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Disquero
Joshua Crumbly, un manantial de miniaturas luminosas
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▲ El contrabajista angelino Joshua Crumbly, un ejemplo de lo mejor de la música que se está haciendo hoy en el mundo, según el Disquero. Foto Wikimedia Commons
 
Periódico La Jornada
Sábado 22 de julio de 2023, p. a12

He aquí el nuevo descubrimiento del Disquero: Joshua Crumbly, niño prodigio, caballero de la elegancia al sonar, hacedor de sustancias sonoras desde un instrumento convertido por él en manantial: el bajo eléctrico combinado con contrabajo acústico y un arsenal de instrumentos trabajados por una tribu de brujos, sus amigos músicos con quienes entabla diálogos, que no duetos, en su nuevo álbum, ForEver, que es, nos dice Joshua Crumbly, una carta dirigida al futuro, al mañana, una meditación sobre el amor, los dedos de nuestros pies sumergidos en la orilla del océano mientras a lo lejos ondean las hojas de los árboles y en medio del horizonte infinito encontramos nuestro ser interior, como un reflejo.

Desde la pieza inicial del disco ForEver, nos invade una sensación de alegría, risa infantil, regocijo. Se trata de un monólogo interior, un flujo de conciencia donde Joshua Crumbly transforma su contrabajo eléctrico en un juguete sencillo, apacible, entrañable como todos los juguetes que gozamos cuando niños.

El disco es un homenaje a la memoria por igual que al devenir, es un ciclo de experiencias narradas sin palabras, en quietud del alma.

Joshua Crumbly gusta de orientar sus intenciones con palabras cotidianas a propósito de todo lo que dice sin palabras, con su música.

Son pequeños mantras que repito una y otra vez hasta que la pieza entera se desencadena de manera natural. Y, en efecto, el flujo repetitivo de las notas hipnóticas que salen de su contrabajo nos conduce a un estado de elevación.

Joshua Crumbly nació en Los Ángeles y se mudó a Nueva York para formarse como pianista de música de concierto en la Julliard School of Music, pero se crio en medio de una amplia variedad de música que tenía en casa su padre, saxofonista con quien debutó tocando en bares; del piano se mudó al contrabajo, tocó en una banda de heavy metal, luego en grupos de jazz y rhythm and blues y también tocaba de oído en iglesias. Todo eso cuando niño. Su música actual, a sus 31 años, es una combinación de todas sus experiencias vitales.

GRabó Su primer disco en 2020: Rise, un estallido de trip hop, raíces africanas, ambient, funk, con sus amigos Michael Coleman al piano, Jonathan Pinson en tambores, Josh Johnson en el sax, Fabian Almazan en piano, Jason Burger en batería, David Cook en piano y Zach Harmon en tablas.

Joshua Crumbly enarbola un hermoso Fender American Special Precision, construido para él en 2012 y, luego de seguir la instrucción de uno de sus mentores, un viejo profesor de contrabajo, de no limitarse al bajo eléctrico, sino indagar todas las ventajas y descubrimientos que le proporcionaría el estudio del bajo vertical, el horizonte le fue generoso.

Es un investigador del sonido y todas sus posibilidades. Sus ambiciones se parecen mucho a las de un escritor: innovar, crear, alejarse de los lugares comunes, desarrollar un lenguaje nuevo, dinámico, apetecible, mágico. Me propuse romper con el esquema de las composiciones donde todos tocan juntos, pero en un momento dado, convencional, se confiere un lugar especial a los solos de los instrumentos participantes; mis piezas, en cambio, carecen de ese compartimento estanco pero en el ínter nunca perdí la capacidad de improvisación, que me importa mucho.

Crumbly es un pensador. Un pensador de sonidos. Un pensador zen. Y su nuevo disco, ForEver, lo demuestra por el esplendor de la belleza de sonido, el manantial de reflexiones que ocasiona, el borbotón de imágenes, su cualidad de géiser.

Podemos este álbum como un manantial de luminosas miniaturas.

Once piezas cuyo primer episodio da nombre al disco, ForEver, en un arco-íris de iridiscencias y un revolotear de chispas coloridas. A ese capítulo le sigue otra pieza magistral, que inicia a su vez una serie de diálogos en las siguientes nueve obras, todas ellas con uno o más músicos frente al maestro Joshua.

THREE, se titula el segundo engarce en movimiento hipnótico a cargo del maestro Crumbly, quien también se encarga de la batería mientras su colega Michael Rocketship articula magia en sintetizador.

El arte de Joshua Crumbly es único, original, muy fresco. Toda la historia del contrabajo se concentra en su discurso, donde podemos atisbar sin comparar ni equiparar: el mundo, los mundos que descubrió el compositor y bajista alemán Eberhard Weber (1968-2011), el prodigio de digitación que inventó Ron Carter, la calistenia de Jaco Pastorius, y la suma de los grandes maestros anónimos, los profesores afroestadunidenses que han formado legiones de contrabajistas revolucionarios del sonido.

Family, composición de Crumbly, es otro monólogo que combina pasajes en bajo eléctrico, contrabajo vertical, sintetizadores y percusión, instrumentos todos a cargo del propio compositor, en una de sus reflexiones más profundas: la familia, el concepto y significación de familia.

La cuarta pieza es sin duda la más hermosa de todo el disco, de por sí preñado de belleza: Higher, se titula, y es una música mística, sagrada, manufacturada en complicidad con un conocido nuestro: Shahzad Ismaily, quien pulsa percusiones en un musitar de pensamientos, susurros monumentales, incursiones profundas en el alma. Como su título lo indica, es una música que nos eleva.

Suspendidos en el aire, escuchamos la siguiente joya: The See (La contemplación), donde Crumbly pulsa su brioso bajo eléctrico además de percusiones electrónicas y su compañero Sam Sentel hace sonar su saxofón contralto.

El disco evoluciona entre vapores de ensoñación, tules, gasas y una ligera brisa que sopla en nuestros costados.

La pieza 8 lleva el nombre de la ciudad donde nació la mamá de Joshua Crumbly: Kalkala, y muestra la confluencia cultural afroestadunidense por parte del padre del compositor y asiática por la rama materna. Las texturas etéreas se expanden a lo largo de todo el álbum como las ramas de una planta.

Lo luminoso es la naturaleza de la música de Crumbly. Se denota desde la conformación de los títulos, con sus juegos de palabras, letras y significados: To Morrow, en lugar de Tomorrow, por ejemplo, para ampliar el sentido del término: (Dedicado) A la mañana, en vez de Mañana; The See, en lugar de The View, para ampliar hacia una aliteración invisible: The Sea; la alegría y el optimismo siempre por delante, que disemina el título del corte 9: Will’ Be (Good). Un géiser de luz.

Es momento de decir que el Disquero descubrió al gran músico Joshua Crusby gracias a Bob Dylan. Aconteció durante la escucha del nuevo disco de Zimmerman, Shadow Kingdom, donde una banda de excelencia toca en escena con el maestro mientras otra banda de excelencia lo hace en el estudio de grabación. La primera muestra está en el filme Shadow Kingdom, donde los músicos hacen como que tocan lo que en realidad sí tocan. Entre ellos está nuestro nuevo héroe: Joshua Crumbly, quien pulsa el bajo eléctrico mientras nuestro enigmático Shahzad Ismaily convierte el todo en paraíso cuando hace respirar los fuelles de un acordeón.

Hay una sesión en YouTube que recomiendo: Bob Dylan‘s Shadow Kingdom Bandmates Unmasked, lo cual es un juego de palabras muy propositivo: los compañeros de viaje de Bob Dylan, puestos en evidencia, o bien: los músicos detrás del cubrebocas.

Ese video dura 18 minutos y comienza con otra revelación: la maravillosa contrabajista Janie Cowan, a quien vemos pulsar descalza pedales midi con su contrabajo acústico conectado a dispositivos electrónicos; los resultados la ubican entre lo mejor del panorama contemporáneo, heredera de Bertram Turetsky, quien a sus 90 años continúa su labor como profesor de música en la Universidad de California.

Tenemos en Joshua Crumbly lo mejor de la música que se está haciendo en este momento en el mundo: piensa, medita, reflexiona, cierra los ojos y hace brotar de su bello instrumento un incesante manantial de miniaturas luminosas.

Esplendor.

Twitter: @PabloEspinosaB

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