Opinión
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La pintura en la pared
A

sí se titula un libro que me ha calado a gran profundidad: La pintura en la pared. Una ventana a las escuelas normales y a los normalistas rurales. Forma parte con méritos sobrados de la famosa Colección Popular, del Fondo de Cultura Económica, que se inauguró hace más de seis décadas ni más ni menos que con El llano en llamas de un tal Juan Rulfo… El susodicho texto se debe a la pluma y un acucioso trabajo de investigación de Luis Hernández Navarro, muy conocido de todos nosotros.

No puedo garantizar que su éxito en los mostradores de las librerías sea muy grande, porque no deja de incomodar a la gente de orden y su lectura si bien apasiona, cierto es que nos deja el amargo sabor de boca de situaciones francamente desagradables.

Podríamos decir, siguiendo con libros publicados antaño por tan benemérita editorial, que Las buenas conciencias deben mantenerse alejadas de tales páginas so pena de que se acaben comprometiendo con una conflictiva totalmente antagónica a su estatus y al deseo de ser líder de esta sociedad que les ha inculcado la nueva educación mexicana.

Ahora ya no nos impulsan las buenas escuelas a servir a la sociedad, sino a dirigirla. ¿Hacia dónde? No se sabe, pero sí estar al frente de ella al menos para que no mueva mucho el atole.

Lo más doloroso, al menos para el suscrito, es haber vivido cerca de lo que ahí se narra, al modo de un citadino comme il faut y no haber sabido asimilarlo debidamente.

No obstante haber estado embarrado en movimientos y acciones contestatarias, el tema doloroso de la situación de los maestros rurales y de los estudiantes de tales escuelas normales nunca llegó a comprometernos. Sin llegar al repudio, como sí fue el caso de muchos, no se percibía bien a bien si había calidad o no. ¡Claro!, nuestro abrevadero era la prensa de naturaleza archisabida que resultó, con su insistencia, en mantener separada esta insurrección rural y legítima de los rebeldes de café y conferencias que pululamos por las ciudades y con frecuencia nos mediatiza el usufructo de una buena chamba.

Por medio de este espléndido trabajo de Hernández Navarro podemos darnos verdadera cuenta de que la tan vituperada conducta de los maestros rurales tendrá sus desbarradas, es cierto, pero en general responde a una tangible necesidad de ese sector de la realidad mexicana que nuestra perspectiva fifí nos lleva a soslayar.

Alguna inquietud al respecto me despertó aquel cura del barrio tapatío de Mexicaltzingo sobre que un determinado movimiento de la Normal de Atequiza, del que habla el libro de marras, era una rémora del nefasto cardenismo; sin embargo, no me dio por prestar más atención a dichos maestros que aportar, lo mismo que otras veces, una pequeña lana para sus movimientos.

Debo reconocer, por otro lado, que no resulta posible entender a nuestro país e incluso el rotundo triunfo de la 4T si no cobramos mayor conciencia de lo que han sido las protestas, la represiones y los represores involucrados en las inquietudes y los reclamos, la mayor parte de las veces muy justos, del magisterio rural mexicano.

La lectura de dicho libro me parece indispensable, pero vale sugerir que no se devore: hágase con pausas y cierta lentitud, porque tanto veneno social acumulado por las continuas represiones puede acabar intoxicando al lector. Este libro debería ser de cabecera, leído poco a poco, pero de manera constante y, una vez terminado, volver a los capítulos que más nos hayan impresionado.