la pazcomo revancha
e llamó Quebracho cuando él dejó la guerra atrás, a pesar de que ésta no lo quiso soltar. Quebracho porque no había hacha pesada que arañara su coherencia y humor; era un comunista transparente, elocuente y vehemente, pero la oligarquía – de izquierda o de derecha– no perdona.
Desde 2012 comenzaron los acuerdos de paz entre las FARC-EP y el Estado colombiano después de una estrategia contraguerrillera continental dirigida por Estados Unidos, inaugurada como Plan Colombia. Facundo fue un argentino, un hombre de esa guerra, un internacionalista.
En 2016 se firmó la paz
en una seguidilla de celebraciones, guayaberas y firmas pero que, siete años después, ya sabemos que estaban marcadas por intrigas, ambiciones, desconfianzas y rupturas. Él nunca se arrepintió de su pasado revolucionario y sin querer terminar en el marasmo de la burocratización revolucionaria, un día entregó su arma en la frontera sur de Colombia, empezó su andar de regreso a sus pagos, con sus camaradas y hermanos argentinos. Su futuro estaba a sus espaldas.
Su legado fueron sus botas y caminaba, se subía a autobuses, bajaba del Metro, andaba horas con sus tareas y sus palabras como arma. Se entregó de nuevo a denunciar que el progresismo había sido tan falaz como corrupta la derecha en Argentina; debajo de los discursos se mantenían las condiciones de explotación de los trabajadores, de la misma tierra. Era agudo pensando y hábil escribiendo, su instrumento fue una cámara y sus amigos lo acogieron firmes en Rebelión Popular y en Revista Centenario, dos espacios de resistencia, vivos protagonistas de las últimas movilizaciones en Jujuy y en Buenos Aires. Pero la oligarquía –de izquierda y de derecha– no perdona.
En 2019 cubrió el golpe a Evo Morales y todo se apagó. Abrió los ojos esposado a una camilla después de un coma de más de un mes. Con afectaciones graves por los disparos del aparato represor de los golpistas, fue internado por más de año y medio en la peor cárcel que pudiera aguantar: helada, en un entorno abiertamente adverso y riesgoso por su formación política, y expuesto al maltrato. Dos veces con covid, salió más endurecido en el espíritu, pero arrasado en su cuerpo. La lucha sangrienta que logró derribar al gobierno de los golpistas permitió que Facundo fuera regresado a Argentina, pero sin que su caso fuera cerrado.
Un año estuvo libre hasta que la Fiscalía de Colombia hizo un montaje judicial. Saltándose su condición de amnistiado en tránsito hacia las tareas de la verdad y reconciliación, este organismo, con anuencia de la Interpol y con los jueces de derecha locales, ejecutaron una orden de captura que lo pescó en casa de su papá. Al ser encarcelado en la peor prisión del país, de nuevo, recayó su salud.
Una larga lucha de sus camaradas y su padre lo sacó de nuevo de la cárcel. La Justicia Especial para la Paz en Colombia se demoró, pero respondió, y dio las instrucciones para desmontar el montaje que habían creado en la justicia ordinaria. Los jueces argentinos no entendían qué era eso de la amnistía o un acuerdo de paz y aprovecharon para alimentar la lengua venenosa de la derecha porque la acusación de terrorista
vende titulares. Facundo no debía nada, sólo su memoria de lo que ocurrió.
Tenía una agenda apretada de invitaciones, con su andar se volvió un referente de los presos políticos en Argentina e iba en camino de convertirse en uno continental. En este momento lideraba una coordinación latinoamericana que demanda la liberación de Carmen Villalba, encerrada por el gobierno de Paraguay, y Simón Trinidad, combatiente de las FARC-EP encarcelado en Estados Unidos.
En Buenos Aires, hace un par de días, un grupo de colectivos de resistencia se movilizó pacíficamente en el Obelisco en medio de exigencias urgentes de un pueblo que tiene a 40 por ciento de su población en condición de pobreza. Son estadísticas trágicas para el progresismo de vitrina y una derecha agresiva. Un comando antimotines en una acción de violencia asimétrica brutal, cazó a Facundo y lo asfixió contra el suelo; fue asesinado por el Estado argentino.
Ni asesinado lo dejan tranquilo, a nosotros nos quieren hacer creer que fue un ataque cardiaco, la serendipia de la necropolítica, pero no; fue un golpeteo y hostigamiento constante desde que él decidió no rendirse ante la lucha por la dignidad del pueblo que laceró su cuerpo desde 2019. Facundo firmó su paz con el Estado colombiano, pero el aparato represor teje los entramados de poder entre todos nuestros países y querían la subordinación física e ideológica; la paz
de la oligarquía es revancha, y fue un hacha para el Quebracho.
En Colombia nos quieren hacer creer que lo que necesitamos es Paz Total, pero nadie nos habla de la Justicia Total. La gran verdad, la reparación y la rendición de cuentas que deben las oligarquías y sus aparatos de represión e impunidad, como la de los jueces y políticos en Bolivia, Colombia y Argentina, sigue desdeñada. Hoy muchos revolucionarios están en las cárceles de Estados Unidos, de Bolivia, de Colombia y de Paraguay. Exigimos la inmediata liberación de todos ellos y ellas de las cárceles, que sólo son la paz
del aparato represor del poder imperial y del capital. ¡Libertad para Simón y Carmen, ya!
* Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana A la Orilla del Río. Su último libro es Levantados de la selva