Opinión
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Irreversible
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n poder presidencial omnímodo no volverá a asentarse nunca en Los Pinos ni habrá mandatarios rodeados por enjambres de hombres de negro con casquete corto, botón en la solapa, y bulto de Glock en la rabadilla. No van a repetirse los ancianos sin pensión gubernamental, los alcahueteos desde el poder hacia las cúpulas charras, las organizaciones civiles sin más objeto social que asegurar una vida muelle a sus directivos y un buen servicio a quienes las mantenían desde alguna oficina pública. El Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México no brotará del lodo en el que yace como el ave fénix; el Parque Ecológico de Xochimilco no será clausurado para que las pingües especulaciones inmobiliarias recuperen el tiempo perdido, y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles no será de­mo­lido ni relegado a terminal de segunda clase. Ningún grupo de interés disfrazado de ambientalista podrá arrancar los rieles del Tren Maya y ningún demagogo de esos que hablan en favor del manglar tendrá margen para reducir a escombros la Refinería Olmeca.

No va a tenerla fácil quien pretenda revertir las conquistas laborales, campesinas, estudiantiles, indígenas y de género conseguidas en este quinquenio. A ver cómo le hacen quienes quieran devolver los presupuestos de La Escuela es Nuestra a la manutención de edificios de mármol rodeados de jardines. Los togados de todos los recovecos del Poder Judicial ya no podrán vender en lo oscuro sentencias amañadas en favor de empresas voraces, exoneraciones de delincuentes y sanciones injustas contra inocentes: con o sin reforma judicial, sus inmundicias seguirán expuestas al repudio social. A la larga, los evasores de impuestos no conseguirán salirse con la suya por mucho que inviertan en despachos contables, abogados y sobornos a jueces, magistrados o ministros.

Son irrecuperables los moches que se asignaban a legisladores federales y estatales para comprar sus dedos alzados o sus votos en contra, dependiendo de lo que se fuera a votar. Los salarios obscenamente elevados de los servidores públicos, sus bonos anuales, sus cirugías estéticas pagadas por el erario y sus simples y llanas raterías terminarán por extinguirse, porque en una nación informada y crítica siempre es más fuerte la decencia que la desvergüenza. No podrán repetirse saqueos a las arcas de la nación como los que perpetraron los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña; ya no hay margen para herencias nefastas como el Fobaproa; el endeudamiento como sucedáneo del presupuesto robado; las refinerías inexistentes (pero carísimas); los hospitales abandonados a medio construir para repartir contratos entre los amigos; las empresas públicas transferidas a esos mismos a precios irrisorios, quebradas por los nuevos propietarios, rescatadas con dinero público y vueltas a quebrar, como Mexicana; las estafas maestras y los cárteles inmobiliarios, de medicamentos y de prisiones privadas.

La opinión pública mayoritaria, por otra parte, se ha entrenado en el debate, la transparencia y la búsqueda de la verdad, y no volverá a ser atolizada por el aparato mediático que sirvió y sigue sirviendo a los intereses oligárquicos. Así Carlos Loret invente 200 escándalos de corrupción en el entorno de este gobierno, hay un hecho irrebatible que demuestra la honestidad fundamental con que se ha manejado el dinero de todos de diciembre de 2018 a la fecha: hay una vastedad de nuevas obras de infraestructura por todo el país –las vías férreas y los aeropuertos son sólo las más visibles–, hay programas sociales que amparan a decenas de millones de personas y ello se ha hecho sin recurrir al endeudamiento. Entre el combate a la corrupción, las prácticas de austeridad y el combate a la evasión fiscal y al huachicol, el gobierno federal ha podido liberar unos 4 billones de pesos, y ese dinero ha permitido financiar proyectos regionales, jubilaciones, becas, apoyos a distintos sectores depauperados, nuevos centros de enseñanza, campañas de vacunación y otro montón de cosas.

Si fuera un ejercicio honesto, el programa de gobierno que está pergeñando José Ángel Gurría tendría que ser un compendio de todas las imposibilidades aquí enumeradas. Pero como no lo es, resulta previsible lo que presentará: una ensalada de líneas restauradoras del neoliberalismo que profesa con una que otra concesión falsa e hipócrita a un par de conquistas de la Cuarta Transformación, todo ello aderezado con una salsa de propósitos buenaondita para agradar a los feminismos y los ambientalismos y alegatos de fe democrática y derechohumanera. Hasta es posible que cuele un par de referencias a los pobres, redactadas, eso sí, en lengua tecnocrática de la baja Edad Media para que nadie entienda nada.

Ciertamente, la 4T debe corregir y afinar, pero sobre todo debe extender y radicalizar (es decir, profundizar) diversos aspectos y le falta muchísimo camino por recorrer, pero lo hasta ahora andado es irreversible.

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