El instituto abrió su Caja de las Letras para resguardar pertenencias y textos de los autores centroamericanos, por conducto de los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli
Martes 19 de septiembre de 2023, p. 2
Madrid. La Caja de las Letras del Instituto Cervantes, que se ha convertido en una cápsula del tiempo
que resguarda el legado de escritores y artistas de Iberoamérica, recibió objetos, libros y manuscritos de tres importantes autores centroamericanos: el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, la poeta salvadoreña Claribel Alegría y el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, presente en la ceremonia.
El director del Instituto Cervantes, el poeta español Luis García Montero, lamentó que el régimen totalitario de Daniel Ortega
en Nicaragua haya perseguido y vilipendiado a dos de sus autores del siglo XX : Cardenal, que murió en 2020, y Alegría, quien falleció en 2018.
En el contexto de un festival literario sobre Centroamérica, el Instituto Cervantes abrió la Caja de las Letras, bóveda acorazada de su edificio central, que antes era banco, cuyas antiguas cajas de seguridad, donde se guardaban joyas o documentos valiosos, convirtió en sitio para resguardar bienes de escritores y artistas. Los responsables de entregar el legado de Ernesto Cardenal y de Claribel Alegría fueron los escritores nicaragüenses Sergio Ramírez y Gioconda Belli, respectivamente, también perseguidos por el régimen de Ortega, quien no sólo los declaró apátridas y traidores, sino además les expropió propiedades, donde tenían sus cosas personales, sus libros, sus recuerdos...
De ahí que en sus palabras iniciales, el director García Montero denunció al régimen totalitario de Daniel Ortega
, que también se ensañó con los dos escritores que dejaron su legado y que sufrieron hasta el día de su muerte los ataques y las descalificaciones de ese régimen.
Sergio Ramírez, Premio Cervantes, entregó el legado de Ernesto Cardenal: su boina vasca o txapela, los lentes que utilizaba en su vida diaria y una cajita de versos, entre ellos los últimos cinco poemas que escribió antes de morir, en los que evocaba su poesía cósmica y reflexionaba sobre Dios, la vida y la muerte.
Ramírez recordó que fue vecino de Cardenal durante 40 años, en la que ellos llamaban la calle de los Chilamates, en Managua, barrio de poetas, donde también vivían Claribel Alegría, Vidaluz Meneses y Daisy Zamora. Ramírez relató cómo “a veces lo encontraba de rodillas en el suelo con los versos mecanografiados en su máquina portátil para ordenarlos allí, en el piso, y una vez acomodados de manera definitiva, los mecanografiaba de nuevo, en una tarea de ingeniería verbal, de la quedaban sobrantes útiles para nuevos poemas dentro de una caja. A ésta, cuyo contenido mandó quemar cuando muriera, lo llamaba su ‘computadora’”.
Corazón de lis, alma de querube
Ramírez finalizó su intervención con la lectura de Así en la tierra como en el cielo
, poema de 2018, uno de los últimos que escribió el también autor de Vuelos de victoria (1984), Cántico cósmico (1989) y los célebres poemarios Epigramas (1961) y Salmos (1964).
La poeta y novelista Gioconda Belli entregó el legado de la también poeta Claribel Alegría, quien nació en Estelí, El Salvador, en 1924, pero que pasó la mayor parte de su vida en Nicaragua. Belli la definió como mujer de corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, la mínima y dulce Clara Claribel
, parafraseando a Rubén Darío.
El legado consistió en dos cuencos de mate con sus respectivas bombillas (pajitas de metal), regalados por Eduardo Galeano y por Julio Cortázar; un índice manuscrito del poemario Voces (2014), con una cita de Fernando Pessoa en la página inicial y la dedicatoria a sus cuatro bisnietos, así como un texto escrito por su hijo Erik Flakoll Alegría.
Finalmente, el guatemalteco Rey Rosa legó cinco cuadernos manuscritos, con anotaciones para la elaboración de sus obras: uno completado en Tánger, en 1983, con uno de sus primeros cuentos, La entrega
, incluido en El cuchillo del mendigo (1986); otro cuaderno escrito en Nueva York, en 1996, con algunos de los relatos de la colección Ningún lugar sagrado (1998); dos libretas con el cuento Finca familiar (2006), y uno de los cuadernillos que conforman la novela El material humano (2009).