limpios de polvo y paja, porque la deuda de la paraestatal Ferrocarriles Nacionales de México, íntegra, la asumió el gobierno (léase se la endilgó a todos los mexicanos, como en el Fobaproa).

Como bien lo dijo ayer el presidente López Obrador, estos irresponsables (con Zedillo a la cabeza) de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos acabaron con 150 años de historia de los ferrocarriles nacionales y tras la desaparición del monopolio del Estado dos grupos se quedaron con el pastel completo, no sin antes cancelar el servicio de pasajeros, el cual atendía a cientos de poblaciones diseminadas por la geografía mexicana.

Se ve al presidente López Obrador subiéndose al Tren Maya (más de mil kilómetros de vía) y hacer recorridos de prueba para la ruta, sólo para bajarse y abordar el Tren Transístmico (alrededor de 300 kilómetros) y repetir el numerito con El Insurgente (dejado en el olvido por Enrique Peña Nieto y retomado por la presente administración), porque los tres deben estar en pleno funcionamiento antes de que deje Palacio Nacional. Lo ha reiterado: no podemos dejar obras inconclusas, porque significa dejar tirado dinero del presupuesto, que es del pueblo. No se puede actuar de manera irresponsable. No es porque fue otro gobierno, no, el gobierno representa a todo el pueblo.

Como en tantas otras decisiones, Zedillo quiso vender un cuento de hadas con la privatización de Ferrocarriles Nacionales de México, pero lo cierto es que las empresas ganadoras (una de ellas del tóxico barón Germán Larrea, que controla alrededor de 60 por ciento del negocio) sólo han obtenido pingües ganancias prácticamente con el mismo número de kilómetros de red que recibieron, pues 28 años después de dicha privatización, la red ferroviaria en el país a duras penas se incrementó 1.1 por ciento, al pasar de 26 mil 613 kilómetros en 1995 a 26 mil 914 en el primer semestre de 2023, es decir, 301 kilómetros adicionales (0.039 por ciento de crecimiento) en casi tres décadas.

Y como parte de ese cuento de hadas, Zedillo cacareó que con la privatización a México llegaría una catarata de inversión con la que el tendido de vías crecería de forma exponencial, dada la generosidad de las concesiones otorgadas (50 años, renovables). De hecho, fue el mismo sobado discurso utilizado para justificar todas las privatizaciones efectuadas por los seis gobiernos neoliberales. Eso sí, lo único que ese nefasto personaje garantizó fue una chamba para sí y muy bien pagada por una de las ganadoras (Union Pacific).

El sube-baja aún no concluye: seguirá viéndose a López Obrador descender de un tren para abordar otro una y otra vez hasta su pleno funcionamiento. Bienvenidos el Tren Maya, el Transístmico, El Insurgente y los que se acumulen.

Las rebanadas del pastel

Histérica, la banda fascista se retuerce porque un contingente del ejército ruso marchó en el Zócalo, es decir, hizo lo mismo que en tiempos de Borolas. ¡Pero el contexto es diferente, porque en 2010 Rusia no estaba en guerra!, grita rabiosa. Bueno, para el contexto: ese año también participó un contingente del ejército de Estados Unidos, país que en ese momento –sin olvidar su historia intervencionista– seguía destrozando a Irak y Afganistán, ambos invadidos, y además tenía (tiene) el fusil activo en medio planeta. A pesar de ello, los fachos aplaudieron emocionados. Ese es el contexto… Felicitaciones a La Jornada por sus primeros 39 años de existencia, toda una hazaña. Fuerte abrazo a directivos, accionistas, trabajadores y, desde luego, a los lectores. ¡Salud!

Twitter: @cafevega