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A golpes de calor
V

íctor Hugo decía que el verano es la estación de los pobres. Eso pudo ser cierto en el siglo XIX y en latitudes donde la temperatura ambiente durante los meses de estío no superaba, salvo ocasiones, la escala de 30 grados Celsius.

Sin embargo, la observación de Hugo es válida aún para ciertas regiones, como el norte de México, donde más se acentúa y extiende la época de calor. Los pobres se mueven con mayor holgura, la naturaleza les permite disfrutar en muy diversas formas el margen de su tiempo libre; si la temperatura retienta pueden buscar la reparación del gasto laboral –y de transporte– durmiendo a la intemperie. Andan más cómodos en una vestimenta liviana. Y los que viven en situación de calle –una manera de referirse a la indigencia– tienen menos dificultades para descansar donde la fatiga los rinde.

Con altibajos hasta nuestros días, esa ha sido la forma de sobrevivir de los pobres, durante la época de calor, en una sociedad profundamente desigual como la mexicana. El invierno, con temperaturas cada vez más bajas, mutila sus movimientos, les dificulta la expansión necesaria para compensar las incomodidades del seno familiar, por lo regular en viviendas privadas del espacio necesario para circular en su interior sin tropiezos –algo que se traduce frecuentemente en violencia–, y los que viven de la caridad pública se ven con menos posibilidades para mendigar las sobras ajenas.

Será el cambio climático o los accidentes solares, pero el calor ha aumentado y se torna en nada que tenga que ver con una mayor holgura para los pobres. Poblaciones que por su grado de producción e ingreso debieran estar habilitadas para atender la necesidad de mitigar los rigores de las estaciones extremas para los sectores más vulnerables, simplemente no lo están. Monterrey es un ejemplo de esta penosa circunstancia para los pobres.

La capital de Nuevo León y su área metropolitana –más de la cuarta parte de sus 51 municipios– son motivo de jactancia de las autoridades que conducen la gestión socioeconómica del estado. En la inauguración de una planta de industrialización de desechos plásticos, el gobernador Samuel García afirmaba que Nuevo León es el mejor estado para invertir. Es probable que sea muy cierto. Mano de obra barata y domesticada (hace décadas que no estalla una huelga en este estado), agua suficiente que a los habitantes –sobre todo a los de las colonias pobres– se les cicatea, infraestructura que si no la hay se construye, amplios espacios para viviendas residenciales (con frecuencia arrebatados a las deficitarias áreas verdes de que dispone la zona), vigilancia elástica para admitir todo tipo de contaminantes industriales, facilidades diversas a cargo del gobierno. Y a dos horas de la frontera con Estados Unidos.

Se crea la ilusión de que el llamado nearshoring será la panacea del desarrollo regional y nacional. Con la instalación de Tesla cerca de Monterrey, el gobernador Samuel García declaró que pronto Nuevo León será el centro del desarrollo mundial. Ante el anuncio de Techint-Ternium de invertir 3 mil 200 millones de dólares y a futuro completar la suma de casi 7 mil millones de dólares, el festín verbal continúa: “Hoy Nuevo León está en los ojos del mundo; en países subdesarrollados o de primer mundo, que están viendo en la era del nearshoring a dónde ir a localizar su fábrica. Siempre Nuevo León es plan A […] No hay mejor lugar para invertir y relocalizarse; nos estamos llevando 70 por ciento del pastel”.

Por de pronto, los pobres están lejos de esa cornucopia y el calor los agobia. Muchas familias viven en casas con techo de lámina y sin un módico abanico. Con frecuencia carecen de agua y, en las semanas recientes, de corriente eléctrica: la intensa demanda de electricidad llega a dañar las instalaciones de la CFE. Quienes trabajan a menudo se trasladan a pie o en un transporte colectivo insuficiente. Sólo el parque vehicular de Monterrey asciende a casi 3 millones de automotores: de éstos, unos 2.2 millones son automóviles, mientras las unidades del transporte público –en malas condiciones– apenas alcanzan 2 mil 800 autobuses. Esperar un autobús en una larga fila, a más de 40 grados a la sombra es tentar la muerte.

La fiscalía de Nuevo León informó que de dos semanas para acá tenemos [...] 850 fallecidos por golpe de calor ( Milenio).

El Monterrey metropolitano se ha convertido, tras la imposición que nos hace Estados Unidos de contener la ola migratoria proveniente del sur, en lugar de destino para miles de exiliados que buscan territorios más propicios para trabajar y vivir. Pero las actuales obras de infraestructura no responden a su condición de pobres. Recientemente, el Congreso del estado urgió al gobierno a terminar la construcción de albergues para alojar a muchos de los sin techo que circulan por sus calles ardientes. Oír hablar de millones y contemplar el paisaje humano de Monterrey no es para celebrar. Menos para jactarse de estar pisando casi el paraíso.