El presente texto es responsabilidad estrictamente de su autor. Sin embargo, me basé en el diálogo sostenido durante el mes de julio de 2023 con un grupo de especialistas convocado ex profeso para analizar los aspectos ambientales, del programa Sembrando Vida, en el que participaron Arturo Arreola, Francisco Abardía, Susana Cruickshank, Milton Gabriel Hernández y Juan Manuel Labougle. Se contó también con la participación de Marcelo Loredo, responsable del diálogo por parte de la Secretaría de Bienestar, Julio César Gerónimo Castillo, director de Programas Agroforestales de la Secretaría, Verónica Hernández, coordinadora del PSV para la región de Morelos, así como el personal de campo de dicho programa en el estado, personas de un gran compromiso, conocimiento profundo del programa y de una gran calidad humana. Con todos ellos estoy muy agradecido. Y por supuesto la contribución más significativa fue la de sembradoras y sembradores de los estados de Yucatán, Quintana Roo, Veracruz y Morelos, que han compartido conmigo sus ideas y experiencias respecto al programa. Estoy particularmente agradecido con las Comunidades de Aprendizaje de Hueyapan, Morelos, que nos recibieron en sus biofábricas, cooperativas y parcelas durante la visita de campo de este grupo.
He dado seguimiento desde el principio al Programa Sembrando Vida, porque considero que es justamente el tipo de política pública que hemos demandado y por la que hemos venido trabajando en el campo desde hace décadas.
Son muchas las cosas que me gustan de ese programa, comenzando con la promoción de agricultura campesina comunitaria basada en actividades agroforestales, fertilizantes orgánicos y semillas tradicionales.
El programa cuenta con cerca de medio millón de productoras y productores organizadas en casi 20 mil comunidades de aprendizaje, medio millón de parcelas, casi quince mil viveros comunitarios para la producción de 850 especies de plantas diferentes, entre ellas diversas maderables y frutales, así como la vainilla, el café, el cacao y muchas otras, con diferentes sistemas de riego, y otro tanto de biofábricas para la producción de fertilizantes orgánicos.
Cerca de cuarenta mil jóvenes, además de las quinientas mil sembradoras y sembradores, han participado en el programa, tanto como becarias del programa ‘jóvenes construyendo el futuro’ como personal de campo en temas productivos y organizativos. El programa ha ayudado a recuperar los saberes tradicionales depositados en las personas mayores, que habían sido fuertemente ignorados y abandonados por varias décadas de una actividad agroindustrial orientada al mercado y basada en venenos y monocultivos.
Son decenas de miles de jóvenes que han aprendido a sembrar la tierra, a producir abonos orgánicos, que conocen los ciclos agrícolas, pero que además tienen conocimiento científico y manejan técnicas modernas para combatir plagas, para fertilizar el suelo y para enfrentar el cambio climático.
En cuanto al análisis de las resultantes ambientales del programa, es interesante considerar la contribución del mismo en términos de cobertura forestal, biodiversidad, mitigación ante el cambio climático y su potencial contribución al fortalecimiento de la resiliencia de las comunidades ante fenómenos meteorológicos extremos, tanto asociados a la variabilidad climática local y regional, como al cambio climático global.
El programa se planteó en esta primera etapa la plantación efectiva de mil millones de árboles, (esta meta se ha superado en cerca de un 20 %), lo que directamente se traduce en la captura de varias decenas de millones de toneladas de carbono, que de otro modo estarían acumulándose en la atmósfera. El Dr. Juan Manuel Labougle, especialista en mercados de carbono forestal, y participante en los diálogos, afirma que ese volumen puede llegar a superar la totalidad de los compromisos de mitigación (Contribuciones Nacionalmente Determinadas) contraídos por México ante el Acuerdo de Paris y la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático.
El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC 2022. Potencial de mitigación del Programa Sembrando Vida, rescatado en agosto de 2023 en: https://www.gob.mx/inecc/prensa/potencial-de-mitigacion-del-programa-sembrando-vida?idiom=es ) calcula que, bajo el escenario más conservador y considerando los parámetros del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, el programa Sembrando Vida tiene el potencial de mitigar 17,8 millones de toneladas de gases de efecto invernadero cada año, muy cercanas a los 21 millones de toneladas anuales que se mitigan en todo el Sistema Nacional de Areas Naturales Protegidas.
El programa está próximo a alcanzar la meta de plantar mil doscientos millones de árboles, y tomando en cuenta los sistemas, la organización y el acompañamiento que se da al proceso, se estima que más de un 80% esos árboles sobrevivirán. Es sin duda uno de los programas de restauración ecológica más ambiciosos que se han implementado en nuestro país y en muchos otros lugares del mundo. Su impacto en términos de conectividad ecológica y de promoción de la biodiversidad es sorprendente, como lo es la superficie de suelo en la que se ha recuperado la fertilidad.
Los modelos agroforestales y de milpa intercalada con árboles frutales promovidos por el PSV son modelos campesinos diversos, estrategias complejas, que por un lado fomentan una alimentación suficiente, sana y autónoma, y por otro promueven el arraigo al territorio, la organización campesina, el diálogo intergeneracional, el cuidado del medio ambiente y el amor por la tierra. Y sobre todo son incluyentes, no sólo participan los señores ejidatarios jefes de familia, sino que se promueve muy activa y exitosamente la participación de mujeres, jóvenes, adultos mayores.
Los municipios donde se estableció el programa coinciden significativamente con regiones de alta o muy alta vulnerabilidad ante el cambio climático. Tanto las acciones encaminadas a fortalecer y brindar autonomía en la alimentación familiar local sana, como las acciones relacionadas con el establecimiento de parcelas con bajos insumos externos, diseños agroecológicos como curvas a nivel y terrazas, reducida mecanización y mejoría en la fertilidad de los suelos, así como infraestructura de riego en los viveros, y por supuesto la organización de los sembradores, son acciones que contribuyen de manera significativa a fortalecer la resiliencia de las comunidades ante los cambios climáticos.
También es importante llevar a cabo una reflexión sobre el impacto del programa sobre la fertilidad de los suelos. En cada una de las casi quince mil biofábricas del programa, los sembradores han producido cerca de dos mil litros de biofertilizantes del tipo de los bioles, además de una cantidad aún mayor de compostas. Esto significa la producción de al menos treinta millones de litros de fertilizantes orgánicos, que han ido a parar al suelo en más de un millón de hectáreas, mejorando la fertilidad, recuperando el metabolismo y con esto contribuyendo a revertir el daño provocado por cantidades comparables de abonos químicos utilizados en el pasado
En cuanto a la participación de las mujeres en el programa, es evidente su rol fundamental tanto en la producción como en la organización comunitaria. Su enfoque en la alimentación y la salud de sus familias ha impulsado la producción diversificada y sustentable, contribuyendo así a la agrobiodiversidad y a la seguridad alimentaria. Además, su participación activa en las comunidades de aprendizaje ha fortalecido el tejido social y ha permitido el rescate de saberes tradicionales.
No obstante, el programa enfrenta desafíos en términos de planificación territorial y en la inclusión explícita de indicadores ambientales en su diseño. Aunque su enfoque agroecológico y agroforestal promueve la sustentabilidad, la falta de una estrategia territorial más amplia puede limitar su potencial para establecer corredores ecológicos y promover la conectividad entre los parches de vegetación.
Es importante considerar cómo evitar que el éxito de cultivos como el aguacate, la vainilla o el cacao conduzca a una “rancherización” individual, en la que la orientación hacia el mercado prevalezca sobre la sustentabilidad. Para ello, la organización comunitaria y la visión territorial son cruciales para garantizar que estos cultivos no deterioren el ambiente a largo plazo y sigan siendo una fuente de beneficio para las comunidades.
En resumen, el programa “Sembrando Vida” ha demostrado que, aunque no fue inicialmente concebido como un programa específicamente ambiental, su enfoque en prácticas sostenibles y su impacto en la recuperación del medio ambiente son innegables. A través de la plantación de árboles, la promoción de prácticas agroecológicas y el empoderamiento de las comunidades rurales, el programa se ha convertido en un modelo de desarrollo rural sustentable que demuestra la importancia de la agricultura campesina en la conservación del entorno y en la mejora de la calidad de vida de las personas. Con desafíos por superar en términos de planificación territorial y en la inclusión explícita de indicadores ambientales, el programa tiene el potencial de continuar siendo un catalizador para la transición hacia un futuro más sustentable en las zonas rurales. •