Opinión
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Las novias del rock, poder y funk
A

unque la muy sexuada nueva música clásica compendiaba todos los machismos existentes, desde los años 60 se hicieron lugar las chavas. El culto fálico reinaba en los solos de Hendrix, los desplantes de Jim Morrison, las coreografías andróginas de Bowie, el limón exprimido de Robert Plant. Las chicas, en minoría a tono con la época, no se quedaron quietas. De la pulcra Mary Travers (de Peter, Paul & Mary) pasaron a deslumbrarnos Joan Baez, Joni Mitchel, Judy Collins, Mamma Cass y Phillips. Las malportadas Grace Slick y Janis Joplin se dieron en agitar (la primera) y provocar (la segunda).

Todas ellas anglosajonas, influidas por Big Mama Thornton y la indispensable Nina Simon. The Supremes y Aretha Franklin rompieron los moldes del soul y el Motown. Betty Davis le rompió la cara a quien pudo. Uno de mis recuerdos más raros fue la vez que, en plena adolescencia y camino al Asia, vi cantar en la Disneylandia de Los Ángeles a las mismísimas Supremes con Diana Ross.

En Inglaterra no todo era Mary Hopkins. Embellecieron el folk-rock las voces de Sandy Denny, Jacquie McShee, Maddy Prior. El blues se estremeció con Maggie Bell y la formidable Julie Driscoll (recordada como front-woman de Brian Auger and The Trinity).

Si en los primeros conciertos masivos de los Beatles las chicas se hacían pipí de la emoción, pronto Tina Turner, Grace y Janis desafiaron y sedujeron a los hombres. A Joan Baez debemos haber acicalado y politizado las canciones de Dylan. La canadiense Judy Collins iluminó a sus paisanos Stephen Stills, Neil Young y Leonard Cohen. Joni Mitchel y Laura Nyro probaron su genio de compositoras. Así que, llegada su hora, Patti Smith, Siuoxie, Joan Jett, Chrissie Hynde y Debbie Harry no necesitaron fingir pudor, aunque la masificación de la impudicia la debemos a Madonna. Y la originalidad audaz a Laurie Anderson y Björk.

No se puede ignorar hoy la condición de depredadores sexuales de muchos roqueros. Encontraban complemento en los enjambres de grupis, con frecuencia adolescentes, que pululaban los conciertos y aterrizaban en la orgía perpetua de Led Zeppelin, los Stones o cualquier banda cargada de testosterona y poder. También es herencia del blues: Screamin’ Jay Hawkins y Chuck Berry a su paso dejaron regados hijos y escándalos.

Vienen a mi memoria tres feminicidios en la zona estelar del rock. Phil Spector (creador de la Pared de Sonido, causante de la ruptura de los Beatles, productor de John Lennon y los músicos de Detroit) y Felix Pappalardi (el cuarto Cream, fundador de Mountain) asesinaron a sus respectivas esposas. Bertrand Cantat, vocalista de la espléndida banda francesa Noir Desir mató a golpes a su pareja, la actriz Marie Trintignant. Obvio decir que a la hora del MeToo las filas del rock quedaron particularmente exhibidas.

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▲ La cantante y actriz británica Julie Driscoll retratada por Richard Avedon en 1969.Foto

El poder se volvió parte del rock. En una entrevista que recoge Martin Scorsese en el documental No Direction Home, Allen Ginsberg, adoptado como gurú y tío por la contracultura, cuenta de un reventón donde coincidieron Dylan y Lennon hacia 1965. Cito de memoria: Me sorprendió su inseguridad. Tenían mucho poder, pero eran tan jóvenes que no sabían qué hacer con él. Con el tiempo muchos aprenderían: empresarios, productores, protagonistas de la historia cultural, algunos incursionaron en el cine y la política.

Aunque los medios y el mercado privilegiaban la música masculina y blanca, la escena negra venía con todo aun antes del Summer of Soul (el Woodstock afroestadunidense). No sólo el firmamento del blues. Hubo Motown para aventar arriba, soul, una lluvia de funk y locura (Sly & The Family Stone, Funkadelic) que Michael Jackson llevaría a las masas y a los niños. Matriarcas como Etta James. Los blancos adoraron a Taj Mahal, Ritchie Heavens, Stevie Wonder y Hendrix. Como quiera, la fiesta la dominó el blues de ojos azules. Suyo fue el Valhalla.

El rock adoptó multitud de géneros en el mundo. El metal se propagó en la Europa nórdica y derivó en espectaculares versiones melódicas o crudas que renegaban del rock; en Finlandia es el principal producto de exportación cultural, en cada casa puede vivir un metalero de verdad. Habría hard core, trash, grounge. En Argentina se convirtió en trinchera de la libertad durante la dictadura. Su influencia en Soweto ayudó al fin del apartheid. El ska y el reggae alimentaron a los neojipis, a los renegados punk y al mestizo de la Europa latina, de Mano Negra en adelante.

Políticos inescrupulosos, como George W. Bush y Donald Trump, robarían rolas de Bruce Springsteen, Billy Joel o los Stones con fines propagandísticos. Ray Charles, Michael Jackson, Bowie, Tina Turner, Robert Palmer, Jamiroquai, Queen y hasta Molotov cambiaron a Pepsi. Los publicistas estaban y están ávidos de rentar canciones canónicas. Dylan vendió una a Victoria Secret. Para pagar unas deudas, dijo. El rock nunca se dio baños de pureza. El flamenquero grupo español Pata Negra declaró en nombre de todos: Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda.