somarse a las diferencias siempre ha sido una aventura que arrostra consecuencias.
Unas veces éstas son de índole personal. En otras ocasiones adoptan distintas naturalezas: sociales o políticas. Pero pueden darse en series inacabables como las económicas, deportivas, culturales, regionales y un continuo siguiente de opciones. Ver al vecino en sus andares o muecas y aceptar sus devaneos o aciertos entraña, sin duda, rechazos y amistades solidarias por igual. Forzar la vista para enfocar al rival es, y ha sido, una peligrosa tarea que algunos valientes se imponen. Concentrar la atención sobre uno mismo, sin embargo, es la crucial aventura que lleva a la maduración como ser humano o al extravío de la identidad. Negar las esperanzas ajenas o ponerlas bajo arresto implica dificultades mayores para modular la propia conducta. Muy a pesar de saber que la trascendencia a otra vida es una quimera, convivir con los que a ella se aferran, requiere paciencia y humildad.
En política, imponerse el deber de contemporizar, que implica entender razones, ideales e intereses de los demás, conduce a la negociación. Es, en este trasteo, donde se da asiento al quehacer público pacífico. Rechazar las visiones de futuro, definitorias de rumbos diferentes de los rivales en la búsqueda del poder, se cae, con facilidad, en el autoritarismo y la exclusión. En fin, saberse rodeado de los distintos matices, implicados en la existencia de los otros, llega a plantearse como una necesidad de sobrevivencia, de avance, de bienestar y hasta de felicidad. Pero lo que penetra en la justicia se asoma cuando se reconoce al desvalido, al necesitado de ayuda y comprensión. Nace, entonces, una práctica que persigue la igualdad como prioridad humanitaria. Y aquí nace la causa de principios y propósitos políticos.
El sistema parlamentario de gobierno, sobre todo en una sociedad compleja que reconoce una multiplicidad de identidades, a menudo incluso opuestas, fuerza a negociaciones permanentes. Al poder se llega mediante el entender, aceptar e integrar, exigencias, deseos y peticiones de los muchos adicionales. Y la gobernabilidad depende, entonces, de la colaboración de aquellos otros que, siendo minoría, colaboran bajo arreglos varios dentro del parlamento. El obtener la mayor cantidad de votos (escaños) cuando no se logra la mayoría, sólo marca el inicio de un proceso de vitales consecuencias.
Lo mismo puede también plantearse en un sistema presidencialista, como el mexicano. No por sencillamente llegar a ser el más votado y, por tanto, obtener el derecho a ser titular del Ejecutivo –o dominar el Legislativo– se difumina la obligación de trabajar con los demás. Se tendrá la necesidad de tomarlos como referencia constante en el diario trabajo. Ser, en verdad, el presidente de todos y no sólo de los que eligieron al triunfador.
Hoy en España, por ejemplo, el enfrentamiento de dos grandes tendencias como las implicadas en los partidos socialista PSOE y popular PP (derecha) obliga a modular las pretensiones de cada uno. No sólo porque ninguno por sí solo ha podido alcanzar la mayoría, sino porque, para formarla con algunos de los otros partidos se van escurriendo, transformando o modificando posturas y programas propios. Más que todo, es indispensable que se sobrepongan y rebasen los naturales miedos grupales a los extremos de posturas ideologizadas. Llevar de compañeros a partidos que representan minorías irreductibles, independentistas, radicales o religiosas, termina, al incluírseles forzadamente, en difuminar los principios básicos de convivencia. Para el PSOE sumar a los partidos regionales de catalanes y vascos enseña lecciones de difícil absorción, debido a sus exigencias para, al sumarse, alcanzar la mayoría exigida. Sobre todo cuando se piensa que estas agrupaciones hablan por regiones solventes, avanzadas. Para el otro partido grande, el PP, atraer a la extrema derecha resulta inaceptable para los regionalistas y más aún a los que persiguen horizontes independientes. Hay, entonces, urgencia de cuidar los brotes de miedos ciertos al extremismo de derecha. Consabidas lecciones históricas (fascistas) respaldan estas prevenciones. En ese estira y afloja se gastan días, semanas y, posiblemente hasta meses donde las indefiniciones llevan aparejados serios costos electivos. Para muchos analistas y teóricos de la ciencia o el arte político, el parlamentario es mejor sistema que el presidencial. Pero, en verdad las ventajas de ambos se empatan más seguido que las divergencias.
La lucha que se desarrolla en México tiene, por fortuna, un espectro de extrema complejidad. Las corrientes de pensamiento e intereses divergentes que pueblan este vasto país fuerzan a entenderlas y sumarlas. Sean éstas surgidas por sus meros orígenes de grupos étnicos o por la búsqueda de sutiles maneras de trabajar. Lo importante es conservar lo básico: el bien y la dignidad del pueblo.