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La revolución
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l martes pasado Álvaro García Linera terminó en estas páginas su artículo Capitalismo tardío y neocatastrofismos con una invitación: “…en estos tiempos de incertidumbre pesimista, habría que volver a desempolvar y enriquecer los previsores debates marxistas sobre las condiciones del derrumbe ­capitalista”. Tiene razón. Los debates marxistas han estado presentes con creciente intensidad, especialmente después de la crisis de 2008, pero pocos han abordado el tema del derrumbe capitalista, tan visitado durante el siglo XX. Seguramente esto se explica por un tema que él apunta al paso: el factor decisivo de las luchas sociales.

El capitalismo ha llevado a la mitad de la población del mundo a vivir con cinco dólares o menos, mientras el ingreso y la riqueza se concentra en el 1%. A mayor riqueza concentrada en ese segmento, mayor es la porción del ingreso que acapara, en una dinámica imposible de detener. Así funciona el mercado capitalista dejado a su libre actuar, y está más libre que nunca.

El capitalismo nunca ha vuelto a alcanzar los índices triunfales de la posguerra (1950-73), ni volverá a alcanzarlos. El declive de sus tendencias principales ha sido continuo: cada vez más bajo crecimiento económico; reaparición de la estanflación; endeudamiento crónico y creciente; caída permanente de la productividad; aumento sin freno de la desigualdad. Su peor pesadilla, de la que no despertará, es la caída en los índices de productividad. Una alta productividad, nacida de la cascada de las innovaciones técnicas generadas por la Segunda Guerra Mundial y el periodo de los trente glorieuses, permitió al capitalismo aumentar aceleradamente las ganancias del capital y, al mismo tiempo, aumentar el nivel de vida de los trabajadores y de la población en general en Estados Unidos (EU); poco después, en el conjunto de los centros imperialistas. Pero la productividad inició su caída a mediados de los años 70.

La respuesta de la clase dominante de EU al declive fue la imposición del modelo neoliberal en los años 1980, en busca de recuperar la rentabilidad que se perdía. Al final de esa década, se produjo el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), muriendo así el primer intento de construir un sistema social distinto al capitalismo que, en su momento, llegó a abarcar casi un tercio de la humanidad. Ese final confirmó lo que se sabía: la URSS no era el camino para superar el capitalismo. No obstante, la URSS fue un apoyo persistente en las luchas de los trabajadores y una fuerza anticolonial.

La muerte de la URSS y la implantación del neoliberalismo hundieron a las izquierdas socialistas y comunistas en todas partes. Llegó desatado el dominio ideológico del neoliberalismo, que absorbió a la socialdemocracia y a vastas franjas de las izquierdas anticapitalistas. La izquierda quedó huérfana de programa. No obstante, tan pronto como a inicios de los 1990, en México surgió un nuevo grupo anticapitalista, en lucha declarada contra el neoliberalismo: el movimiento zapatista, con una línea ideológica ligada a los movimientos de las culturas originarias.

La implantación del neoliberalismo comenzó con una etapa de enorme contracción económica operada mediante la política monetaria de EU. Se trataba de parar la economía para disciplinar a los asalariados en todas partes. Y llegó el derrumbe de los sindicatos y de la caída en los índices de sindicación, y el individualismo laboral neoliberal opuesto a la idea misma de sindicato. El movimiento obrero perdió por completo la centralidad que durante más de un siglo fue pilar fundamental de la lucha anticapitalista.

Comenzó a crecer principalmente el sector de los servicios, que acabó convirtiéndose en el ramo con el mayor número de asalariados. Las izquierdas cayeron entonces en una gran confusión, que persiste hasta nuestros días. Todo ocurría como si sólo los trabajadores del sector industrial fueran los verdaderos explotados. La confusión abarcaba los conceptos de trabajo productivo e improductivo y el de clases medias, las que fueron dadas por perdidas para la lucha anticapitalista. Los asalariados del sector servicios no podían ser revolucionarios. Todo en un momento en que ya tampoco los asalariados de la industria eran centrales. Los asalariados quedaron por completo a merced del capital.

Las izquierdas tienen que rehacer su cultura anticapitalista para el mundo del siglo XXI, con tantas crisis simultáneas. Escribió Marx en La ideología alemana: “Para engendrar… [la] conciencia comunista…, es necesaria una transformación en la masa de los hombres que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución y por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases”. Dilucidar qué es hoy la revolución es indispensable. (Continuaré la semana próxima.)