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Chile a 50 años del golpe

El pinochetismo económico se extendió más allá de los Andes

El cuartelazo del 11 de septiembre marcó el inicio del neoliberalismo
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▲ Una mujer visita la tumba de una víctima de la dictadura militar en el Cementerio Central de la capital chilena.Foto Afp
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Periódico La Jornada
Lunes 11 de septiembre de 2023, p. 5

Santiago de Chile., Lo que ocurrió en Chile hoy hace 50 años fue una tragedia mundial: su onda expansiva se extendió mucho más allá de la cordillera que separa a la nación austral de Argentina y del desierto de Atacama y la puna del norte, que hacen de barreras naturales, con Perú y Bolivia. En 1973, América Latina no era precisamente un remanso de paz política y democracia, pero el cuartelazo del 11 de septiembre de ese año marcó el inicio de un paradigma represivo de nuevo tipo en los países del continente, basado en el exterminio sistemático de opositores, y desembocó en la más emblemática de una nueva generación de dictaduras. Aunque los militares que gobernaban en ambos lados de los Andes se mostraban los dientes por una dudosa diferencia territorial en el fin del mundo –tuvo que intervenir el papa Karol Wojtyla para apaciguar los ánimos en su rebaño–, ambas tiranías se coordinaron para lo sustancial, que era perseguir a sus disidentes por todo el Cono Sur –por medio de la Operación Cóndor– para capturarlos, torturarlos, asesinarlos, desaparecerlos y hasta robarse a los niños que pudieran tener.

Pero el bombardeo al Palacio de La Moneda no sólo significó el inicio de un salto cualitativo en la sistematicidad y la crueldad de la represión en el mundo. En la metralla y las llamas que acabaron con Salvador Allende, con los colaboradores que lo acompañaron en su última batalla y con la democracia a la que defendían, se incubó el pinochetismo económico que hoy conocemos con un nombre mucho más suave: neoliberalismo. Concebido y diseñado en Estados Unidos, al igual que el cuartelazo, ese modelo de reconcentración salvaje de la riqueza sólo podía ser impuesto en un país al que se la habían mutilado los movimientos sociales, la oposición y la disidencia: tras el 11 de septiembre fueron desarticuladas centrales obreras, agrupaciones campesinas, partidos políticos, medios críticos y organizaciones no gubernamentales, y en esas condiciones, aunadas a la omnipresente censura, delación y represión, era imposible organizar una simple manifestación, por pequeña que fuera.

El dogma neoliberal era tan impresentable que su primera aplicación hubo de efectuarse manu militarii. Después llegaría Margaret Thatcher en Gran Bretaña (1976), Ronald Reagan en Estados Unidos (1981) y gobiernos civiles en democracias restauradas de América Latina: Carlos Salinas, Carlos Menem y Alberto Fujimori, entre otros. Europa no se salvó del desastre, con el agravante de que en algunos países del Viejo Continente el pinochetismo económico fue implantado por los mismos partidos socialistas y socialdemócratas que durante décadas habían desempeñado papeles protagónicos en la construcción de los estados de bienestar. Fue una ofensiva en forma contra los derechos, una privatización de todo lo imaginable, un remate corrupto del botín en que se había convertido la propiedad pública. Todo ello ensayado y probado en el Chile de Pinochet, como lo cuenta en su libro El saqueo de Chile María Olivia Monckeberg.

Las consecuencias del cuartelazo de hace 50 años en Chile habría de degradar, en suma, la calidad de vida de millones de trabajadores en América, Europa y Asia, ahondaría hasta lo inimaginable la desigualdad, angostaría la movilidad social, destruiría sistemas de pensiones, contratos colectivos, garantías de salud y educación y legitimaría actos antisociales, como el apoderarse del agua de comunidades y países, convertir la salud y los medicamentos en negocio, eliminar la gratuidad de la educación pública o transferir potestades de gobiernos nacionales a consejos de administración de corporativos extranjeros. En suma: las privatizaciones llevadas a cabo por Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto tienen su génesis en las llamas que consumieron el Palacio de La Moneda.

La dormición de la conciencia

La muerte no es digna de llevarse a la madre de Dios y por eso en los ritos cristianos no se habla del fallecimiento de María: Roma llama asunción a su final en la Tierra y las Iglesias cristianas de Oriente lo denominan dormición. Algo semejante –no es muerte, sino ausencia– trajo aparejado el pinochetismo económico, allí donde fue aplicado, a la ética social. Las exigencias de rentabilidad, competitividad y productividad que el modelo traía aparejadas barrieron con toda consideración de bien común (salvo las seguridades nacional y pública), de solidaridad y de interés colectivo por la suerte de los débiles. Todo lo que no produzca dividendos es superfluo, incluidos los mecanismos públicos de redistribución y movilidad. La población es tratada como un recurso natural adicional y queda sujeta a una depredación análoga a la de los hidrocarburos, los bosques o las aguas.

Tal vez por eso, en Chile la revisión del pasado está sujeta a una previa sanitización de intenciones, narra Genaro Arriagada, pero no condenes ni señales responsabilidades o hazlo, al menos, de manera generalizada. Por ejemplo, Arriagada expresa crudamente en su libro De la vía chilena a la vía insurreccional, que se presentó el pasado jueves 7 en Santiago, que el golpe y el inicio de la dictadura fueron responsabilidades compartidas por los mandos castrenses y por los políticos de la Unidad Popular, empezando por el propio Allende. Torturados y torturadores, desaparecidos y desaparecedores, asesinos y asesinados, todos llevan, pues, parte de la culpa por lo que se ha dado en llamar quiebre democrático. A fuerza de no querer hurgar en el pasado, de no abrir heridas y de no provocar la ira de los antiguos verdugos, se ha terminado por legitimar el pinochetismo, hasta el punto de que el pinochetista José Antonio Kast logró la mayoría de los sufragios en la primera vuelta en la elección presidencial del año antepasado.

Pero ante la indiferencia de la inmensa mayoría, un joven que en 1973 aún no había nacido viajaba ayer en el Metro hacia el centro de Santiago para llevar a la manifestación por los derechos humanos y la memoria el retrato de un abuelo al que no conoció porque lo desaparecieron antes de que él naciera. Queda la esperanza de que muchas de pequeñas grietas como esa acaben por llevar al colapso el espeso cascarón del pinochetismo social.