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La lección de Allende
V

eo la fotografía en Santiago de los mandatarios latinoamericanos en el encuentro en recuerdo de Salvador Allende. Rostros severos y dignos, cuerpos algo tensos, mandíbulas estresadas, confianza quizá quebrantada pero no rota, voluntad resuelta de seguir adelante contra viento y marea; el sol no brilla a plenitud para nadie. Un futuro luminoso no está a la vista. No lo ha habido en el medio siglo transcurrido desde que la canalla chilena y gringa aplastara el gobierno del presidente socialista. Gabriel Boric no parece encajar del todo en esa foto de la entereza.

Hace nada, la extrema derecha chilena obtuvo una victoria con apariencia de inopinada en las elecciones para la nueva Asamblea Constituyente, que exterminó toda esperanza de una nueva constitución política progresista para Chile. La Constitución de Pinochet de 1981 sigue vigente. Cuánto menoscabo produjo y continúa produciendo la dictadura en la vida de los chilenos. Un daño implacable que está muy lejos de haber terminado. Esa experiencia fue un zarpazo sanguinario que hundió la posibilidad de acceso al socialismo por una vía democrática. La debacle impactó por necesidad a las izquierdas de toda América Latina (AL): la espada de Damocles pende sobre ellas.

Llegar al efímero lapso de gobierno de Allende costó a los chilenos décadas de luchas. Desde finales del siglo XIX, Chile tuvo un movimiento obrero fuerte surgido de las minas de nitrato del norte y de las comunidades textiles y mineras del carbón del sur, que se alió con el Partido Comunista y con el Partido Socialista. A lo largo del siglo XX esos partidos se afanaron por hacerse del poder por la vía democrática y esa fue la ruta que transitó Allende. Su arribo al poder político fue una hazaña que causó conmoción por el mundo, pero no era un rayo caído de cielo despejado; era la historia de la brega continua de esos partidos por conquistar el poder político para gobernar para los oprimidos. El arribo al poder del democristiano Eduardo Frei en 1964 fue parte de ese proceso. Frei realizó algunas reformas moderadas, sostenido por la Alianza para el Progreso, de John F. Kennedy, programa gringo que buscaba alejar el comunismo de América Latina. Las reformas de Frei originaron algún beneficio social pero, en mayor medida, crearon expectativas políticas: más reformas más profundas, eran posibles. De esa atmósfera que tiraba hacia delante nació la coalición de los partidos aludidos, encabezada Allende, que ganó las elecciones en 1970.

Los obreros y los sectores populares vivieron esa victoria como propia. Allende se propuso una revolución pacífica, redistribuir la riqueza, acabar con el control extranjero y el control monopolista de la economía chilena, profundizar la democracia ampliando las formas de la participación de los trabajadores en las fábricas. Nacionalizó la minería del cobre y la banca. En breve lapso llevó a cabo una obra deslumbrante. Los chilenos se enfrentaron a fondo a los patrones por primera vez, los vecinos se organizaron, hubo acciones colectivas para ocupar tierras, construyeron sus casas, querían edificar una nueva sociedad. Eran transformaciones radicales hasta en las formas en que las personas se conciben a sí mismas.

La vía democrática de Allende implicaba un compromiso con el sistema institucional de Chile, incluida la Constitución Política de 1925. Vale decir, el presidente socialista avanzaba a contrapelo de esa institucionalidad. Allende traspasó los límites creados por el marco capitalista de los intereses creados, chilenos y extranjeros, y por el poder político de la oligarquía chilena y el del imperialismo. Todo sucedía pocos años después de la revolución cubana, cuando Richard Nixon abandonaba las reglas de Bretton Woods y la libre convertibilidad del dólar, en busca de reconstituir la operación de la economía mundial. Su decisión y la de la oligarquía chilena fue el zarpazo sin contemplaciones. Le siguió una feroz dictadura militar de 17 años.

Superar la pobreza, la exclusión, la injusticia social de las mayorías en AL, pide a gritos gobiernos socialistas. La de Allende es la experiencia más terrible y, al mismo tiempo, la más valiosa para la reflexión sobre el espacio real para las reformas en un marco capitalista nacional e internacional en cambio geopolítico acelerado, aunque en declive. La indagación sobre lo posible y las vías para ir más allá del núcleo duro del marco dominante, es el reto permanente de las izquierdas de AL.

Boric redujo su discurso del 50 aniversario del golpe de Estado, a un llamamiento sobre la democracia y los derechos humanos. No fue de su interés el alto valor de la lucha de los chilenos y de Allende para sacudirse el yugo imperialista. Allende trataba de cambiar un orden de inmensos beneficios a las corporaciones extranjeras y a la oligarquía local que provocaba (provoca) la pobreza sostenida y una desigualdad sin par en América Latina. El gobierno de la Unidad Popular había querido cambiar esa situación: es la lección que nos toca proteger; otra sociedad es posible.