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La marcha de la economía estadunidense: la octava
N

unca ha dejado de impresionarme el quinto y último libro de la Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Sí, se trata de la última parte en la que nuestro admiradísimo Adam Smith indica los resultados de 11 años de investigación al interior –en las entrañas, subrayo a mis estudiantes como traducción de “… into the nature and causes of…” de la vida material de la Europa de los siglos XVIII y XIX.

Brillante autor, controvertido, irónico, polémico y defensor, sí, del liberalismo, pero inteligente investigador que no merece –de veras que no– ser identificado por su visión tanto de la propensión humana al cambio, como de la muy difundida idea de la mano invisible. Sí, la indicada en el capítulo 2 del libro IV, cuando trata de las importaciones de bienes que se pueden producir en el país.

Siempre sorprenden susreflexiones, por más que muchas –sin duda– sean sujetas de críticas contundentes. Pues bien, en su libro V, el genial escocés da razón de tres reflexiones fundamentales, para su época y para cualquiera: Recuento de los gastos necesarios de la nación y de quiénes deben respaldarlos; análisis de los métodos de contribución de los diversos miembros de la sociedad, y razones y causas del endeudamientopúblico.

¡Nada más oportuno el día de hoy que leer a Smith! Y, sin duda, criticarlo de raíz, como lo hacen no sólo Marx, sino diversos autores, entre ellos Walras y Keynes. En todos los casos se advierte el cuidado que hay que tener con los despilfarradores. Con los que contratan una deuda para pagar los intereses de otra. ¡Nuestros vecinos, sin duda! Aumentan la gubernamental y bajan la privada. Al estilo Fobaproa.

En este contexto, amables lectores me solicitan recordar el endeudamiento de grandes países desarrollados. El que normalmente identifico como miles de miles de millones, es decir, billones nuestros o trillones de nuestros vecinos. Sí, los que deben casi tres veces y media su producto anual. Y ahí –a diferencia de otros desarrollados– la deuda gubernamental es la más importante, poco más de un producto anual. Luego, prácticamente en partes iguales de 75 por ciento, la de los tres sectores principales: financiero, no financiero y hogares. Sorprendámonos del caso de Japón, debe poco más de seis veces su producto anual. Chipre, por cierto, algo similar, y Holanda, cinco veces su producto.

El gobierno y los financieros japoneses prácticamente deben el doble del producto. Los no financieros poco más de un producto anual y los hogares poco más de la mitad de ese mismo producto anual. Hay, además, 10 países que deben prácticamente cuatro veces su producto. En orden descendente Holanda (4.8 veces ), Canadá (4.6), Dinamarca (4.2), Francia (4.2), Suiza (4.2), Suecia (4) y Reino Unido (3.9). Sin embargo, sorprenden los países escandinavos, donde los gobiernos tienen la menor parte de la deuda. Dinamarca, 8 por ciento, equivalente a 36 por ciento de su producto. Finlandia, 19 por ciento, equivalente a 61 por ciento. Noruega, 14 por ciento, equivalente a 42 por ciento. Y Suecia ocho por ciento, equivalente al 32 por ciento de su producto.

Es –sorprendentemente– una característica muy propia de los países nórdicos. En cambio, recordemos que el gobierno vecino concentra la mayor parte del endeudamiento, como sucede en Japón (40 por ciento de la deuda total) y en España (37 por ciento). Pero no en Alemania (25 por ciento). Ni en Reino Unido (22 por ciento) ni en Canadá (16 por ciento). Entre otros casos ¿Qué significa, entonces, que en algunos países los gobiernos asuman la parte más importante de la deuda de sus países? Lo veremos. Y el caso nuestro, también. De veras