Número 189 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 

EditorialLos territorios bioculturales según El Nigromante

Que el espacio humano es territorio y que una forma privilegiada acercarse a estas sutiles construcciones es verlas como entrevero de naturaleza y sociedad: como territorios bioculturales, es una idea relativamente novedosa. Sin embargo, como todo, la lectura socio natural de los espacios y más aún la idea de que es a partir de ella que debieran definirse las regiones de México tiene antecedentes: fue formulada y defendida en el Congreso Constituyente de 1856-57 por un mexicano excepcional: Ignacio Ramírez, El Nigromante.

Antes de abordar el tema presentaré al personaje.

No hay Dios. La Academia de San Juan de Letrán, fundada en 1836 y que se reunía en el Colegio del que tomó su nombre en torno a escritores como Guillermo Prieto y Andrés Quintana Roo, por dos décadas congregó a literatos del más diverso pelaje político y literario, entre ellos el think tank de Benito Juárez, núcleo impulsor de las Leyes de reforma. A poco de creada la agrupación, un joven estrafalario se apersona en una de sus sesiones. Así lo cuenta Guillermo Prieto:

Una tarde de Academia, después de oscurecer, percibimos al reflejo verdoso de la bujía que nos alumbraba, en el hueco de una puerta, un bulto inmóvil y silencioso que parecía como que esperaba una voz para penetrar en nuestro recinto.

Lo vio el señor Quintana y dijo: ¡adelante!

Entonces vimos acercarse un personaje envuelto en un copón o barragán desgarrado, con un bosque de cabellos erizos por remate. Representaba el aparecido 18 o 20 años. Su tez era oscura, pero con el oscuro de la sombra sus ojos negros parecían envueltos en una luz amarilla tristísima; parpadeaba seguido y de un modo nervioso; nariz afilada; boca sarcástica; el vestido era un prodigio de abandono y descuido; abundaba en rasgones y chirlos, en huelgas y descarríos…

-¿Qué mandaba usted?

-Deseo leer una composición para que ustedes decidan si puedo pertenecer a esta

Academia.

En el auditorio reinaba un silencio profundo.

Ramírez sacó del bolsillo del costado, un puño de papeles de todos tamaños y colores; algunos impresos por un lado, otros en tiras como recortes de moldes de vestido, y avisos de toros o de teatro. Arregló esa baraja y leyó con tono seguro e insolente el título que decía: “No hay Dios”.

El estallido inesperado de una bomba, la aparición de un monstruo, el derrumbe estrepitoso del techo no hubiera producido mayor conmoción.

Se levantó un clamor rabioso que se disolvió en altercados y disputas.

Ramírez veía dodo aquello con despreciativa inmovilidad.

El señor Iturralde dijo:

-Yo no puedo permitir que aquí se lea eso; es un establecimiento de educación.

-Pues yo no presido donde hay mordaza, dijo Quintana, levantándose de su asiento.

-Triste reunión de literatos, exclamó Guevara, la que se convierte en reunión de aduaneros que declaran contrabando el pensamiento.

-Que hable Ramírez…

Y Ramírez habló. Habló de “astronomía, matemáticas, zoología, el jeroglífico y la letra, el dios… Todo sin esfuerzo y empleando el decir fluido de Heródoto o la risa franca y picaresca de Rabelais…”. Era el suyo un desbordado y retador discurso unas veces oral y otras veces escrito, que se prolongaría hasta el día de su muerte y con el que se anticipó a las ideas de su tiempo sacando de quicio a los espíritus pacatos.

Para reordenar el país. Particularmente filosas son sus observaciones críticas sobre la ausencia de propuestas de reordenamiento territorial en el proyecto de Constitución que se había presentado en el congreso de 1857. Al respecto observa Ramírez: “¿Por qué la comisión no dirigió una rápida mirada hacia nuestro trastornado territorio? Uno de sus miembros ha dicho que la división territorial no es una panacea […], Pero eso no es una razón […] ¿Qué males nos provienen, se ha dicho, de que las poblaciones sigan distribuidas del modo en que las encontró el Plan de Ayutla?” Muchos son los males - sostiene El Nigromante- que nos vienen de “negar la necesidad de una nueva combinación local” que tome en cuenta tanto “las exigencias de la naturaleza” como los “intereses de los pueblos”. Es decir, un reordenamiento del territorio nacional sobre bases ecológicas y etnográficas, un reordenamiento biocultural.

“Ya tome yo por base los hombres, ya los territorios que habitan […], descubro que un nueva división territorial es una necesidad imperiosa” Y el congresista empieza con la dimensión natural. “Los elementos físicos de nuestro suelo se encuentran de tal suerte distribuidos que ellos solos convidan a dividir a la nación en grandes secciones con rasgos característicos muy marcados […] una nueva división tirada por la naturaleza. Desde las inmediaciones del Istmo hasta la frontera con Estados Unidos, tres fajas, una templada y dos calientes, nos aconsejan el establecimiento e tres series diversas de combinaciones territoriales […] Sobre las costas del Golfo de México descubro un vasto terreno regado por caudalosos ríos y dilatadas lagunas: la abundancia de agua navegable acerca y confunde sus poblaciones” Y se pregunta “¿Dónde naturaleza formó un solo pueblo nosotros formaremos fracciones de otros cinco? ¿Por qué conservar a Chihuahua y Durango poblaciones separadas por un peligroso desierto y una sierra intransitable? ¿Y porque no se establece en el antiguo Anáhuac el Estado de los Valles?”. Las propuestas específicas de Ramírez pueden ser discutibles, pero no la idea de una división territorial por cuencas, como ahora se estila.

Pero donde El Nigromante se muestra más penetrante y visionario es en el planteo de una división territorial que reconozca los ámbitos jurisdiccionales de los pueblos originarios. “La división territorial aparece todavía más interesante considerándola con relación a los habitantes de la República”, dice. Y empieza por un diagnóstico que inicia poniendo en entredicho la idea que predominó por más de dos siglos de que somos un pueblo mestizo.

Entre las muchas ilusiones con que nos alimentamos, una de las no menos funestas es suponer en nuestra patria una población homogénea. Levantemos ese ligero velo de la raza mixta y encontraremos cien naciones que en vano nos esforzaremos hoy por confundir en una sola […] Muchos de estos pueblos conservan las tradiciones de un origen diverso y de una nacionalidad independiente y gloriosa. El tlaxcalteca señala con orgullo los campos que oprimía la muralla que lo separaba de México. El yucateco puede preguntar al otomí si sus antepasados dejaron monumentos tan admirables como los que se conservan en Uxmal. Y cerca de nosotros, señores, ésta sublime catedral que nos envanece, descubre menos saber y menos talento que la humilde piedra [en que ella busca] apoyo, el calendario de los aztecas. Estas razas conservan aun su nacionalidad protegida por el hogar doméstico y por el idioma [Así] el amor conserva la división territorial anterior a la conquista.

A continuación, El Nigromante da a los atónitos congresistas una pertinente clase de etnolingüística:

También la diversidad de idiomas hará por mucho tiempo ficticia e irrealizable toda fusión. Los idiomas americanos se componen de radicales significativas […] partes de la oración que nunca o casi nunca se presentan solas y en una forma constante, como en los idiomas del viejo mundo; así es que el americano en vez de palabras sueltas tiene frases. Resulta aquí el notable fenómeno de que, al componer un nuevo término, el nuevo elemento se coloca de preferencia en el centro por una intersucesión propia de los cuerpos orgánicos; mientras que en los idiomas del otro hemisferio el nuevo elemento se coloca por yuxtaposición, carácter peculiar de las combinaciones inorgánicas. Estos idiomas […] no pueden manifestarse sino bajo las formas animadas y seductoras de la poesía…”

Pero de inmediato el congresista regresa al tema político: la lengua como mecanismo de opresión colonial. “Estos tesoros cada nación los disfruta ocultos por el temor, carcomidos por la ignorancia, últimos jeroglíficos que no pudo quemar el obispo Zumárraga ni destrozar la espada de los conquistadores. Encerrado en su choza y en su idioma el indígena no comunica con los de otras tribus ni con la raza mixta, sino por medio de la lengua castellana. Y en ésta ¿a qué se reducen sus conocimientos? A las fórmulas estériles para el pensamiento de un mezquino trato mercantil y a las odiosas expresiones que se cruzan entre los magnates y la servidumbre

Y concluye con una propuesta que, de haberse aprobado, hubiera instaurado en México un orden inédito. “¿Queréis formar una división territorial estable con los elementos que posee la nación? Elevad a los indígenas a la esfera de ciudadanos, dadles una intervención directa en los negocios públicos, pero comenzad dividiéndolos por idiomas. De otro modo no distribuirá vuestra sabiduría sino dos millones de hombres libres y seis de esclavos”.

Ramírez no se sacaba las propuestas de la manga. En muchos lugares eran demandas que movilizaban a la población. Así lo reseña el congresista “Y si nada dice a la comisión lo que llevo expuesto, dirija siquiera sus miradas a la agitación en que se encuentra la República. Cuernavaca y Morelos quieren pertenecer al estado de Guerrero y contra sus votos prevalecen los intereses de un centenar de propietarios feudales. Hace muchos años que el valle de México trabaja por organizarse. La Huasteca ha sufrido un saqueo por haber solicitado su independencia local. Tabasco pide posesión de su territorio presentando títulos legales… A todas estas exigencias de los pueblos contestamos: todavía no es tiempo; ¡Ya no es tiempo! nos contestarán los pueblos mañana, si queremos al fin complacer sus deseos para contener los horrores de la anarquía.”.

Hasta aquí El nigromante se nos ha mostrado como un adelantado del neoindianismo decolonial del tercer milenio que reclama derechos culturales, políticos y territoriales para los pueblos originarios. Pero el problema de México a mediados del siglo XIX- como el del México del XXI- no era solo de opresión étnica, sino también de explotación clasista. Y Ramírez resulta un certero crítico del capitalismo, nueve años después de que apareciera el Manifiesto Comunista (que, a juzgar por algunas de sus expresiones, había leído) y tres años antes de que Carlos Marx publicara el primer tomo de El capital. Decía El Nigromante:

El más grave de los cargos que hago a la comisión es haber conservado la servidumbre de los jornaleros. El jornalero es un hombre que a fuerza de penosos y continuos trabajos arranca de la tierra ya la espiga que alimenta, ya la seda y el oro que engalana a los pueblos. En su mano creadora el rudo instrumento se convierte en máquina y la informe piedra en magníficos palacios. Las invenciones prodigiosas de la industria se deben a un reducido número de sabios y millones de jornaleros; donde quiera que exista un valor ahí se encuentra la efigie soberana del trabajo. Pues bien, el jornalero es esclavo. Primitivamente lo fue del hombre […] hoy se encuentra esclavo del capital que, no necesitando sino breves horas de su vida, especula hasta con sus mismos alimentos. Antes el siervo era el árbol que se cultivaba para que produjera abundantes frutos. Hoy el trabajador es la caña que se exprime y se abandona. Así que el grande, el verdadero problema social, es emancipar a los jornaleros de los capitalistas… Sabios economistas de la comisión, en vano proclamareis la soberanía del pueblo mientras privéis a cada jornalero de todo el fruto de su trabajo… Mientras el trabajador consuma sus fondos bajo la forma de salario y ceda […] todas las utilidades de la empresa al […]capitalista, la caja de ahorros es una ilusión el banco el pueblo es una metáfora. El inmediato productor de todas las riquezas no […] podrá ejercer los derechos de ciudadano, no podrá instruirse […]perecerá de miseria en su vejez. Los economistas completarán su obra adelantándose a las aspiraciones del socialismo el día en que concedan los derechos incuestionables […] al trabajo.

Hoy muchos piden reconocer las jurisdicciones autonómicas de las diferentes etnias, pero Ramírez iba mucho más lejos pues quería rehacer por completo el mapa político de México desde una lógica decolonial. En esta perspectiva el cuestionamiento de la gran propiedad ya no remite solo a su impertinencia económica o a la injusticia social que conlleva, sino también a la violencia histórica con que se impuso; un colonialismo que marcó nuestro orden económico, social y político, pero también nuestra geografía…

Ignacio Ramírez: un adelantado. •