Allende encabezó el único momento de Chile en el que la historia cambiaría
Su proyecto buscó transformar el signo político, social y cultural del poder en la sociedad
, precisa
El ex funcionario comparte su visión de lo que fue trabajar al lado del entonces presidente y después en los gobiernos de la Concertación
Domingo 3 de septiembre de 2023, p. 17
Santiago. La vida política de Jorge Arrate Mac Niven une épocas lejanas. A sus 29 años fue asesor económico del entonces presidente Salvador Allende, y después ministro de Minería. Cuando se perpetró el golpe, el 11 de septiembre de 1973, el suyo figuraba en una lista de nombres a quienes los militares conminaban a entregarse, pero el azar hizo que él estuviera fuera de Chile en una misión oficial, y sólo pudo volver en 1987. En sus memorias, relata que durante su exilio no hubo un solo día en el que no pensara cómo tumbar al dictador.
Fue también un actor político en lo que vino después, los 17 años de horrores hasta derrotar a la dictadura en 1988, el inicio de una democracia tutelada en 1990 y el paulatino conformismo de la centroizquierda con la política de los acuerdos
, aquella basada en desmovilizar a la sociedad y en pactar con la derecha durante tres décadas de la administración neoliberal.
Tras participar como ministro en dos gobiernos de la Concertación, Arrate asumió aquello y en 2009 renunció al Partido Socialista (PS), en el que militó durante 46 años y que presidió en 1990-91, pues la fuerza política se había acomodado a las circunstancias de la transición y declinaba proponer un proyecto de país distinto al heredado del pinochetismo.
Ahora tiene 82 y sigue activo en la contingencia política desde Plataforma Socialista, un movimiento que se declara allendista y que es integrante del gobernante Frente Amplio.
En conversación con La Jornada, rememora aquellos años en los que la izquierda supo ganarse la confianza de los humildes de Chile con el fin de protagonizar una historia de esperanzas, la cual terminó teñida de sangre, incluida la del presidente Allende entre las primeras derramadas.
–¿Qué evoca para usted este 50 aniversario?
–Lo primero que viene a mi mente es Allende, un personaje clave en la vida de mi generación; me marcó políticamente, entonces, estos 50 años son Allende.
–Usted fue cercano a él.
–Sí, cuando llegué a trabajar a su equipo en 1970 yo contaba con 29 años, teníamos una diferencia de 30. Su hija Beatriz me insistió en que fuera a verla a La Moneda (sede del gobierno) y me comentó: Mi padre quiere hablar contigo
; entonces él me pidió que me fuera como asesor económico.
–¿Cómo era tratar con el presidente Allende?
–En La Moneda compartíamos oficina con Arsenio Poupin (detenido el 11 de septiembre de 1973 y desaparecido hasta el presente), que era su asesor jurídico, teníamos una gran amistad, y cuando había temas más peludos
(complejos) íbamos juntos e inventamos una forma que sustituía el debate o entregar opinión: cuando éramos críticos de algo que el mandatario había dicho o hecho, saludábamos: Buenos días, presidente
, pero cuando no había ocurrido nada especial era un buenos días, doctor
, y si había algo que nos parecía que estaba muy bien, entonces le decíamos: Buenos días, compañero
(ríe). Él se dio cuenta y nos miraba con una cara irónica como diciendo estos mocosos (muchachos), ¿qué se han creído?
(ríe nuevamente). Nosotros le hacíamos saber con este lenguaje nuestra opinión.
–¿Cómo explica la trascendencia de Allende hasta el presente?
–Es difícil saberlo porque durante los 17 años de la dictadura hicieron todo por borrar su existencia. Luego vino el periodo de la Concertación (1990-2010), cuando constituimos básicamente una alianza socialdemócrata cristiana (DC), y, para su buen funcionamiento, Allende y la Unidad Popular (UP, la coalición de seis partidos que lo llevó a la presidencia en 1970) no eran el mejor tema, sobre todo porque pasaba algo singular: el dirigente de la derecha en 1973 era Sergio Onofre Jarpa, en 1989 lo seguía siendo; el principal líder de la oposición demócrata cristiana en 1973 era Patricio Aylwin, en 1990 era presidente de la república. Y el más destacado representante de la izquierda, Clodomiro Almeyda, había sido vicepresidente y canciller de Allende.
El único que había desaparecido era Allende. Entonces, después de 17 años los liderazgos no habían cambiado mucho y había que buscar un entendimiento en el cual el gobierno funcionara; aunque personalmente seguí hablando de Allende hasta por los codos.
–¿Ese silencio tenía que ver en parte con las cuentas por cobrar que existían?
–La dictadura, sin duda. Teníamos con la DC una opinión totalmente distinta de lo que fue la UP, fuimos adversarios muy fuertes; nunca se resolvió completamente, la DC no terminó de admitir su responsabilidad en los hechos de 1973, creo que lo han bordeado; en las memorias de Aylwin hay cierto reconocimiento de los errores que cometieron; la izquierda se hizo una autocrítica bastante más fuerte.
–Hablemos de la UP, cuáles estima fueron los principales errores que influyeron en el desenlace.
–Para sopesar el debe y el haber
de la UP, hay que entender que fue el único momento en la historia de Chile en el que la tortilla estuvo a punto de darse vuelta. El único en el que hubo un proyecto cuyo contenido fundamental era cambiar el signo político, social y cultural del poder en la sociedad chilena.
“Ese momento fue abordado de una manera que puede ser discutible, pero la idea que animaba a Allende –para mí un reformador revolucionario– era un conjunto de reformas radicales en distintos ámbitos de la sociedad que se hacían simultáneamente y que se yuxtaponían. Para Allende, había una coyuntura en la que ese conjunto de reformas dejaban de serlo y se convertían en una revolución. Y eso él lo dijo en sus discursos, nunca lo ocultó.”
–¿Estuvo bien ese enfoque de simultaneidad?
–Es discutible, muchos dirán que era mejor ir más paso a paso, no haber hecho juntas la nacionalización del cobre, la reforma agraria, la creación del área de propiedad social y la estatización de la banca. Yo comparto que la única manera de hacer el cambio por la vía no armada, que era la que Allende eligió para la izquierda chilena y que ésta había aceptado, era actuar simultánea y radicalmente en distintos ámbitos.
–Era un momento en el cual la correlación de fuerzas resultaba más favorable.
–Claro, ganamos en abril de 1971 (elecciones municipales) por única vez con la mayoría absoluta, hay que registrarlo porque son pocos los gobiernos que, haciendo lo que hizo Allende, tienen un crecimiento desde el 36 por ciento con el que ganó en 1970 al 51 por ciento en 1971; luego, ¡en el peor momento de la situación económica y social!, en marzo de 1973, obtuvimos 44 por ciento, casi 10 puntos más que en la elección presidencial, eso es único.
–Hubo sectores en la UP que apuntaban a una mayor radicalidad, y a los que se responsabiliza de desestabilizar el proceso.
–No comparto ese punto de vista. Hubo sectores dentro y fuera de la UP que tenían una visión más radical. Pero es discutible, se podía ser más o menos radical dependiendo del área. Hubo una en la que había demandas por ir más lejos, pero que no se materializaron y donde hay un espacio amplio de debate sobre si se cometió un error o no, que es la política militar. Hablo de la única que tenía sentido en la UP, la política hacia las fuerzas armadas, esa era la política militar de Allende…
–El hecho de no disponer una fuerza paralela.
–La política militar era enfrentar lo que pasaba con las fuerzas armadas, y había sectores que estaban por descabezar, de acuerdo con las atribuciones constitucionales, a los altos mandos. Y eso el presidente no lo hizo, más bien siguió la línea de ganarse la confianza. ¿Tuvo razón o no? Hay argumentos en pro y en contra, por ejemplo: ¿Habría existido el general (constitucionalista y leal a Allende) Carlos Prats si se hubiese hecho un descabezamiento? Creo que no. Existió Prats y se transformó en una gran figura que hizo un aporte de racionalidad y de lealtad. Pero, por otro lado, siguió (el almirante golpista José Toribio) Merino y los que siguieron a (Gustavo) Leigh en la fuerza aérea. Ahí hay un punto, y eso el Partido Socialista se lo planteó al presidente.