Opinión
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Isocronías

Cardo y flor

R

etrospectivamente, del domingo pasado en quince, día 9 de los corrientes, acudimos al Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque con la sola expectativa de escuchar al Coro Acardenchado, una veintena de integrantes bajo la dirección de María Emilia Martínez, Leika Mochán y Juan Pablo Villa. Programa: El cardo en flor.

Oír, más que mirar, era a lo que íbamos. Y vaya que oímos, que (al menos en dos sentidos) se nos hizo oír. Y que miramos. Un espectáculo asombroso de lo que pudiéramos nombrar canto coral escénico, una organización sin bemoles, donde la sonorización, la iluminación, las proyecciones, la apenas insinuada escenografía, la mínima utilería, completaban –el tono metafórico conviene– con exactitud el cuadro. ¡Pero las voces! Frescas todas, precisas, por más que en algunos casos admirables siempre soltadas con naturalidad, silvestres aunque cultivadas, o trabajadas, mas libérrimas.

Y el gusto con que se entregaban al –y entregaban su– canto, el disfrute, a veces doloroso, casi ingrato, como sucede en la canción, letra y música, cardenche. Ritual, fiesta, percusiones corporales, arrobo, pasión, relajado relajo, lirismo, encanto, fuerza, conexión con la Tierra y con lo más allá de la Tierra, axis mundi

–¿Todo eso?

–Y quizá más.

Un trabajal. Un resultadazo. Obra hecha de muchas obras (¿hebras?) y a la vez suma de clavadas colaboraciones.

No llegamos tan desinformados. Cristina Pacheco, mediante su programa televisivo, nos alertó al respecto. La expectativa no fue cumplida, sino colmada. Esto puede sonar exagerado; no obstante, va: fue lo que esperábamos a la tercera potencia.

Esto es poesía, me dije, lo demás es ocio. Claro que bromeo, mas no tanto. Poesía visual y sonora, poesía letrística. Rítmica, melódica y armónica, como la mejor poesía. Acaso, señeramente, poesía de la asunción de la poesía, poesía de los individuos que sin dejar de serlo se congregan en comunidad para desde esa misma comunidad –una, única– hacer comunidad.

Salimos agradecidos, un poquitín exhaustos, cierto (el coro –¿la compañía?– fue desbordadamente generoso con su arte, su tiempo, su energía, y llevaba de una emoción a otra, algunas en verdad intensas), pero sobre todo agradecidos, contentos, agasajados, celebrados. Y dueños de la noche.