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¿Alerta amarilla, naranja o roja?
A

l llegar por las mañanas a la oficina de los Equipos de Obreros Inspectores, la pregunta obligada era: ¿Estamos en alerta amarilla, naranja o roja? Había una serie de elementos que indicaban el grado de avance del golpe militar y que determinaban el color de las alertas. En principio, había una serie de instrucciones sobre cómo enfrentar cada etapa del avance. Es decir que, después del tancazo del 29 de junio, la certeza sobre el avance de los golpistas era una verdad innegable. Era una presencia cotidiana, con que convivíamos de manera absurda, pues si bien sabíamos que había ciertas previsiones y/o instrucciones para el golpe, en realidad eran demasiado volátiles frente a la crudeza de la lucha de clases que ya se desplegaba en las calles. Las instrucciones, se nos decía, se transmitían codificadas por seguridad, se aseguraba que todo estaba previsto y había lugares de reunión para la resistencia que se transmitirían por la radio en cuanto iniciara el golpe.

Los escasos dos meses antes del golpe fueron intensos y difíciles. Marcados por la violencia en todos los niveles y espacios. Batallas por las calles entre marchas de la Unidad Popular de base y contramarchas de cacerolistas agresivos, estudiantes católicos, encabezados por escuadrones fachos con la bandera de la esvástica. Los constantes atentados que desplegó Patria y Libertad llevaron a la necesidad de fortalecer la organización del poder popular como expresión de la capacidad de consolidar las posibilidades de resistencia de los trabajadores, comuneros del campo y pobladores, intentando reforzar su presencia en las decisiones del gobierno, los partidos y las dirigencias, frente al embate de la derecha.

Los debates entre las dos posiciones (los constitucionalistas, que creían poder negociar, y los que veían como inevitable el golpe facho) se volvieron más ríspidos y confrontados. Sin embargo, había la sensación de que, pese a las diferencias, ese era el gobierno de todos, Manuel Cabieses, director de Punto Final, mirista, lo expresó de manera sentida: Estuvimos profundamente divididos y angustiados entre la amistad profunda, el saber de la honestidad total de Allende, y la certeza de que el proceso nos llevaba al abismo, queríamos influir en que era necesario buscar los medios para frenar con capacidad a los que confrontaban el cambio. Este debate se reflejó también en la generación de una fértil producción intelectual entre la teoría cepalina o desarrollista y la naciente teoría de la dependencia.

Patria y Libertad, la cabeza paramilitar de los sediciosos, dio a conocer una proclama en la televisión. Presumía, sí, ese era el objetivo, haber realizado 320 atentados con 10 muertes y un centenar de heridos desde su fundación a mediados de 1970. Contaba con 500 miembros militarizados en escuadrones, apoyados por grandes oligarcas, como el presidente de la Asociación Nacional de Agricultura, banqueros y el Partido Nacional. Después del fracaso de la huelga de camioneros anunció la intensificación de sus acciones. El semanario Chile Hoy, dirigido por Martha Harnecker, en una portada de agosto llamaba a: Afianzar al gobierno movilizando a las masas. Argumentaba: Paro patronal, asesinatos, conjuras, allanamientos, terrorismo, llamados sediciosos, atentados, mentiras; informaba: Militares al gobierno.

El atentado más incisivo había sido realizado el 26 de julio, contra el edecán naval adjunto a Allende, el comandante Araya Peeters, después del acto de conmemoración del aniversario 20 del asalto al Cuartel Moncada en la embajada de Cuba, enfrente de su casa. La fecha, la cercanía con el presidente y el rango militar del asesinado implicaron un momento definitivo. Además, la inteligencia naval intentó fabricar un falso culpable al arrestar a un borracho que habían detenido, presunto militante socialista. En una maniobra apoyada por todos los medios, Roberto Thieme, dirigente de Patria y Libertad, se entregó a la policía y declaró: Derrocaremos al gobierno de la UP, sea como sea, cueste lo que cueste: si es necesario que haya miles de muertos, los habrá. Ese mismo día de agosto Allende señaló: Estamos al borde de una guerra civil y hay que impedirla.

El 24 de agosto nombró a Pinochet comandante en jefe del ejército. Como en un desafío de fuerzas, el 28 se desató por la contra la noche de las mangueras largas para cortar el suministro de combustible a la capital y se decretó el paro de los comerciantes apoyando el golpe. Allende, su gabinete y el PC centralmente optaron por realizar un gran plebiscito que demostraría la fuerza popular creciente de la UP, en una línea constitucionalista sostenida.

Arnaldo Orfila, director de la editorial Siglo XXI, estaba en Chile aquellas últimas semanas. Juntos miramos pasar las marchas, que ya en septiembre eran silenciosas pero permanentes. La confusión, la angustia se acumulaba. Algunos contingentes pedían armas. Así lo comentamos, unos días antes de salir rumboa Argentina se entrevistó con Allende, cercano amigo y correligionario del Partido Socialista, salió conmocionado: Salvador me dijo, con total determinación, que de La Moneda sólo lo sacaban con los pies por delante. Abrumado por la realidad que se nos venía encima me quiso convencer de partir con él.

* Investigadora de la UPN. Autora de El Inee