Opinión
Ver día anteriorSábado 12 de agosto de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La bestia que devora niños
C

omo Dios manda, este libro no pasa desapercibido, pues pone el dedo en una de las peores llagas de nuestra sociedad. Según esto, no es un problema privativo de México, pero tal parece que nuestro país lleva una vergonzosa delantera…

Resultan en verdad alarmantes las cifras de infantes víctimas de la pornografía electrónica y al natural y de violaciones y abusos por cuenta de honrados empresarios y probos miembros de la Iglesia católica, con la complicidad de no pocas autoridades.

Así nos lo muestra una periodista excepcionalmente buena, de nombre Antonieta Flores Astorga, residente en Guadalajara, desafortunadamente por poco tiempo más.

Ella ha estado metida en el tema desde hace mucho, acumulando con paciencia información que acaba mostrando con una solidez extraordinaria la enorme gravedad de este problema. De eso trata, precisamente, su más reciente libro, publicado por la casa editorial Aguilar.

En él se concentra la experiencia y, diríamos también, el dolor acumulado durante mucho tiempo de preocupación por el tema, misma que se ha manifestado en textos, discursos, proclamas, etcéteras dela más diversa índole. Todo ello se deja ver en esta obra que no tiene una sola página prescindible.

Su lectura resulta ser una dura experiencia por lo abominable del tema que trata e imbrica la inicua conducta de gente muy decente, involucrada de una manera u otra con una escoria social de la peor ralea. Pero lo que quizá resulta peor es el hecho de que una muy buena parte de tales fechorías, que tanto lastiman a la niñez de todos lugares, se produce en el ámbito doméstico de quienes se reputan como buenos cristianos.

Tengo la sensación de que la necesidad de escribir este libro llegó al clímax, precisamente porque la reciente pandemia, que encerró en sus casas a tanta gente por el miedo a contagiarse, dio lugar a un crecimiento exponencial de violaciones y abusos en el seno de hogares presididos por la Última Cena de Leonardo de Vinci y no pocos crucifijos en las habitaciones en que se cometieron tantos estupros. Ello sin tomar en cuenta las múltiples sotanas que se arremangaron para cometer la fechoría.

En este sentido he de confesar que, desde mi infancia, por fortuna totalmente al margen de la Santa Madre Iglesia, era frecuente el comentario solapado de compañeros y vecinos cuyos decentes padres los impelían a relacionarse con buenos curas que resultaron ser de la peor especie.

Lo que Flores Astorga nos ofrece en su obra es un muestrario de diferentes caminos que existen para tales villanías. Desgraciadamente no agota el tema por la sencilla razón de que es inagotable, pero sí logra abordar con prudencia, solidez, valentía y hasta podríamos decir que también asepsia, diferentes formas en que niños y niñas son devorados por la bestia.

Una nueva y generosa edición de dicha obra debería ser patrocinada por las autoridades educativas para que, al menos quienes pueden incidir en la niñez, tengan un instrumento eficiente y de calidad como éste para que la propia niñez cobre conciencia del grave problema y disponga de las energías necesarias para denunciarlo, lo mismo si sucede en la escuela, en la casa o por obra y gracia de verdaderas mafias de pelafustanes.

Lo único que modificaría del libro es el tamaño de la letra que, por ahorrarse muy pocas hojas, resulta demasiado chico para la lectura de un público diverso en entrenamiento al respecto o de edad que ya no tiene buena vista…