a última semana del pasado agosto los habitantes de París y otras ciudades de Francia creyeron que el otoño había llegado anticipadamente porque la temperatura máxima era de 24 grados con suaves lluvias. Pero la primera semana de septiembre y hasta el domingo 10, una ola de calor invadió el país. En París, temperaturas hasta 35-38 grados y mucho más en las amplias avenidas y otras arterias porque el asfalto y el cemento acumularon calor muchas horas por los rayos del sol. Pese a todo, sus habitantes se desplazaron a sus labores, escuelas y otros servicios públicos, mientras cientos de miles de turistas sorteaban de la mejor manera la situación.
Esta vez, a diferencia de hace 20 años, no hubo víctimas mortales. En 2003 por las vacaciones tradicionales del verano se redujeron los servicios sanitarios y numerosas familias dejaron a las personas de mayor edad en el abandono, en pequeños departamentos. El gobierno tomó entonces medidas para evitar otro año fatídico.
Peor la ola de calor en Italia y España los últimos meses: más de 45 grados y en algunas poblaciones las máximas de toda la historia. Calor intenso también en Medio Oriente y el norte de África. Y Grecia, víctima de los peores incendios registrados en Europa. Superaron los de 2019. Comenzaron en Aleksandrupolis y se extendieron hasta las ciudades de Evros, Rodop, Komotini y sus aldeas; los hubo igual en las islas Evia, Andros, Mesinia, Pirgos y Ftiótide. Los habitantes de Tracia Ocidental y de otras regiones tuvieron que abandonar sus hogares. Decenas de miles de turistas, evacuados.
Controlados después de 20 días, el balance de los daños en la economía rural, los pulmones verdes que regulan el clima y en las poblaciones afectadas (algunas muy turísticas), suman millones de dólares. Y luego, otra tragedia: catastróficas inundaciones en el centro del país causaron muchos daños en la infraesctructura pública y privada en las poblaciones afectadas. Murieron 15 personas y unos 4 mil 500 habitantes fueron rescatados para evitar que los torrentes de agua se los llevaran. Cierro el panorama de tragedias que deja ahora el cambio clmático, con los más de 10 mil muertos en Libia por una tormenta generada por el aumento de la temperatura del mar.
En tanto, en México la ola de calor y la sequía no terminan. Más grave que las anteriores. Como siempre, los más pobres las padecen, en especial los de las comunidades rurales. Como en las de yaquis y seris; las de las sierras de Oaxaca, Guerrero, Jalisco, Nayarit, San Luis Potosí, Coahuila, Tamulipas y Chihuaha. Allí los termómetros marcaron más de 45 grados.
Dentro de sus frágiles viviendas, mayor calor. En buena parte por utilizar como techo láminas que se convierten en calentadores solares. Mejor dormir a la intemperie, cuidándose de los alacranes, que abundan. En contraste, cuando llegan las lluvias y el invierno, las precarias viviendas están expuestas a inundaciones y bajísimas temperaturas.
A la fragilidad ambiental y el pésimo estado de los hogares de millones de habitantes del medio rural, se agrega la falta de servicios básicos. El de salud, pésimo, pero muy pronto será como el de Dinamarca. Terrible la falta de agua potable. En Tuxpan de Bolaños, poblado huichol en Jalisco, cada uno de sus cuatro barrios la recibe una vez a la semana. Y no la hay en ninguna escuela rural de México. Pero sí abundan en ellas la comida chatarra y los refrescos, que ocasionan obesidad y diabetes.
Las instancias gubernamentales tienen muchísima información sobre todos estos problemas gracias a 12 censos de población y vivienda y a los ya extintos Instituto Nacional Indigenista y el de la Vivienda. También a la secretaría de Desarrollo Social y el programa Solidaridad. Archivados o destruidos los estudios que hicieron sobre cómo elevar la calidad de vida del medio rural.
Cada sexenio se anuncian medidas para atender a los más pobres del campo y las urbes. Este siglo, en el gobierno del señor Fox muy poco se hizo, pese a que tuvo una encargada de atender a los indígenas y con recursos suficientes. En los de Calderón y Peña Nieto, olvido. También en el actual, cuyo lema es atender primero a los pobres. Sexenios y mandatarios pasan y dejan sin cumplir la deuda que tenemos con los más desheredados.