Opinión
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Infancia y sociedad

Buenas y malas palabras

H

ay palabras que salvan, que curan, que impulsan: devuelven las ganas de vivir, la confianza en uno mismo y en los demás. Pero también hay palabras que lastiman, que intoxican y envenenan. Son palabras que matan. Nada hay más poderoso que el poder de las palabras, decía Voltaire.

En los niños y niñas es más fácil distinguir si viven en un contexto verbal cordial y amoroso o si son víctimas de una violencia verbal que los inhibe, baja su autoestima y los convierte en seres miedosos y tristes. Hace unos días, alguien hablaba de asesinatos verbales contra personajes públicos.

Habrá que solicitar al INE y al TEPJF tomar medidas legales y morales, para que las campañas electorales –que ya empezaron y durarán hasta junio de 2024– no enloquezcan a los ciudadanos con sus altas dosis de odio, insultos, veneno y descalificaciones entre candidatos; que no nos enturbien la conciencia con mentiras, medias verdades y expresiones perversas y torcidas para ganar electores.

Los ciudadanos merecemos unas campañas electorales de alto nivel, con candidatas damas y candidatos caballeros, exponiendo sus programas de trabajo sin difamar a sus rivales; sin mentir, sin subestimar, sobrevalorar o distorsionar hechos del pasado, del presente y del futuro. Ya sabemos que todos los candidatos se mostrarán preocupados por los problemas de seguridad, salud, educación y energía. Lo que no queremos es escuchar diagnósticos, que hasta los niños conocen, sino que digan cómo y con qué recursos abordarán los grandes problemas del país. Queremos gobernantes estadistas que asuman la importancia de la niñez –tan abandonada por gobiernos de ayer y de hoy– y que se preocupen más por las futuras generaciones que por las próximas elecciones.

La verdad se ha devaluado y cotiza a la baja en el mercado de las apariencias. La política se sirve de la palabra para ocultar la realidad, opina el filósofo Daniel Gamper (Barcelona, 1969), quien obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo 2019 con su libro Las mejores palabras de la libre expresión, obra obligada para comunicadores y políticos, sobre todo en estos tiempos de proceso electoral. Defender la palabra limpia y verdadera es defender la libertad moral, la civilidad y la inteligencia social, siempre mayor a lo que suponen los políticos.