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Nuestros seres queridos nos hablan a través de los sueños

Viudas de Guatemala calculan que más de 50 mil personas fueron víctimas de desaparición forzada

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▲ Rosalina Tuyuc no ha localizado a su esposo ni a su padre, tampoco a su sobrino ni cuñada. La lideresa kaqchikel, de 67 años, en un centro de votación a finales del mes pasado, en una escuela de Comalapa, Chimaltenango.Foto La Jornada
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de septiembre de 2023, p. 14

Paisajes de Memoria, el monumento a los desaparecidos de la guerra en Guatemala se extiende a la sombra de los pinos y los encinos en lo alto de una colina, en las orillas de Comalapa. Rosalina Tuyuc, fundadora de la Coordinadora Nacional de Viudas (Conavigua) avanza con pasos suaves sobre la juncia, murmura una oración, hace unas señas en el aire mientras se adentra en este espacio sagrado.

Camina hacia un semicírculo de piedras grandes. Son los oídos de la tierra, explica en voz muy bajita. De una bolsa saca manojos de romero y ruda, hierbas limpiadoras, y las siembra en torno a las piedras. La lideresa kaqchikel, de 67 años, ex diputada, ex presidenta del extinto Programa de Resarcimiento, es una pionera en la búsqueda de víctimas de desaparición forzada y una de las más prestigiosas defensoras de derechos humanos de su país.

Al fondo de este predio, que fue parte del Destacamento Militar de San Juan Chimaltenango, uno de los varios sitios donde el ejército guatemalteco cometió crímenes de lesa humanidad, se levanta el Namajay, la Casa Grande, cubierta de hermosos murales. En su interior, los nombres de los desaparecidos de Comalapa, que fueron identificados. En total fueron cerca de 5 mil secuestrados en las aldeas y el casco urbano, que en la década de los 80 tenía como máximo 12 mil habitantes. Sí, confirma Rosalina, esa es la cifra correcta.

A pocos metros, una primera fosa cubierta de musgo. Es una de las 53 fosas que se abrieron en 2003, siete años después de que finalizara oficialmente el conflicto armado.

En un proceso lento y lacerante, los especialistas de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) exhumaron a lo largo de dos años 220 osamentas, apenas una fracción de los más de 6 mil 41 nombres que el organismo tenía reportados en ese momento como víctimas de desaparición forzada. Los informes del arzobispado y Naciones Unidas documentaron 45 mil. Conavigua sostiene que el número supera los 50 mil. En toda la geografía guatemalteca todavía hay familias aterradas que callan.

Cuando terminaron las labores de inhumación en 2005 decidimos dejar tres fosas abiertas para que nuestros nietos y sus nietos vean cómo fue esta historia, dice Rosalina. “Aquí encontraron 14 restos. Eran 13 hombres y una joven. Los hombres estaban bocabajo; tenían restos de vendas en los ojos y ataduras en las manos, todos encima de ella, que habían colocado en una posición indigna. No la logramos identificar.

“En esta otra –baja una suave pendiente hasta la orilla de otra fosa– encontraron a una familia entera. Por el traje de lo que suponen era la abuela y dos nietas, debían de ser de San Martín Jilotepeque. A una niña le faltaba la cabecita. A otra sus dos pies. La tortura…

Y hacia allá arriba, en la fosa más grande, los forenses encontraron sinnúmero de fragmentos de restos humanos calcinados. Suponemos que ahí los incineraban. Más lejos hay un muro gris. El predio contiguo todavía pertenece al ejército. Ahí no consiguieron autorización para la búsqueda. Nos dicen que más allá podrían haber más de mil restos. Lo sabemos porque a los detenidos el ejército los trajo al destacamento; aquí los ejecutaron y enterraron. Pero ya nunca vamos a saber.

Un segundo holocausto

Paisajes de la Memoria fue inaugurado el 10 Q’anil en el calendario maya (21 de junio de 2018), señalado por los kaqchikeles como semilla. Es el único monumento en el mundo dedicado exclusivamente a la desaparición forzada. Hay otros: en Rabinal, Plan de Sánchez, Nebaj, Cobán, además del Memorial para la Concordia en la capital, pero dedicados a todas las violencias. “Porque lo que aquí sucedió –sostiene– fue un segundo holocausto”.

Hay fosas clandestinas en todo el país. Donde hubo destacamentos militares, hay fosas; adentro de las parroquias, cementerios, debajo de las escuelas que se construyeron después. Se han hecho exhumaciones en seis destacamentos, pero hay mucho que hacer todavía. Nosotros no tenemos pisto (dinero) para todo eso. Pero si el Estado se hiciera cargo se podría.

Cuando se realizaron las excavaciones en terrenos comprados al ejército, luego de una larga batalla de Conavigua para lograr la aceptación del Ministerio Público, se recuperaron 220 restos. Fueron llevados al laboratorio del equipo forense que se formó bajo la tutela del reconocido precursor de esta rama de la medicina al servicio del esclarecimiento histórico y los derechos humanos, el estadunidense Clyde Snow.

Con los cruces de datos del banco genético, fueron identificadas 48 víctimas y no todas eran de Chimaltenango. Varias eran de las personas secuestradas y ejecutadas por militares, según el caso del Diario Militar. También algunos estudiantes de la Universidad de San Carlos.

Pasaron los años. A nosotros los seres queridos nos hablan por medio de los sueños. Los familiares de los desaparecidos empezaron a tener sueños. En ellos los finados les pedían que los regresaran al bosque, que ya no querían estar en el laboratorio.

Entonces la población organizó un gran funeral para los muertos sin nombre con ayuda de la FAFG. Empacados en cajas o pequeños ataúdes, acomodados en un gran camión, empezaron el camino de regreso a Comalapa. En procesión recorrieron nuevamente el camino que cruza el pueblo y pasa frente al cementerio, cubierto de pinturas sobre la historia de los kaqchikeles realizadas por mujeres artistas. Los jóvenes rebautizaron la vía como Calle de los Mártires Inocentes.

En lo alto de la colina ingresaron a su lugar de reposo entre nubes de incienso y flores. Y se le asignó un nicho a cada uno. “Mira, cuando son XX están estas placas de la FAFG. Pero otros sí tienen nombres. Es cuando sus familias prefirieron dejarlos aquí porque ellos –les decían en los sueños– son su otra familia y aquí encontraron la paz”.

Rosalina no ha localizado a Rolando Gómez Tzotz, su esposo, ni a su padre Francisco Javier Tuyuc, que es una pérdida que todavía le sangra el corazón; tampoco a su sobrino Juan Bautista ni a su cuñada Estela.

Pareciera que la tierra los escondió. Pareciera que los militares sabían cuál era la peor crueldad: hacernos sufrir eternamente.

Ahora Rosalina se sienta. Frente a ella está el muro de la memoria, donde están inscritos los 6 mil 41 nombres que busca la FAFG de todas las aldeas y las regiones del país. En medio de ellos, bajo otra placa, está don Clyde, el tutor de otros grandes equipos, como el de los antropólogos forenses argentinos.

“Era un abuelo sabio. Cuando empezamos en 1990 nos decía: ‘La madre tierra sabe cuidar a sus hijos’”, recuerda la lideresa. Y cabal, en la primera excavación que hicimos encontramos a cuatro. Antes de morir nos dijo que él quería reposar aquí, entre nosotros. Entonces su familia trajo parte de sus cenizas.

El viento entre las ramas sigue su rumor eterno. Rosalina cuenta entonces cuando ella, como todas las demás mujeres a su alrededor, también se derrumbó. “Fue cuando terminaron las exhumaciones. Caí en una depresión profunda. Tuvieron que llevarme a tratar a Guatemala. Me salvó el acompañamiento sicosocial. Me sentía sobre todo culpable, porque cuando se llevaron a mi papá en realidad iban por mí. Yo era activa en el movimiento juvenil opuesto a la dictadura. Finalmente sané. Ahora sueño. Mi papá me dice: ‘No te preocupes, a veces te veo pasar y me alegra que estés bien’”.

Para ella, el trabajo no está terminado. No sabemos cuándo podremos cerrar esta búsqueda. Pero, por lo pronto, sabemos que podemos venir aquí y sentir esta paz. Ellos son aire, viento, agua.