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Lento cumplimiento del pacto

A seis años del acuerdo de paz, aún pesa el estigma de ser guerrillero

Para el ex comandante Solís Almeida, hay grave riesgo de que la gente busque otro modo de subsistir

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▲ Solís Almeida, ex comandante de las FARC ayuda a gestionar el espacio Tierra Grata, a un semestre de graduarse como administrador de políticas públicas.Foto La Jornada
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Periódico La Jornada
Miércoles 28 de junio de 2023, p. 14

Tierra Grata, Cesar. Seis años después de que cesaron los combates, los bombardeos y las brutales incursiones armadas en las regiones más afectadas por la confrontación entre el ejército y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), todavía no puede decirse que la paz haya pasado por la casa de los campesinos y se haya sentado a su mesa, asegura Solís Almeida. Mejor dicho, Abelardo Caicedo Arley, que es su nombre civil.

Fue comandante del Frente 41 de las FARC en la Sierra Nevada de Santa Marta y Serranía de Perijá. Entregó su AR-15 tipo comando como firmante de los acuerdos, exactamente el día en que cumplía 40 años de haber ingresado a la guerrilla. Tenía 57 años de edad.

Hoy, a pesar de lo mucho que le encanta su pueblito en ciernes y del orgullo con que describe sus proyectos, no deja de reconocer el grave riesgo que subsiste para el proceso de transición si el cumplimiento de lo pactado continúa como hasta ahora, omiso, lento en el mejor de los casos.

Si dentro de cinco años la cosa sigue así, sin el reparto de las tierras comprometidas, que fue el punto número uno; sin la entrega de recursos para el desarrollo de los espacios territoriales para los antiguos combatientes, temo que muchos van a tener la tentación de irse, de buscar otra forma de sobrevivir, sumarse a las economías ilegales y sus grupos armados que andan por aquí, muy cerca.

Con Petro, muchísimo más

En los 10 meses de gobierno de Gustavo Petro, reconoce, se ha hecho más que en los seis años anteriores. Muchísimo más que con el presidente Iván Duque. Eso no sólo fue incumplimiento. Todos los días salía a decir que iba a hacer trizas los acuerdos de paz.

No sólo fue la falta de voluntad en las altas esferas de la administración del gobierno anterior, sino la corrupción de las autoridades locales, lo que mantuvo estancado el prospecto de un desarrollo pacífico en las regiones.

Empezando porque se supone que el gobierno debería conseguir 3 millones de hectáreas para los campesinos sin tierra y poner en marcha la reforma rural integral. Es el primer punto del acuerdo. Pero la informalidad de la propiedad de tierras en el país es enorme y las instituciones ni siquiera saben todavía cuál es el precio de una hectárea.

El acuerdo incluye además que en 171 municipios, los más afectados, se apliquen los programas de desarrollo con enfoque territorial (Pedet). “Los ejercicios de planeación se hicieron. Pero cuando llegó la plata para aplicarla, los alcaldes se la robaron. A los espacios territoriales de capacitación y reinserción (ETCR) es a los que menos nos ha tocado. Es mucho lo que nos falta y urge: vivienda, agua, electricidad. Muy pocos pueden tener trabajo asalariado fuera del espacio. Todavía pesa mucho el estigma de ser ex guerrilleros. Si esto sigue así…no sabemos, nuestra gente puede empezar a buscar otra forma de subsistir”.

¿Y ahora quién da las órdenes?

Cuenta cómo viven la transición: En la guerra los comandantes dirigíamos todo, repartíamos las tareas por escuadras. Cuando nos convertimos en civiles nos encontramos con que aquí quién da las órdenes. Nos tuvimos que organizar de otra forma. Primero hicimos la junta comunal. Cada mes se asignan las tareas. Y si a mí me toca limpiar sanitarios, pues a darle, aunque haya sido comandante.

Los ex guerrilleros sobreviven con un monto mensual que les da el Estado, por debajo del salario mínimo. Se organizó una cooperativa para manejar la tienda, la ferretería, la panadería y el taller de costura. Tienen su comisión de salud con su puesto sanitario.

También se formó una pequeña asociación de ganaderos cuando cada uno recibió sus primeros 2 millones de pesos colombianos (poco menos de 500 dólares) como primera entrega después de la dejación, como llaman aquí a la entrega de armas.

–Unos enfrentan cuesta arriba qué es mantenerse en la paz. Otros, como Iván Márquez y Jesús Santrich, tomaron la decisión de volver a las armas. ¿Qué opina de las llamadas disidencias de las FARC?

–Es complicado. No podemos desconocer que hubo un entrampamiento del Estado. Para Santrich fue muy difícil mantenerse con una amenaza de extradición a Estados Unidos. En cualquier momento lo podían capturar. Sobre todo si Duque todo el día decía que lo iba a entregar. Lo único que digo es que es muy difícil juzgar. Cada uno es dueño de sus propios miedos.

Meses después de sumarse a las filas de la llamada Segunda Marquetalia, Santrich cayó en un enfrentamiento en Venezuela.

–¿Y lo mejor de la transición?

–La familia. En 40 años que estuve en la guerra a mi mamá, doña Herlinda Colorado, mi cucha, únicamente la vi cuatro veces. Y lo otro, el estudio. Nuca tuve oportunidad de estudiar. Estoy por terminar administración pública. Claro que, de haber podido escoger, hubiera elegido la sociología.

“En la guerrilla se estudiaba siempre que se podía. Lo primero que se hacía al montar un campamento era el aula, la rancha (la cocina) y los sanitarios. El que no sabía leer le tocaba aprender. Los que ya, estudiábamos historia, economía, hasta filosofía. Había orden del camarada Jacobo Arenas de leer El ser guerrero del libertador, sobre Simón Bolívar, de Álvaro Valencia Tovar.”

Solís, que a los 17 años eligió su nombre de guerra, no por Javier Solís, como se creía, sino por el héroe de una radionovela de piratas que se escuchaba en sus tiempos, Arandú, tuvo sus libros favoritos: los de la literatura soviética y los que tenían que ver con la Segunda Guerra Mundial, como Diecisiete instantes de una primavera, de Yulián Semiónov”. Y Canción de amor para los hombres, del nicaragüense Omar Cabezas.

Y pensando en aquellas lecturas de juventud se queda mirando hacia la verde cadena de montañas de la Serranía de Perijá, enmarcadas por un mural hecho en honor a alguien que también comandó este frente, Simón Trinidad. Simón Libertad, dice la pintura mural, llena de mariposas amarillas, que rodean el rostro del jefe guerrillero que purga en Estados Unidos una pena de 60 años en una celda de máxima seguridad.