n 1997, 39 personas que pertenecían a la secta Heaven’s Gate murieron por suicidio en California, Estados Unidos. Su líder, Marshall Herff Applewhite, alías Bo o Do, los convenció de que el quitarse la vida los conduciría a una nave espacial escondida detrás del cometa Hale-Bopp. Sus cuerpos fueron encontrados en literas cubiertos con mantas del mismo color –púrpura–, calzaban el mismo tipo y marca de zapatos, y su equipaje estaba a un lado suyo. Confiaron en un líder que los aisló del resto del mundo y creó en ellos dependencia gracias a una narrativa que disfrazó a la mentira de verdad, arma que los convirtió en víctimas de su líder, y de ellos mismos. Todo en nombre de un Dios.
¿Quién cree en algo así?, se preguntó en aquel entonces la opinión pública al leer en las primeras planas la noticia de aquel suicidio colectivo; misma sociedad que en la actualidad sigue cuestionando ese embauque con el que una persona manipuló a 39 más hasta a la muerte bajo la promesa de una vida interplanetaria escondida detrás de un meteoro, pero que no se detiene a observar las manipulaciones actuales.
Emerge desde las tinieblas del arcaísmo una receta que contiene los mismos ingredientes: manipulación en nombre de un ser divino que se comunica exclusivamente con otro –mundano– que es superior, líder, caracterizado por un discurso ultranacionalista y populista al que acompaña con odio, racismo y discriminación. Es agorero y repudia los derechos; está contra la libertad sexual o de que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo. Ve como algo sucio el acto sexual si no se lleva a cabo exclusivamente para procrear, pero protege a sacerdotes pederastas.
Lo anterior forma parte de un extenso discurso que la ultraderecha vocifera encontrando con sus gruñidos cada vez mayor eco. Resonancias que hoy tienen en México el impulso de organizaciones pro fascistas de Europa y Estados Unidos que, incluso, pone en riesgo al Partido Acción Nacional, representante desde hace 84 años de este sector de la población que, junto con los nuevos sermones que llegan en voz del alguna vez actor y cantante, y hoy alfil de Vox y Donald Trump en México, Eduardo Verástegui, es fresa.
Poca memoria parecen tener quienes hace no tanto tiempo sufrieron de las atrocidades cometidas por la ultraderecha durante la primera mitad del siglo pasado. Hoy muchos voltean a verla adormilados mientras enarbola aquellos regímenes y sus postulados a los que suele acompañar con elementos religiosos que se anclan en instituciones antiguas cuyo arraigo cultural es tan añejo como retrógrado.
Resulta inaudito ver que, en pleno siglo XXI, los ultraderechistas encuentran, en distintos continentes ecos que retumban y se amplifican en una amenaza a las libertades, los derechos y la democracia, llevándonos a preguntar, ¿quién y por qué se identifica, hoy, con la ultraderecha? Italia, Hungría, Dinamarca, Suiza, Polonia, Austria, ese Estados Unidos profundo que exclama representar la libertad, pero que la ve como privilegio y no un derecho, y que seguramente llevará –de nuevo– a Donald Trump a la Casa Blanca, entre otras, son naciones en las que la fuerza de la ultraderecha ha seducido a un sector de la ciudadanía ya no minoritaria y de un nivel socio económico alto, sino también a una de nivel de ingreso medio que ha visto reducido su poder adquisitivo debido a distintas crisis, tanto nacionales como globales.
A ellos se les ha hecho creer, a través de estrategias de comunicación política por demás eficaces –con tácticas evangelizadoras–, que las políticas sociales con que los gobiernos de izquierda generan oportunidades de desarrollo, como lo son las becas universales, la apertura de las fronteras a migrantes que representan fuerza laboral, o el garantizar derechos a minorías, beneficiarían sólo a un sector de la población al que se ven ajenos –e incluso repudian– y que representaría además el abandono de acciones que los beneficien a ellos, cuando no es así, sino todo lo contrario. En lo anterior el aspiracionismo, que no es lo mismo que el tener aspiraciones, juega un papel fundamental que los especialistas en manipulación de conciencias, bajo la nómina de organizaciones ultraderechistas, conocen muy bien.
Dios, patria y familia
es la frase con que se promociona Verástegui, ya registrado como candidato independiente a la Presidencia de México en 2024. No se debe olvidar que esa frase, acuñada por el secretario general del Partido Nacional Fascista, Giovanni Giurati, es la misma que se profería al cometer los crímenes de lesa humanidad de aquel régimen criminal.