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El juego que todos jugamos
E

l factor que modifica completamente el escenario político es la presencia amplia, ubicua y socialmente inserta del crimen organizado.

Los residuos. Lo he repetido muchas veces. Rafael Segovia se refirió a una teoría de residuos institucionales engastados en el aparato estatal. Tratar de liberarse de ellos equivale a arrancar una planta trepadora que sostiene el viejo edificio que en parte ha destruido (Segovia, 1974, 1996). Estas instituciones están usualmente acompañadas por reglas informales que ayudan a canalizar las expectativas de los actores poderosos precisamente a través de un débil enforcement.

Otra vez la transición. Aunque nunca se explicó de esa manera, señala Escalante (2022) eso que llamamos transición a la democracia consistía básicamente en suprimir esas formas de intermediación que eran un obstáculo para el funcionamiento normal, previsible, de la democracia, el mercado, el derecho (agosto de 2022). El presidencialismo se transfiguró en un Ejecutivo acotado, pero no por los otros poderes constitucionales, sino por los poderes fácticos. El partido hegemónico fue sustituido por un pacto oligárquico entre partidos lubricado con los recursos públicos. Las reglas informales continuaron imperando junto a un activismo legislativo de leyes aprobadas, pero no acatadas. Sin embargo, la mayor derrota del Estado y la sociedad, expresada en la cauda de muertas y desaparecidas, fue la guerra contra las drogas.

Las bandas criminales y su lógica local, territorial y multiforme, no son, como repite con razón Escalante, un cuerpo ajeno, externo a la sociedad. Más bien se encuentran empotradas, engastadas en la sociedad misma. Han hecho uso de todos los recursos informales perfeccionados durante el autoritarismo. Han refuncionalizado los mecanismos de intermediación deshechados, aunque por razones diferentes, tanto en el régimen de las alternancias como en el régimen actual.

El Estado mexicano. En sentido estricto tiende a ser un no-Estado, porque tiene una capacidad menguante para ejercer la función central de todo Estado: proveer de seguridad a los habitantes de su país. Preciso bien mis palabras. Tiende a... pero no es aún un no-Estado; capacidad menguante, pero no inexistente para proveer seguridad.

Una enorme derrota. Lo clave es que el Estado está perdiendo la batalla de los territorios como consecuencia no sólo de acciones bélicas y maniobras militares antagónicas, sino guiada una operación de vaciamiento poblacional y de configuración de bases sociales. Se trata de un doble movimiento: mediante la intimidación, las amenazas y las agresiones obliga a determinados pobladores a huir de sus lugares de residencia,vaciando literalmente esos poblados. Por otro lado, con amenazas, pero sobre todo con incentivos materiales, construye sus propias bases sociales para enfrentar con personas –incluyendo mujeres y niñas– los intentos de las autoridades por establecer algún tipo de orden.

Lo anterior tiene que ser comprendido a partir de un ingrediente clave del contexto actual: el estado de ánimo de los mexicanos. Para escudriñar al respecto me remitiré a varias encuestas sobre los comportamientos de los mexicanos.

En mayo de 2023 la revista Nexos publicó la tercera ronda de las encuestas y entrevistas vinculadas con la idea del mexicano como liberal salvaje. Guido Lara, presidente de una de las empresas asociadas a este ejercicio, resume los hallazgos de sus recientes encuestas y entrevistas en un punto interesante: los mexicanos viven en mundos paralelos que no se conectan con sus acciones. Por una parte, un México mágico, lleno de luz. Por otra, un México lleno de maldad, sombras, egoísmo, corrupción, violencia e inseguridad. En cierto sentido, digo yo, se relacionan con la dicotomía tratada anteriormente por Luis Salazar entre el México bronco y el México moderno. Continuaré con estas reflexiones.

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