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Bajo la lupa

La cumbre tectónica de los BRICS: la marca indeleble del petróleo y el gas

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▲ La OPEP es un grupo exportador, mientras el añejo BRICS –descontando a Rusia y Brasil– consta(ba) de tres países importadores: China, India y Sudáfrica.Foto Afp
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no de los aspectos más impactantes de la cumbre tectónica de los BRICS en Johannesburgo fue la aparatosa fila de espera de 40 países (¡mega-sic!) para ingresar al grupo que ya había superado con antelación al PIB del G-7 de 29.2 por ciento, frente a 32.1 por ciento de los 5-BRICS (https://bit.ly/3KZ7VLs).

De los 40 candidatos, sólo ingresaron seis, con lo que los nuevos BRICS representan hoy en su totalidad 46 por ciento de la población global: Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Irán, Etiopía y Argentina.

Una disección de los seis nuevos miembros resalta a cuatro países del Medio Oriente, que regresa por la puerta grande: tres árabes –Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto– y la antigua Persia (Irán). ¡Todos petroleros/gaseros!

Los cuatro son exportadores de hidrocarburos, lo cual le imprime su sello energético distintivo. Destacan Arabia Saudita, superpotencia petrolera, e Irán, superpotencia gasera.

Egipto, a su vez, es el mayor productor de petróleo en África y Emiratos Árabes Unidos no canta mal las rancheras energéticas.

La incrustación de Argentina es un volado debido a las posturas hostiles contra los BRICS del maridaje globalista de Javier Milei y Patricia Bullrich (https://bit.ly/44zwVQs).

Las importantes reservas de gas lutita/esquisto (shale gas) en Vaca Muerta, además de sus importantes reservas de litio, pesaron mucho en el ánimo de Brasil, China e India para empujar el ingreso de Argentina el primero de enero de 2024, cuando se atraviesa la elección presidencial del 22 de octubre.

En realidad, Argentina constituye la falla tectónica de una colisión entre los BRICS y el G-7, donde parece llevar la delantera el grupo occidental, debido al megacontrol financiero del país gaucho.

La incorporación de Etiopía–segundo país más poblando de África, antes de Nigeria y después de Egipto– es doblemente simbólica y estratégica: sede de la Unión Africana de 55 miembros (https://bit.ly/3OUCR0i), único país africano en no haber sido colonizado y con su exquisito posicionamiento cerca del estratégico Mar Rojo, donde colindan Egipto y Arabia Saudita.

Por cierto, Nigeria, potencia petrolera perteneciente a la OPEP, y Kenia son los países más pro-occidentales de África.

Ya los 11 BRICS controlan 80 por ciento de la producción mundial de petróleo (https://bit.ly/47N2SaE).

El geopolítico brasileño Pepe Escobar expone que los 11 BRICS controlan ahora 39 por ciento de las exportaciones de petróleo, ostentan 45.9 por ciento de reservas probadas y producen 47.6 por ciento del petróleo global.

Más aún: con la probable incorporación de Venezuela, Argelia y Kazajistán como nuevos miembros –en la Cumbre 16 en Kazan (Rusia) en octubre de 2024–, BRICS “controlaría hasta 90 por ciento del petróleo y el gas comerciado globalmente (https://bit.ly/3Ed1uAt)”.

Faltaría contabilizar a Bolivia, que ha reanudado su exploración de gas y detenta las máximas reservas globales de litio, que muy bien pudiera ocupar la ausencia de Argentina o ser incorporado en la Cumbre 16 de Kazan.

Una crítica al nuevo grupo es que se asemeja a la OPEP, lo cual es incorrecto (https://bit.ly/3EdkkHL).

La OPEP es un grupo exportador, mientras el añejo BRICS –descontando a la superpotencia gasera Rusia y el lecho “pre-sal (https://bit.ly/3YNRmrz”) de la potencia alimentaria Brasil– consta(ba) de tres países importadores: China, India y Sudáfrica.

Mas bien, se crea un círculo virtuoso entre exportadores e importadores de petróleo y gas que han empezado a abandonar al petrodólar por la tripleta petro-yuan/petro-rupia/petro-rublo que de facto abona a una de las “tres desdolarizaciones (https://bit.ly/3OQopqf)”: la desdolarización comercial, cuya principal materia prima intercambiada es el binomio petróleo/gas.

Se asienta que la cumbre tectónica de Johannesburgo acelera la transición hacia un nuevo orden mundial que deja la globalización por la desglobalización, la unipolaridad por la multipolaridad y la dolarización por la des-dolarización: cada una con su propio gradiente y ritmo.

En contrapunto, el devenir del G-7, en plena ingobernabilidad en la fase post-Ucrania, dependerá de la turbulenta situación doméstica en Estados Unidos.

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