La mirada Biocultural.En un tiempo, país y un mundo en donde más y más personas, familias, colectivos, de diferentes índoles, e instituciones empiezan a vivir y actuar en ciudades y zonas urbanas, la visión biocultural se ha vuelto esencial, pero también algo novedoso y complejo de explicar. En el Código de ética de la Sociedad Latinoamericana de Etnobiología, Cano Contreras et al. (2016: 28) posicionan la bioculturalidad como
la memoria y experiencia aprendida y perfeccionada colectivamente, de saberes y practicas sobre los seres naturales y no naturales, que han sido transmitidos de generación a generación durante cientos de años entre los diferentes pueblos ancestrales; lo cual comprende las cosmovisiones, la historia, las lenguas, los componentes de la naturaleza y territorios, cuyos conocimientos, prácticas y entornos deben ser preservados y respetados nacional e internacionalmente.
Si preguntas a cualquier persona rural o tradicional, sin embargo, te diría que lo biocultural no existe y, quizás, es un invento de los académicos. Enfatizará que el ser humano simplemente es y existe con todo lo que le rodea; es decir con la naturaleza, o su entorno natural, y no-artificial. En otras palabras, el simple hecho que se afirma o se nombre algo como natural es porque el enunciador procede desde un contexto urbano o no rural. Solo donde ya no hay una naturaleza normalizada, se reconoce la naturaleza como algo diferente, nombrable y especial. Una persona rural o tradicional concibe de la naturaleza como elemento normal de su entorno y muchas veces no tiene la necesidad o urgencia de especificarlo. Que hablamos hoy de bioculturalidad es porque estamos, claramente, perdiendo la experiencia, la memoria y la transmisión intergeneracional de sobrevivir y vivir bien en nuestros entornos naturales y bioculturales; una habilidad que nos caracterizaba como ser humano y lo que nos ha permitido llegar hacia donde estamos hoy día con todos nuestros inventos y capacidades de creación y curación. En corto, es hora de alarmarnos, porque si nos hemos hecho menos biocultural, qué haríamos en el futuro para seguir viviendo, conviviendo y sobreviviendo en una naturaleza que sí evoluciona (un proceso y lección ya visto dramáticamente con el impacto fuerte y veloz de la pandemia del COVID-19).
Resumiendo lo anterior explicado, se puede decir que la visión biocultural consta de considerar conscientemente cómo el ser humano se vincula con su entorno natural y artificial, y cómo nuestra sobrevivencia como especie radica en la medida y el éxito que tengamos al realizar la tarea de reflexionar, conocer y aplicar modos de vinculaciones inteligentes, sustentables y responsables entre el ser humano y la naturaleza, quien al fin del cabo no nos necesita, pero nosotros de ella sí.
Vivimos en un mundo y tiempo en donde conocemos mejor a la marca o los comerciales de Rappi y Digifoods que a nuestros vecinos o los ingredientes que contiene el mole o el chile en nogada; es necesario, entonces, prestar atención y reaprender la valoración de lo que México y sus múltiples regiones ha hecho desde siempre: proveer sus poblaciones y los del mundo con especies particulares, endémicos, variados, nutritivos y eficientes. Miles de conocimientos únicos de cómo cultivar, cosechar, procesar, preparar, presentar, compartir y consumir platillos, bebidas, remedios y otros tesoros culturales asociados como las múltiples lenguas, cosmovisiones, prácticas, expresiones socioculturales, sistemas y normas éticas-filosóficas, se encuentren ya, tristemente, en una situación de lucha profunda para sobrevivir y perdurar las pruebas de tiempos, la falta de un conocimiento de larga duración y el interés de enfocarnos hacia lo presente. La visión biocultural ofrece un remedio, una esperanza, una metodología y una estrategia potente para contrarrestar algunas de estos malos siempre y cuando la entendemos y sabemos aplicar.
Fiesta y carnaval entre los zoques. En el sur de México, se encuentran los O´de püt (“gente de idioma”), o zoques, quienes desde antes de la era cristiana han cultivado las tierras de la Depresión Central, las Montañas Zoques y áreas aledañas, en Chiapas y el este de Oaxaca, con gran éxito antes de verse desplazados por los mayas, los chiapanecos, los mexicas y, finalmente, los españoles y otros europeos. Hoy, mantienen su visión y proyección biocultural que integra tanto elementos prehispánicos como componentes de todos los periodos posteriores ya que ninguna visión o sistema de vida es estática en el tiempo y los zoques padecieron de muchos cambios fuertes en el tiempo por ser un grupo múltiplemente invadido y desplazado. Entre sus diferentes expresiones de identidad y modo de vida actuales, se encuentran los ´carnavales´ o etzes, bailes en zoque. En los etzes de carnaval, se halla claramente su visión biocultural duradera y multitemporal. Observarla, conocerla y comprenderla en su profundidad ,promueve y genera una comprensión de vida y biocultura cíclica y profunda. Hacen presencia tanto los astros mayores - sol, luna y estrellas-, como quienes organizan el tiempo; las montañas, los valles, los pueblos y las especies del mundo zoque, quienes organizan y ocupan el espacio físico, socio-político, cultural e interactivo.
Otro aspecto que destaca en los etzes de carnaval, es la presencia e incorporación de flora y fauna en todos los ámbitos de la expresión o ritual: en la vestimenta y la simbología de los personajes, en los altares y demás espacios simbólico-espirituales, y en la gastronomía preparada y ofrecida comunitariamente.
Desde el 2015 a la fecha, hemos identificado, entre los carnavales de cuatro diferentes pueblos o comunidades costumbristas como son Ocozocoautla de Espinosa, Tuxtla Gutiérrez, San Fernando y Copainalá, la incorporación de al menos 146 especies de plantas y 34 especies de animales. De las que es posible observar que 55 % son nativos, 20 % naturalizados y 18 % introducidos (del total, 7% de los especies son desconocidos todavía ya que el estudio se encuentra aún en proceso). Identificamos, así, que aunque los etzes se efectúan hoy en un tiempo más asociado con la “modernidad”, se conserva y se mantiene en estas expresiones socio-culturales o socio-religiosos, un grado significativo de endemismo e identidad autóctona. A la vez, se evidencia una capacidad de adaptación, resiliencia y una ética hacia la sostenibilidad y sustentabilidad tanto de las especies prehispánicas como de los conocimientos y memorias asociados a ellos. No es casual que el mono y el jaguar protagonizan al menos dos de los cuatro carnavales documentados (San Fernando y Ocozocoautla de Espinosa); siguen siendo especies con significados especiales y motivadores para el ser humano.
Se baila y se celebra, entonces, en fechas especiales relacionadas tanto con la naturaleza, como los ciclos de la luna y sol, el clima y las estaciones; pero también con los ciclos de historia, con sus conquistas, derrotas, sobrevivencias o sobre “llevancias”, y se incorporan tanto elementos humanos como naturales. Acompañados y formando, en realidad, una secuencia ritual, los etzes con los personajes, las comidas y bebidas -la mayoría hecha a mano con ingredientes cultivados localmente-, los altares o espacios sagrados, los discursos, la música y la transmisión cultural-ética presente en el sistema rotativo de cargos comunitarios e intergeneracionales, son un tributo, una secuencia y promesa de continuación, un linaje y una esperanza de vida y entorno social, natural y humano. Nada está limitado desde un principio aunque claramente sí hay reglas y cierta normatividad socio-cultural. La interconectividad de los elementos y participantes son siempre enfatizados, simbolizados, presentes y, inherentemente, explorados. Hasta el niño más chico se encuentra en el carnaval y aprende desde su lugar en la convivencia y el ritual de ser comunitario, flexible, fuerte y resiliente.
Hasta la fecha, es poco, lamentablemente, lo que hemos explorado, documentado y participado en las muchas expresiones y celebraciones bioculturales que caracterizan este país. Ser y pensar bioculturalmente no es, por cierto, un regresar a un pasado romántico. Es visualizar conscientemente un camino mejor integrado y balanceado humano y natural con menos disparidad glocal que se basa en la memoria y la experiencia biocultural. Es conocer y poder contextualizar las ritualidades que muchos pueblos en México manifiestan y entender sus conexiones verdaderas, históricas y modernas con el entorno natural y humano cambiante siempre en el tiempo y espacio con el objetivo de generar comprensiones que conllevan a una agenda de cuidado y relación mutua humano y natural. Se ofrendan en los carnavales enrames, por ejemplo con fruta o verdura. Estas son ofrendadas a los dioses, pero también a la comunidad y a las mismas personas que llegan a visitar y a consumir lo que han ofrendado a los dioses y el altar en la casa del carguero en turno, creando entonces un círculo de reciprocidad, vida cíclica, espiritualidad, nutrición y comunidad. Si tuviéramos más conocimientos precisos acerca de los ciclos que sustentan y construyen nuestras vidas, comunidades y entornos, en un sentido más harmonioso, seguramente nuestro habito de correr y vivir en ansiedad del día al día se viera más calmado. Les invito a comprender y mirar el mundo más bioculturalmente, escoger por entender y familiarse con las múltiples bioculturalidades que nos rodean en la pluriculturalidad de este país: México. •