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La disputa por la educación: la oposición conservadora
E

l clero católico y los laicos conservadores no aceptaban la enseñanza laica ni la exclusión del clero en el proceso educativo definidos por el artículo 3 constitucional. El documento eclesiástico que orientaba su postura era la encíclica Divini illius magistri, sobre la educación cristiana de la juventud, emitida por Pío XI a fines de 1929.

Pío XI señaló que el sujeto de la educación era el hombre, en sentido genérico. Y, como un ser terrenal creado por la divinidad, debía ser abordada su educación. Ninguna pedagogía podía negar su naturaleza, que provenía del pecado original y la gracia. La pedagogía moderna, según el Papa, pretendía dar una autonomía y una libertad ilimitada al niño independiente de toda ley superior, natural y divina. Educadores y filósofos se ufanaban de descubrir un código moral universal de educación como si no existiera el decálogo ni la ley evangélica, lo que en lugar de liberar al niño lo hacía esclavo de su loco orgullo y de sus desordenadas pasiones.

Había, además, un tema central que provocaba el rechazo tajante de la Iglesia: la educación sexual. Al respecto, Pío XI señalaba: Peligroso en sumo grado es, además, ese naturalismo que en nuestros días invade el campo educativo en una materia tan delicada como es la moral y la castidad. Está muy difundido actualmente el error de quienes, con una peligrosa pretensión e indecorosa terminología, fomentan la llamada educación sexual, pensando falsamente que podrán inmunizar a los jóvenes contra los peligros de la carne con medios puramente naturales y sin ayuda religiosa alguna; acudiendo para ello a una temeraria, indiscriminada e incluso pública iniciación e instrucción preventiva en materia sexual, y, lo que es peor todavía, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones, para acostumbrarlos, como ellos dicen, y para curtir su espíritu contra los peligros de la pubertad.

Para el jefe de la Iglesia católica era un grave error no reconocer la fragilidad de la naturaleza humana y olvidar que en la juventud más que en otra edad cualquiera, los pecados contra la castidad son efecto no tanto de la ignorancia intelectual cuanto de la debilidad de una voluntad expuesta a las ocasiones. Para apoyar esta aseveración, citó al padre de la Iglesia, Antoniano, quien en el texto De la educación cristiana de los hijos escribió:

Es tan grande nuestra miseria y nuestra inclinación al pecado, que muchas veces los mismos consejos que se dan para remedio del pecado constituyen una ocasión y un estímulo para cometer este pecado. Es, por tanto, de suma importancia que, cuando un padre prudente habla a su hijo de esta materia tan resbaladiza, esté muy sobre aviso y no descienda a detallar particularmente los diversos medios de que se sirve esta hidra infernal para envenenar una parte tan grande del mundo, a fin de evitar que, en lugar de apagar este fuego, lo excite y lo reavive imprudentemente en el pecho sencillo y tierno del niño. Generalmente hablando, en la educación de los niños bastará usar los remedios que al mismo tiempo fomentan la virtud de la castidad e impiden la entrada del vicio.

Para Pío XI, las escuelas no debían ser mixtas, pues confundían “la legítima convivencia humana con una promiscuidad e igualdad de sexos totalmente niveladora. El Creador ha establecido la convivencia perfecta de los dos sexos solamente dentro de la unidad del matrimonio legítimo… la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en una bien ordenada y disciplinada familia cristiana”. Y, de manera contundente, afirmó:

De aquí se sigue como conclusión necesaria que es contraria a los principios fundamentales de la educación la escuela neutra o laica, de la cual queda excluida la religión. Esta escuela, por otra parte, sólo puede ser neutra aparentemente, porque de hecho es o será contraria a la religión.

Estaba claro: para la Iglesia católica la educación laica era contraria a la religión. Por eso se entendía que otros papas como Pío IX y León XIII hubieran llamado a sus fieles a no llevar a sus hijos a las escuelas laicas, ni a aquellas donde convivieran niños católicos con niños que no lo eran, o que sus profesores no fueran católicos. Pío XI sostuvo: “Es necesario que toda la enseñanza, toda la organización de la escuela –profesorado, plan de estudios y libros– y todas las disciplinas estén imbuidas en un espíritu cristiano bajo la dirección y vigilancia materna de la Iglesia, de tal manera que la religión sea verdaderamente el fundamento y la corona de la enseñanza en todos sus grados, no sólo en el elemental, sino también en el medio y superior”. Y, citando a León XIII, afirmó que había que procurar que no sólo el método de la enseñanza sea apto y sólido, sino que también y principalmente la misma enseñanza esté por entero de acuerdo con la fe católica, tanto en las letras como en la ciencia y, sobre todo, en la filosofía, de la cual depende en gran parte la dirección acertada de las demás ciencias.

Esta encíclica fue hecha suya por el episcopado mexicano, que adecuó sus acciones de resistencia a la educación laica en la década de 1920 y la intensificó en la siguiente, contra la educación socialista.

*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México