nsisto, hoy más que nunca valdría la pena que los universitarios, en un plazo razonable, nos propongamos reflexionar y transformar la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, de manera muy especial, nos empeñemos en pensar para cambiar las concepciones y prácticas educativas que tenemos, en el entendido de que la universidad es una institución dedicada, por medio de la docencia en todos sus niveles, a la educación. Ciertamente, hay distintas formas de concebir y practicar la educación, pero, desafortunadamente, las que predominan llegaron para quedarse y se resisten al cambio.
Paulo Freire combate el modelo en que encajan esas concepciones y prácticas prevalecientes, y lo llama educación bancaria
; equivalente, en lo esencial, al escolasticismo
, denunciado por Célestin Freinet como enfermedad escolar grave a erradicar.
Educación bancaria o escolasticismo, como prefiera el lector, que explican perfectamente realidades muy pobres de la educación, inmersas en muchas aulas universitarias; situaciones, algunas de ellas, que referiré en seguida, y que no dejan de sorprenderme.
Veo con tristeza a los estudiantes, sentados en hileras (a veces las bancas están clavadas al piso), viendo la espalda del de adelante y dando la espalda al de atrás, ¡siempre la espalda!, cuando deberían estar dando la cara a todos los compañeros, conversando, aprendiendo, analizando la problemática y gozando del trabajo en la vida escolar.
¿Será que la universidad, sin darse cuenta, enseña a dar la espalda al otro? Considero urgente hacer algo para erradicar la pedagogía de las espaldas
, en el entendido de que no es cuestión nada más de mobiliario ni de reglamentación. Además, todavía hay bastantes salones con tarima para dar altura al profesor, encargado de hablar y ordenar. ¡Ay, universidad de las jerarquías, cuanto daño procuras!
Por otro lado, los estudiantes, en cada curso, obtienen créditos
, se desviven por ello. ¡Vaya manera de rebajar, de mercantilizar el conocimiento! Los profesores, de manera generalizada y automática, por su parte, exigen a sus alumnos controles de lectura
(así se estila, de ese tamaño es la expresión, no exagero) sobre infinidad de páginas, y los alumnos obedecen ciegamente y entregan sus rutinarios controles; más de una vez sin entender lo que leen y escriben, pero cubriendo todas las formalidades; y así se da al traste con la lectura y la escritura.
El propio Freire dice con toda sencillez y sabiduría: El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos durante un semestre
( Consideraciones en torno al acto de estudiar, p. 53). ¡Bendita universidad de los controles!, también los hay para los profesores, valdría la pena explorar en ellos, podrá, cuando menos, escribirse un capítulo jugoso de una tesis, ¿quién se anima? A cambio de los controles, exámenes, tareas y similares, los estudiantes reciben calificaciones; y, más que calificaciones, se trata de verdaderas cuantificaciones. Se privilegian los números, aunque por todas partes se habla de calidad
y excelencia
, sin que alguien pueda explicar a qué se refiere con ello. ¡Vaya forma de desvirtuar las cosas y engañar a los estudiantes durante toda su escolaridad!
Y, lo que nos faltaba: lo peor de la educación presencial universitaria se trasladó a una velocidad sorprendente a la virtualidad. Ahora también deberemos reflexionar y actuar para superar el escolasticismo virtual.
A pesar de esos y otros errores garrafales, buena cantidad de estudiantes y profesores realizan, con dignidad y compromiso, esfuerzos grandes por imaginar y practicar una educación diferente. Eso hay que desatacarlo y apoyar su incremento.
Conviene agregar que se privilegia la obtención de documentos: historiales académicos –con notas y créditos acumulados–, certificados, diplomas y títulos, que habilitan a los estudiantes para obtener cédulas profesionales. La universidad continúa con la práctica iniciada desde la primera infancia de sobrevalorar el burocrático papeleo escolar. Aquí entraría el tema de los estímulos al personal académico (la acumulación de puntos). Tal pareciera que los conocimientos y la educación tuvieran razón de existir para cambiarse por papeles en el mercado escolar; pero afortunadamente ello no es así de pobre.
La esencia de la educación es muy otra, hay que encontrarla, y ese es un reto que tenemos que asumir los universitarios.
Manuel Pérez Rocha pone por título Elevar la mirada: educación, no papeles
a un artículo publicado hace unos años ( La Jornada, 14/7/11), mismo que, junto con otros textos, forma parte de un espléndido libro que lo explica todo, y recomiendo leer detenidamente ( Motivaciones y valores de la educación, editorial Ariel, 2018).
Manuel, mi querido amigo, reflexiona sobre la necesidad de poner en su sitio el célebre valor de cambio, no esencial de la educación (educación canjeada por calificaciones, créditos, puntos, certificados, etcétera); para dimensionar el valor de uso, inherente y trascendente de la educación: ¿educación para qué? y ¿educación por qué? Preguntas filosóficas útiles, indispensables para reflexionar, discutir y llegar a acuerdos, para alcanzar una educación dignificante, de buen sentido, cooperativa, democrática y gozosa, para el bien de todos.
Me parece que será prioritario fortalecer el trabajo docente de las escuelas, facultades, colegios de Ciencias y Humanidades y posgrados. De manera especial, nuestros estudiantes tienen tanto que decir sobre su propia educación, escuchémoslos.
Parafraseando a Manuel Pérez Rocha, invito a los universitarios a que juntos elevemos la mirada de la educación.
Considero que, en los tiempos de sucesión que vienen, el rector Enrique Graue Wiechers, los candidatos a sucederlo, los miembros de la Junta de Gobierno, los consejeros universitarios y técnicos, y los universitarios todos, deberemos incorporar a la agenda de discusión, para el futuro universitario de los próximos años, el devenir de las concepciones y prácticas educativas de la UNAM.
* Profesor en la UNAM