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Con potente voz, guitarra y armónica, Jaime López entregó un monólogo intenso y personal
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▲ El roquero ofreció un concierto de más de dos horas y media en el Teatro de la Ciudad.Foto José Antonio López
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de septiembre de 2023, p. 7

La poesía no sea crea ni se destruye, sólo se trastorna, aseguró Jaime López, quien es roquero, blusero, trovador, aunque él dice que hace bolero.

El músico es una alma indómita que hace lo que le place, como darse sin reserva al público que llegó la noche del sábado al Teatro de la Ciudad a degustar, en 2 horas 40 minutos, la música de un artista que se expresó con su cuerpo, con su armónica, su guitarra y con su profunda voz, tan potente y aguardientosa, como sublime y suave.

Una mujer que asistió al concierto comentó a este diario que nunca había escuchado a Jaime López, pero que conocía sobre su figura, la de un artista cuyas composiciones han sido interpretadas por Cecilia Toussaint, Botellita de Jerez, Astrid Hadad, Tania Libertad, Betsy Pecanins y Café Tacvba. Que cantantes como Saúl, de Caifanes, lo ponen como referencia y que en su discografía se encuentra la creación de 20 álbumes. Aquella nueva seguidora afirmó que uno no podía irse de esta vida sin escucharlo al menos una vez.

Jaime López 69 y llueve fue el nombre del monólogo musical que describió perfectamente su efigie, con piezas fundamentales en el imaginario de la música subterránea nacional como Me siento bien pero me siento mal, A la orilla de la carretara, Sácalo, El mequetrefe y Todo se quema...

El gurú del blues chilangofronterizo se transformó en sí mismo en el escenario del Esperanza Iris. Salió del bardo escénico y terminó su ciclo de la rueda karmática para rencarnar no en una canción, sino en un chingo de rolas manufacturadas con el alma, dirigiendo cual batuta a un cuerpo biológico (el de él), a una armónica, a una superguitarra y, a otra más, que sólo fue una espectadora no participante en el mismo proscenio, y testiga de un acto de catarsis creativa unipersonal a la que no le hizo falta grupo u orquesta alguna.

Jaime, el gran blues-rock-trovaurbana, se entregó a una audiencia veterana, aunque se vio a algunos niños acompañantes de los forever youngs entusiastas que corearon sus canciones y que no olvidan al viejo roquero de negro con tatuaje de alacrán, cuya megaenergía contagió al respetable durante toda la presentación.

Un susurro

A las 7 de la noche en punto, cuando las luces del teatro se apagaron, se escuchó un susurro. Era su armónica que entraba suave al tablado anunciando su llegada y predisponiendo a sus posteriores cantos guturales, con los que don Jaime se echó a la bolsa marsupial a su gente en las gradas.

“Pachucos, cholos y chundos, chichinflas y malafachas, acá los chompiras rifan... y bailan tibiritábara…”, soltaba López a capela. Es parte de la letra de Chilanga banda, para luego, cual chamán, gritarle a su Hechicera.

Se colgó su lira y no la soltó, como si la gente estuviera en la sala de su casa echando bohemia con él. Se escuchó el rock fronterizo-chilango y romántico-bolerístico urbano, característico de esta efigie del underground mexicano.

También recordó a su grupo en los años 70, La Máquina 501, así como a su hermano Roberto González, finado. En mi disfuncional familia lo adoraban, y tras ello dedicó una pieza al cantante y compositor rupestre.

Jaime estuvo solo porque más vale solo que mal acomplejado. Soy un solista involuntario. Y como se dijo, nadie ni nada le hizo falta. Él ya rencarnó en sus propias rolas, inteligentes y sin pudor, con las que transmite su percepción del amor, de la muerte, de la calle y cómo se puede decir todo esto por medio de un lenguaje bucólico simple y directo.

Originario de Matamoros, Tamaulipas, López ha lanzado discos, un libro y, sobre todo, muchos actos escénicos sonoros a partir de sus canciones (la fragmentada memoria colectiva en su meditación intrascendente, guarda aún algún efímero suceso de éstos).

Había prometido tres actos de su montaje, pero fue sólo uno, el acto de entregarse y de recibir el mismo amor, que tuvo de testigo, además de la guitarra montada en el escenario y que nunca tocó, al espíritu bravío de Esperanza Iris.

Además de la música, ha incursionado en el teatro, periodismo, cine, danza, doblaje en cine, interpretación y escritura. Sus canciones han sido temas de películas, entre las que destacan Barroco, ¿Cómo ves?, La misma Luna, Ciudad de ciegos, Sin dejar huella y el cortometraje Lava, de Pixar.

Se ha presentado en diversos foros y festivales como el Auditorio Nacional, el Lunario, el Teatro Banquita y los festivales Reggae Sunsplash, en Jamaica, y el Internacional Cervantino, así como en las ferias Nacional de San Marcos e Internacional del Libro de Oaxaca.