o parecen generar mucho interés y menos aún entusiasmo los empeños de los aspirantes de Morena a la candidatura para la Presidencia. No los provoca a ellos mismos y tampoco al público.
Los así llamados corcholatas juegan el antiguo juego del tapado
en su versión modificada y recargada, que en este caso se complementará con el mecanismo de las encuestas.
Una innovación en el procedimiento: primero, giras para que la gente conozca, vea y oiga a los nominados; para que estos propongan, prometan y se exhiban. Luego habrá un par de encuestas en las que participará toda la gente que quiera y, así, escoger a los finalistas que tendrán que ir a una segunda encuesta, ésta ya definitiva, para designar a quien dirigiría una siguiente etapa del proyecto morenista. Una gran función que no deja de asemejarse un tanto al concurso de Miss Universo, con las evidentes diferencias entre ambos eventos.
El término de corcholatas que se emplea para denominar a los aspirantes al más alto cargo del país, alude al acto de destapar una botella; se refiere, como todos saben, al objeto metálico que protege herméticamente algún líquido y debe ser removido para beberse. El caso es que las corcholatas se deforman al momento mismo de desprenderse, suelen caer al piso la mayoría de las veces y siempre se desechan. No es una denominación muy atractiva, más bien al contrario, y no indica el carácter estimable que supuestamente tiene la actividad política y las personas que a ella se dedican. Los aludidos lo aceptaron.
Así que las corcholatas están en plena actividad. Se promueven, usan recursos, gastan dinero para llenar los actos donde se presentan, para difundir lemas o enunciar propósitos laxos y cuyo recuerdo será efímero. Algunos de los gastos son declarados a su propio partido, otros no; todo esto mientras el INE sólo mira lo que en realidad es una campaña en toda forma. Tapizan los espacios públicos con propaganda masiva; anuncios poco atractivos y de dudosa eficacia, algunos más obvios que otros. Todos se declaran soldados de un proyecto, merecedores del puesto al que aspiran, por ser los más capaces. Así es el espectáculo de la política
al que se suman en tropel los partidos políticos, los seguidores de cada candidato, los medios de comunicación, las redes sociales y los múltiples interesados de distinto tipo. Esta es la fachada, detrás se mueven los intereses, las influencias, los pactos, las intrigas y las escaramuzas que siempre son parte de la lucha por el poder.
Del lado de la oposición la situación es verdaderamente pasmosa. La alianza de partidos que se hace llamar Va por México no es natural, sino más bien forzada, poco efectiva, indecisa y menos aún creíble en cuanto a su efectividad. Las recientes elecciones en el estado de México sirven muy bien de muestra.
Hay quien dice que los políticos giran en torno a una fantasía primordial que es: llegar. Si es así o no habría que tratarlo con siquiatras, sicólogos y sobre todo con endocrinólogos.
Hay personajes que creen (verbo distinto que pensar) que pueden encabezar un gobierno, cuando su pasado y presente, sus actos, referencias, propuestas, capacidades y posibilidades no apuntan con el mínimo de objetividad a lo que se proponen conseguir y, así, alcanzar la fantasía. Este parece ser el caso de los dirigentes de tal alianza y también la de algunos de aquellos que se han apuntado para llegar a la grande. El éxodo reciente en la cúpula del PRI, las prácticas del PAN y la debacle imparable del PRD, junto con el retiro de varios de los aspirantes a la candidatura son indicios de lo que ahí ocurre. Dirigentes y partidos compiten contra la irrelevancia. Mala noticia.
Menos relevantes aún acaban siendo los partidos en un país de jóvenes que deben ser persuadidos para ir a votar y consumar, así, el acto democrático. A ellos se suman los incrédulos, los desencantados y los apáticos, que también son muchos. Una alta participación en la votación sería una muestra necesaria de la voluntad de la gente. Los liderazgos fallidos de la oposición extienden el espacio de Morena. Y de repente en tal amalgama despunta Xóchitl Gálvez a quien el gobierno, la cargada oficial y sus diversos acólitos han recibido a las patadas. Habrá que ver qué pasa, cómo se dará la batalla política, mediática y muy personalizada. ¿Resistirá la misma oposición ésta u otras incursiones? ¿Persistirán sus líderes en anteponer sus intereses personales y sus propias fantasías? ¿Podrán contener la vocación aparente de perder las elecciones? ¿Surgirán otros personajes que remuevan el panorama?
Estas preguntas van, por supuesto, más allá de lo que ocurra con la senadora Gálvez. Mientras tanto se convierte en un elemento extraño e inesperado en el escenario de las elecciones y la sucesión que se había creado en el gobierno y el partido Morena. Harán uso de todos sus anticuerpos disponibles para frenar la intrusión en el organismo político-electoral. Sí, en efecto, es muy temprano en el proceso para saber qué va a pasar y cómo se darán las cosas. Pero sin duda se desplegó, por ahora, un entorno imprevisto.
Después de esta etapa de la política electoral ya abierta de par en par, el sexenio habrá de terminar formalmente según se espera. Y se tendrá que ir haciendo un balance real, comprobable y extenso de los asuntos que ya se conocen, de los procesos que están en curso y de las cuestiones que se han omitido. Eso es también parte del entorno democrático.